Por Ana Cacopardo

Fue una fiesta sentirse una gota de la marea de mujeres que en todo el mundo se movilizaron. Este 8M fue un grito universal, una reinvención de lo mejor de la política, articulando desde el feminismo la resistencia a este capitalismo brutal. Un grito universal, sí. Pero a la vez situado. Porque bajo el paraguas del 8M y de ese grito justiciero, están las indígenas que luchan contra el megaextractivismo, las que ponen el cuerpo contra la militarización de sus territorios, las abusadas y violadas, las privadas de libertad, las criminalizadas por decidir sobre sus cuerpos, las niñas travestis expulsadas de sus familias, las privadas de su libertad, las perseguidas o estigmatizadas. Las villeras. Las que pelean desde el espacio doméstico. Las precarizadas y despedidas de sus trabajos. Comparto tres fotos. Desde África, desde el Sahara como último bastión del poder colonial, junto a Marian, una mujer árabe, musulmana y africana que lucha por la independencia saharaui. En La Plata, Anita, marchando como tantos niñxs que marcharon ayer, sembrando el presente de una infancia sin princesas ni salitas rosas. Y apostadas frente al Congreso, dueñas de sus cuerpos y destino, estas pibas, las que nos empujan con su coraje desafiante.