La realidad chilena sigue dándome sorpresas, no solamente por la oleada de esperanza que trata de transmitir la candidata del Frente Amplio a la presidencia, Beatriz Sánchez, sino también en otra rama de la acción social: el sindicalismo.

Fui a la salita del Mensaje de Silo en el barrio de Ñuñoa, en Santiago, donde hubo un encuentro sobre el tema de la “acción social y ascesis” con Mario Aguilar Arévalo, profesor y presidente del Colegio de Profesores de Chile. Se trata del sindicato de profesores, el más grande del país, uno de los principales sindicatos chilenos ya que los docentes son una de las categorías más movilizadas en la defensa de los derechos laborales.

Salvando las diferencias, es como si en Italia hubiera ido a un encuentro sobre ascesis con Maurizio Landini. Pero estamos en Chile, y aquí puede suceder que sea un humanista quien esté a la cabeza de un sindicato, y que obviamente al poner su atención sobre el ser humano, tenga en consideración no sólo la dimensión social, sino también aquella personal y la de la trascendencia.

Aclaremos: tampoco acá todo esto es muy frecuente (por lo menos así me dicen los amigos chilenos y les creo, aunque hasta ahora esta serie de sorpresas me haga ver más rosas que espinas). Antes de que Mario llegara a este cargo pasó por muchos años de actividad en la base, primero durante la dictadura de Pinochet, después con la transición a la democracia, encontrándose casi siempre en condiciones de minoría pero insistiendo en llevar adelante una acción coherente que lo ha puesto luego en situación de conducir la corriente de los disidentes en su sindicato y, en noviembre pasado, ser elegido presidente nacional.

Sonriente y simpático, sin pretender dar lecciones (cosa rara en un profesor!), pero con el estilo de quien está acostumbrado a llevar adelante con determinación las luchas sociales, Mario Aguilar nos cuenta un poco de su historia y sobretodo de cómo vive y se desenvuelve en un cargo de tanta responsabilidad, desde el punto de vista personal.

No tengo la intención, ni se trata acá de hacer un informe detallado de su experiencia. Me limitaré a unos apuntes de lo que he aprendido y a temas que me quedaron dando vueltas luego de este bello encuentro, filtrado también un poco por mi estrecha experiencia en el mundo sindical y en el trabajo interno.

Frente al estress que conlleva el activismo social, al peso que no es indiferente de saber que los propios actos y decisiones, sobretodo en ciertos niveles, tienen consecuencias importantes para la vida de otras personas, es muy fácil deslizarse por la frustración, colapsar o soltar todo por la tensión que inevitablemente se acumula. Al mismo tiempo, en un solo instante se puede perder de vista el sentido de la propia acción, debido a las gratificaciones y el reconocimiento por parte de los demás, incluso también a una cierta sensación de prestigio vinculada al propio rol: Laura Rodríguez por acá lo llamó virus de altura.

¿Entonces cómo hacer? Obviamente no existe una receta a priori, pero lo que Mario Aguilar y otros recomiendan, es mantener una atención constante a la coherencia entre aquello que pensamos, decimos y hacemos. No debe perderse de vista el “centro”, el equilibrio entre nuestro interior y lo que está fuera de nosotros, un equilibrio que es un poco nuestra estrella polar, en el intento de llevar adelante acciones que tengan sentido. La búsqueda permanente de la calma, esa “virtud de los fuertes” que permite tomar las decisiones correctas en un estado que no sea alterado; la indiferencia tanto al insulto como al halago; el mantener una cierta “distancia” respecto al propio rol y el no tomarse a uno mismo muy en serio, son otras prácticas que pueden ayudar mucho, junto a la relajación, al trabajo con las imágenes y otros instrumentos que nos permiten trabajar internamente.

¿Y la ascesis? ¿Cómo la podemos relacionar a algo tan práctico y material como es la actividad sindical? Una de las tantas posibles respuestas es que lo trascendente, eso que se experimenta como una suspensión del “yo” y el acceso a una experiencia que a uno lo supera y que de algún modo abre el futuro, se puede lograr justamente orientándose hacia los demás: actuando en el mundo no con una perspectiva personalista, sino tratando de superar las condiciones de violencia que afectan a todas y todos. Una perspectiva interesante, que me está haciendo reflexionar mucho.