Las elecciones celebradas en África durante 2025 han vuelto a poner en evidencia la complejidad del voto en el continente. Lejos de cumplir una única función, los procesos electorales han servido para confirmar apoyos públicos, marcar transiciones políticas y, en varios casos, legitimar estructuras de poder ya consolidadas. El calendario electoral del año mostró que las urnas siguen siendo un escenario clave, aunque con significados distintos según el contexto nacional.
En algunos países, los comicios funcionaron como una ratificación del liderazgo en turno. La participación ciudadana y los resultados ofrecieron a los gobiernos una base de respaldo formal, útil tanto para el consumo interno como para la proyección internacional. En otros casos, las elecciones acompañaron cambios graduales en el sistema político, señalando relevos o ajustes en la conducción del Estado sin alterar de fondo el equilibrio de poder.
Sin embargo, 2025 también dejó ver las tensiones persistentes entre la forma y el fondo de la democracia. Observadores y actores locales coincidieron en que, aunque los procesos se llevaron a cabo conforme a calendarios constitucionales, las condiciones de competencia, pluralismo y transparencia variaron de manera significativa. Esto reforzó la percepción de que, en ciertos contextos, las elecciones continúan operando más como mecanismos de legitimación que como espacios de disputa real.
De cara a 2026 y los años siguientes, el desafío será decisivo. La pregunta central es si los procesos electorales africanos evolucionarán para convertirse en herramientas que profundicen la participación ciudadana y fortalezcan las instituciones, o si mantendrán su papel predominante como instrumentos que consolidan la autoridad existente. El rumbo que adopten no solo definirá la calidad democrática en cada país, sino también la credibilidad del voto como vía de cambio político en el continente.













