“Las cifras no mienten, pero el poder decide quién las cuenta. En Palestina, los números son nombres y los porcentajes son vidas”, inspirado en Edward Said.

Los números que sangran

Palestina no es solo un territorio. Es una línea de tiempo escrita con censos, ruinas y desplazamientos. Cada cifra encierra una historia y cada estadística es una cicatriz. Desde los primeros registros agrícolas del siglo VI antes de nuestra era hasta los informes satelitales que miden la destrucción actual de Gaza, el número se volvió una forma de testimonio. No hay contabilidad neutra cuando los muertos tienen nombre y los exiliados siguen caminando.

A lo largo de cinco milenios, la región que une Asia y África cambió de imperios, religiones y fronteras más veces de las que cualquier pueblo puede resistir. Persas, griegos, romanos, bizantinos, árabes, cruzados, otomanos, británicos e israelíes pasaron por la misma franja de tierra dejando sus marcas de piedra y de fuego. Sin embargo, la raíz siguió enterrada en la misma tierra. Las montañas de Hebrón, las llanuras de Galilea y las costas de Gaza guardan la memoria de una continuidad que los mapas políticos nunca lograron borrar.

Desde los 400.000 habitantes del año 500 antes de Cristo hasta los más de 14 millones actuales, y los 20 millones proyectados para 2050, Palestina es un ejemplo brutal de cómo la demografía puede convertirse en campo de batalla. Lo que parece una disputa religiosa o territorial es, en su fondo, una lucha por existir numéricamente. Cada nacimiento, cada éxodo y cada muerte alteran un equilibrio que las potencias han manipulado durante siglos. Los censos se transformaron en armas. La identidad se convirtió en frontera.

El conflicto no es solo político. Es cultural, ético y biológico. Una misma tierra con pueblos distintos que reclaman memoria, agua y futuro. Israel y Palestina son ahora más que nombres, son estadísticas enfrentadas. El 52 % judío contra el 48 % palestino global. El PIB de un país de alta tecnología frente al de un pueblo bloqueado por muros. En 2024, Israel registró un ingreso per cápita de USD 55.000. En Gaza, apenas superó los USD 3.500. Entre ambos hay una brecha de cuarenta años de desarrollo que no se mide en dinero, sino en dignidad.

En esta línea de tiempo no hay vencedores, solo pueblos que resisten el olvido. La historia de Palestina no se cuenta en victorias, se mide en sobrevivientes. Cada generación aprendió a reconstruir lo perdido, a conservar el idioma, a proteger la memoria oral que los imperios intentaron borrar. La persistencia se volvió identidad y la identidad es resistencia.

La tabla histórica que recorre desde el 500 antes de Cristo hasta el año 2050 no es un registro neutro. Es una radiografía del despojo sostenido. Imperio tras imperio, potencia tras potencia, el método se repite y son promesas, particiones, tratados y guerras. Detrás de cada cifra hay un campesino despojado, una familia desplazada y una aldea borrada de los mapas. El poder cambia de bandera, pero el resultado permanece y es más tierra arrebatada, menos libertad y más muros.

Las cifras son la memoria del sufrimiento. También son la prueba del espíritu que no se rinde. Este volumen no busca tomar partido, busca exponer con precisión y respeto lo que los números revelan cuando se les mira de frente y es que Palestina no es un problema religioso, es un espejo del mundo moderno y un laboratorio de desigualdad donde la humanidad ensaya su propia conciencia.

Ahora desarrollaremos la Parte 4/4 de esta columna

Bloque 9. 2000–2025. La era digital del control

  • El siglo XXI no trajo paz, trajo algoritmos y muros.
  • Entre 2000 y 2025, Palestina pasó de 9 millones a 14 millones de personas, divididas entre quienes sobreviven bajo ocupación y quienes viven en exilio.
  • En el territorio, 5,2 millones de palestinos resisten en Cisjordania, Jerusalén Este y la Franja de Gaza.
  • Otros 6 millones permanecen en la diáspora, dispersos entre Jordania, Líbano, Siria, Europa y América Latina.
  • Los números confirman una verdad incómoda: el siglo digital perfeccionó la ocupación analógica.

En 2002, Israel comenzó la construcción del muro de separación, oficialmente por “seguridad”, pero en la práctica diseñado para fragmentar al territorio palestino.

  • El muro tiene 708 kilómetros de longitud, el 85% dentro de Cisjordania, no sobre la frontera de 1967.
  • Divide aldeas, corta caminos agrícolas y encierra a comunidades enteras.
  • La Corte Internacional de Justicia lo declaró ilegal en 2004, pero las obras continuaron.
  • Hoy, más de 400.000 palestinos viven literalmente entre muros, sin acceso libre a hospitales, escuelas ni agua potable.

El bloqueo de Gaza, impuesto desde 2007,

  • Convirtió a la franja en una prisión a cielo abierto de 2,3 millones de habitantes, de los cuales el 80% vive bajo la línea de pobreza y el 45 % de los jóvenes está desempleado.
  • El ingreso per cápita en Gaza cayó a USD 1250 anuales, mientras el PIB per cápita de Israel superó los USD 55 000 en 2023, una brecha de 44 veces.
  • En Cisjordania, los salarios medios apenas alcanzan los USD 700 mensuales, insuficientes para cubrir la inflación y los costos de energía controlados por Israel.
  • Cada misil lanzado en Gaza cuesta más que una escuela cerrada.

La expansión de colonias israelíes no se detuvo.

  • Según la ONU, en 2023 había más de 650 000 colonos israelíes viviendo en 279 asentamientos ilegales, construidos en territorio ocupado.
  • Estas colonias controlan el 42% de Cisjordania
  • Y consumen el 80 % del agua subterránea, dejando al resto de la población palestina con menos de 70 litros diarios por persona, la mitad del mínimo recomendado por la OMS.
  • El paisaje del control se transformó: torres de vigilancia, drones, cámaras con reconocimiento facial, checkpoints automatizados.
  • La ocupación se digitalizó.

La economía palestina vive bajo asfixia estructural.

  • El Banco Mundial (2024) calcula que el costo del bloqueo y las restricciones comerciales equivale al 35 % del PIB palestino perdido cada año.
  • Las exportaciones apenas alcanzan USD 1500 millones, mientras las importaciones superan los USD 7000 millones, la mayoría desde Israel.
  • El déficit comercial se cubre con remesas, ayuda humanitaria y crédito externo.
  • En contraste, Israel exporta USD 165 000 millones anuales y mantiene un sector tecnológico que representa el 18 % de su PIB.
  • La infraestructura palestina está controlada desde fuera.
  • Israel regula los movimientos de mercancías, energía y telecomunicaciones. Incluso el espectro 4G y 5G fue restringido hasta 2023.
  • Las bases de datos de población y tránsito están bajo supervisión israelí, y el acceso a Jerusalén requiere permisos que se renuevan discrecionalmente.
  • Cada cruce, cada carga de cemento o medicamento, pasa por filtros digitales y físicos.
  • La inteligencia artificial militar, los satélites y los drones reemplazaron a los soldados visibles: la guerra se volvió invisible, pero constante.

En 2021, Naciones Unidas registró

  • Más de 1000 demoliciones de viviendas palestinas en Cisjordania y Jerusalén Este, dejando más de 1500 desplazados internos, la mayoría mujeres y niños.
  • En paralelo, los ataques con misiles entre Israel y Gaza dejaron más de 250 muertos palestinos y 13 israelíes.

Las cifras se repiten cada año con variaciones menores: la violencia se volvió estadística; la tragedia, rutina.

Cifras duras del período:

  • Población total: 14 millones (2025).
  • Palestinos en territorio ocupado: 5,2 millones.
  • Palestinos en diáspora: 6 millones.
  • Población israelí: 9,7 millones (2024).
  • Colonos israelíes en Cisjordania: 650 000 (ONU 2023).
  • PIB per cápita Israel: USD 55 000 (2023).
  • PIB per cápita Palestina: USD 3500 (2023).
  • Gaza: 80 % pobreza, 45 % desempleo juvenil.
  • Muro: 708 km; 85 % dentro de Cisjordania.
  • Acceso a agua en territorios palestinos: <70 litros diarios por persona.
  • Viviendas demolidas 2021–2023: 2500+.
  • Desplazados internos: 1500 por año.

El siglo XXI convirtió la ocupación en una ciencia. La vigilancia reemplazó al diálogo, el algoritmo al acuerdo.

  • Palestina se transformó en el laboratorio del control global, donde se prueban tecnologías, se experimenta con el miedo y se normaliza el encierro.
  • La economía, la vida y la dignidad se administran desde servidores ubicados fuera del territorio.

Detrás de los muros hay un pueblo que sigue contando sus muertos y sus días. En los datos del siglo digital, Palestina aparece como una anomalía, pero en su persistencia hay una lección y es que incluso en la era de los drones y las criptomonedas, hay un lugar donde la resistencia sigue siendo humana.

Bloque 10. 2025–2050. Paridad demográfica y dilema político

El reloj demográfico avanza más rápido que los discursos.

  • Entre 2025 y 2050, la población total entre el río Jordán y el mar Mediterráneo pasará de 14 millones a 20 millones de personas.
  • Detrás de esa cifra late el dilema central del siglo XXI y es un territorio demasiado pequeño para dos pueblos que ya son, en número, casi iguales.
  • La diferencia entre dominador y dominado se está borrando, no por acuerdos diplomáticos, sino por natalidad y tiempo.

Las proyecciones de la ONU (World Population Prospects 2024) son inequívocas: la tasa de fertilidad palestina se mantiene en 3,5 hijos por mujer, mientras la israelí ha caído a 2,9, y la judía laica apenas supera 1,8.

El resultado es un crecimiento asimétrico.

  • En 2050 habrá alrededor de 8 millones de palestinos en territorio histórico (Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza)
  • Y 8 millones de judíos israelíes dentro de las mismas fronteras de facto.
  • Una paridad que ni las armas ni los muros podrán revertir.
  • La diferencia estará solo en la edad: el 60 % de los palestinos tendrá menos de 30 años, mientras el 45 % de los israelíes superará los 50.
  • El conflicto dejará de ser territorial para convertirse en generacional.
  • El Estado israelí enfrenta un envejecimiento estructural.
  • En 2025, la esperanza de vida alcanza los 83 años.
  • En 2050 superará los 86.
  • La población mayor de 65 años crecerá de 13 % a 23 %, aumentando la dependencia económica y social.
  • En cambio, la población palestina mantiene una pirámide joven, con más de 400 000 nuevos nacimientos anuales, lo que equivale a una ciudad del tamaño de Tel Aviv cada cinco años.
  • La presión sobre vivienda, agua y empleo será extrema, pero también la capacidad de resistencia.

En paralelo, el marco político colapsa.

  • Los Acuerdos de Oslo (1993–1995) (que prometían un Estado palestino en cinco años) se convirtieron en una quimera burocrática.
  • Israel ha anexado de facto más del 60 % de la Zona C, donde controla los recursos hídricos, el tránsito y la expansión territorial.
  • Los checkpoints activos superan los 500 y el Ejército israelí mantiene presencia diaria en 150 localidades palestinas.
  • La coexistencia forzada, no la independencia, es el escenario dominante.
  • El dilema no es nuevo, pero se agudiza.
  • Mantener el control demográfico sin igualdad de derechos implica consolidar un sistema de apartheid demográfico
  • Donde una minoría decide sobre una mayoría.
  • Aceptar la paridad significaría transformar el Estado judío en un Estado binacional o secular, una posibilidad impensable para la élite política actual.
  • La paradoja es brutal y es mientras más se intenta preservar la homogeneidad, más cerca está la igualdad numérica.

Cifras duras del período (proyecciones ONU y Pew Research):

  • Población total entre el Jordán y el mar (2050): 20 millones.
  • Palestinos en territorio histórico: 8 millones.
  • Judíos israelíes: 8 millones.
  • Palestinos en diáspora: 7 millones.
  • Tasa de fertilidad: Palestina 3,5 – Israel 2,9 – judíos laicos 1,8.
  • Esperanza de vida Israel 2050: 86 años; Palestina: 77 años.
  • Jóvenes <30 años: Palestina 60 %, Israel 32%.
  • Mayores de 65 años: Israel 23%, Palestina 9%.
  • Territorios anexados de facto: 60% de la Zona C.
  • Checkpoints activos: >500.
  • PIB proyectado per cápita 2050: Israel USD 85 000; Palestina USD 6 000.

El dilema ético no se resuelve con tratados ni sanciones. Se decide en el alma de ambos pueblos. Israel enfrenta la disyuntiva de controlar o convivir, y Palestina la de resistir o construir. La coexistencia ya no es una opción moral, es una necesidad estadística.

En 2050, el equilibrio de población será ineludible y cualquier intento de mantener la dominación sin derechos llevará a una fractura irreversible del sistema político israelí y de su legitimidad internacional.

El futuro de Palestina no dependerá de cumbres, sino de generaciones. Si el siglo XX fue el del exilio, el XXI será el de la balanza. Y cuando los números se igualen, el poder tendrá que decidir si sigue gobernando con muros o con puentes.

“La historia aún no decide cuál de las dos fuerzas lo moldeará más profundamente.”

Bloque 11. Lo que no debe hacerse en Gaza ni contra su pueblo

Ninguna causa, ninguna bandera y ningún discurso de seguridad puede justificar el exterminio. Gaza no es una amenaza militar, sino una tragedia humanitaria. En un territorio de apenas 365 kilómetros cuadrados, viven más de 2,2 millones de personas, la mitad de ellas menores de edad.

Desde 2007, el enclave sufre un bloqueo aéreo, marítimo y terrestre que ha convertido su geografía en una prisión al aire libre. Lo que se presenta como “autodefensa” es, en realidad, una estrategia de asfixia colectiva.

El asedio como política es terrorismo de Estado. Negar electricidad, agua, medicinas y alimentos a un pueblo entero viola los Convenios de Ginebra y las resoluciones de Naciones Unidas.

  • En 2024, la ONU documentó más de 30.000 muertos civiles en Gaza, de los cuales 70% eran mujeres y niños.
  • La FAO y la OMS advirtieron que más del 80% de la población vive en inseguridad alimentaria extrema, y que más de 600.000 niños sufren desnutrición aguda.
  • Cada bomba destruye un hospital, cada misil borra una escuela, cada corte de agua convierte una ciudad entera en campo de enfermedad.
  • Matar niños no es defensa, es barbarie. El lenguaje diplomático ya no alcanza para describir lo que ocurre: cientos de ataques contra hospitales, escuelas y refugios de la ONU han sido verificados por organismos internacionales.
  • El Informe de Amnistía Internacional 2024 registró más de 1.500 ataques directos a infraestructuras civiles y denunció el uso de armas de racimo y municiones de fósforo blanco, prohibidas por tratados internacionales. El resultado no es una victoria militar, es una herida moral que atraviesa generaciones.
  • Negar agua, medicinas y alimentos es un crimen de guerra. Desde octubre de 2023, la población de Gaza recibe menos del 10% del suministro de agua recomendado por la OMS. El 90 % de sus hospitales quedó fuera de servicio.
  • La ayuda humanitaria se acumula en los pasos fronterizos, bloqueada por decisiones políticas que transforman el hambre en arma.
  • La guerra moderna se libra no solo con drones, sino con burocracia: permisos, vetos, listas y controles que deciden quién come y quién muere.
  • Gaza no necesita muros, necesita oxígeno político. El bloqueo perpetuo solo multiplica el odio y cancela el futuro.
  • Desde 2007, se han levantado más de 65 kilómetros de muros de acero y hormigón que separan a Gaza del resto del mundo, controlados por sistemas de vigilancia israelí y financiados parcialmente por programas de seguridad de Estados Unidos.
  • El costo de esa muralla supera los US$ 1.100 millones, el mismo monto que bastaría para reconstruir todas las escuelas destruidas en las ofensivas de 2014 y 2021.
  • Gaza no necesita muros que la aprieten, sino puentes que la devuelvan al mapa de la dignidad.

Las cifras son insoportables, pero son ciertas.

  • 2,2 millones de habitantes en 365 km².
  • 1 millón de niños (45% de la población).
  • 000 muertos civiles en 2024 (ONU).
  • 70% de víctimas: mujeres y niños.
  • 80% de la población bajo pobreza extrema.
  • 90% de hospitales destruidos o sin insumos.
  • 000 niños con desnutrición aguda.
  • 10% de acceso al agua potable.
  • 65 km de muros, costo estimado: US$ 1.100 millones.

Un pueblo sitiado no desaparece, se multiplica en resistencia. Cada familia que pierde a un hijo se convierte en memoria viva, cada ruina es semilla. Gaza no será borrada por el fuego ni por los muros. Los pueblos no se extinguen, se endurecen. Y la humanidad no puede seguir observando sin quebrarse.

Gaza no pide venganza, pide aire, justicia y memoria. Lo que no debe hacerse con su pueblo es exactamente lo que el mundo está permitiendo: transformar la supervivencia en delito y el dolor en paisaje.

Epílogo. La paz posible y el fin del exterminio

El siglo XXI avanza hacia un punto de inflexión. Las cifras proyectadas para 2050 anuncian un equilibrio demográfico que ya no podrá ser ignorado: ocho millones de palestinos y ocho millones de judíos conviviendo en el mismo territorio, compartiendo una tierra que ambos reclaman como origen y destino. Y esa realidad obligará a repensar toda la política global.

No habrá muro ni dron que contenga una verdad tan simple: el futuro no se construye sobre ruinas.

  • Donald Trump y su generación son pasajeros.
  • El ciclo político que encarnó la arrogancia del poder y el uso del miedo como herramienta de gobierno se está extinguiendo.
  • A sus más de 80 años, Trump simboliza un tiempo que termina y también el de los imperios basados en la intimidación y el beneficio propio.
  • La geopolítica ya no gira en torno a Washington.
  • Hoy el tablero se mueve hacia China, India, Rusia y Pakistán, potencias que acumulan más del 40% de la población mundial, cerca del 35% del PIB global y una influencia creciente en la energía, la tecnología y la defensa.

El poder del siglo XXI no se mide en portaaviones, sino en capacidad de negociación, recursos críticos y soberanía digital.

  • China mantiene su expansión silenciosa, tejiendo acuerdos energéticos y tecnológicos con África y Medio Oriente.
  • India consolida su liderazgo demográfico con más de 1.500 millones de habitantes y un crecimiento económico superior al 6% anual.
  • Rusia, pese a las sanciones, conserva el control energético de Eurasia y el vínculo directo con el mundo árabe.
  • Pakistán, con su posición estratégica entre China e Irán, emerge como un actor nuclear y religioso de peso.

En ese nuevo orden, el eje occidental pierde centralidad, y la causa palestina podría dejar de ser un asunto regional para convertirse en una prueba moral del equilibrio global.

  • El futuro no pertenece a los imperios que destruyen, sino a los pueblos que sobreviven.
  • Ningún dron ni banco puede sostener una paz construida sobre cementerios.
  • Los pueblos que resistieron la colonización, la ocupación y el hambre siguen siendo la reserva moral de la humanidad.
  • En ellos está la semilla de un nuevo contrato civilizatorio.
  • La historia demuestra que ningún imperio es eterno, pero cada resistencia deja un legado que sobrevive al tiempo y a la propaganda.
  • Palestina puede ser el laboratorio de una paz justa o el espejo de una humanidad fallida.

Si la comunidad internacional persiste en su indiferencia, Gaza y Cisjordania serán el testimonio más oscuro del siglo XXI: el lugar donde la tecnología y la indiferencia global se unieron para sofocar un pueblo.

Pero si el mundo decide mirar con otra ética, Palestina podría convertirse en el punto de partida de una diplomacia diferente, donde la justicia tenga el mismo peso que el petróleo y la vida valga más que las fronteras.

  • La historia no está cerrada.
  • Las cifras pueden predecir poblaciones, pero no conciencias.
  • Los pueblos aún pueden escribir su propia versión antes de que los algoritmos la borren.

Lo que está en juego no es solo el destino de Palestina, sino la capacidad del ser humano de aprender de su propia crueldad.

Si el siglo XXI logra poner fin al exterminio y convertir la memoria en diálogo, entonces la paz no será un milagro, sino un acto de inteligencia colectiva.

Porque el verdadero poder no es dominar, es no destruir…

 

Enlaces a las otras 3 partes de este reportaje sobre la historia y la actualidad del conflicto en Palestina:

Parte 1
Parte 2

Parte 3

 

Bibliografía

  1. Fuentes históricas y demográficas
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