El nuevo libro del filósofo político, que falleció en 2017, traza el hilo conductor que va desde el republicanismo al socialismo.
Antoni Domènech murió el 17 de septiembre de 2017. No tenía aún 65 años. Si bien colaboró con algún capítulo en muchas obras colectivas, sólo publicó dos libros: De la ética a la política (Crítica, 1989) y El eclipse de la fraternidad (Crítica, 2004, reeditado por Akal, 2019). El libro que ahora sale a la luz, Por un republicanismo socialista (Verso, 2025), es una selección de algunos de sus escritos, casi todos con fecha posterior, 2004, a la de su segundo y último libro. La fecha de publicación de El eclipse de la fraternidad casi coincide con la creación de la revista Sin Permiso, a la que dedicó gran parte de sus producciones escritas a lo largo de los doce últimos años de su vida. Este libro era necesario porque ilustra perfectamente la mayor aportación teórica de Antoni Domènech: el hilo rojo que va desde el republicanismo al socialismo. El título del libro que se acaba de publicar de Verso refleja bien el contenido.
Cuando avanzada la segunda mitad del siglo XX surge lo que se conoció como el revival republicano, es decir una recuperación de la forma histórica republicana dos veces milenaria, casi olvidada y enterrada, de entender la libertad en contraposición a la liberal –concepción mucho más reciente históricamente, pero que se impuso–, y ya Antoni Domènech llevaba cierto tiempo recuperando e investigando en esta tradición. Quentin Skinner y Philip Pettit (“auditor” de la gestión de José Luis Rodríguez Zapatero cuando fue presidente del Gobierno por expreso deseo de éste, que estaba fascinado por el filósofo irlandés, aunque esto no impedía que el dirigente del PSOE un día dijera que era republicano y una semana después, literalmente, que era liberal) fueron dos de los principales autores de este revival. Precisamente Antoni Domènech hizo una magnífica traducción del libro de Pettit que más contribuyó a esta recuperación del republicanismo. Como se recordará el libro era Republicanismo: Una teoría sobre la libertad y el gobierno (Paidós, 1999).
Domènech reconocía los méritos indiscutibles de estos y otros autores en la recuperación del republicanismo, pero consideraba que su forma de entender la libertad republicana tenía unas limitaciones importantes. Me referiré solamente a dos de estas limitaciones. La primera: el horizonte histórico del revival, básicamente anglosajón, llegaba retrospectivamente hasta Roma. De esta manera se prescindía de la gran democracia ática –con reformas radicales como la instauración por Ephialtes del misthòs para posibilitar la participación de los ciudadanos no ricos en la política cotidiana– que duró del 508 al 322 antes de nuestra era con alguna breve interrupción por intentos de instauración oligárquica. Aristóteles, que había nacido en el 384, murió precisamente en la misma fecha en que la democracia ática fue derrotada, en el 322 a.n.e. Democracia ática y Aristóteles son de primerísima importancia en la obra de Domènech, que solía decir que si de algún autor podía asegurar que tenía buen conocimiento era del Estagirita. Entre las muchas cualidades que apreciaba de Aristóteles, no era una de las menores su concepción política republicana (no democrática). En buena parte de los doce capítulos de Por un republicanismo socialista, la gran democracia ática y Aristóteles, como republicano no democrático y crítico de aquella sociedad gobernada por los pobres libres, es decir, no esclavos, son abordados directa o indirectamente. La segunda limitación: el descuido por parte del neorrepublicanismo académico (como también se calificó por algunos el mencionado revival) de la conexión entre propiedad y libertad. Algún capítulo de Por un republicanismo socialista es una obra maestra sobre la conexión propiedad-libertad republicana-socialismo.
Pero como queda dicho, la mayor aportación de Domènech a la filosofía política y a la política directamente es el hilo histórico que va del republicanismo democrático al socialismo. La conexión, documentada de forma erudita en este libro, entre ambas tradiciones quizás no sea inmediata para muchas personas posiblemente interesadas en la lectura de este libro. De forma muy esquemática me atreveré a resumir esta conexión, sirviéndome parcialmente del extenso prólogo que me pidió la editorial Verso para este libro.
Aristóteles dejó dicho que el trabajador asalariado es un esclavo a tiempo parcial
El socialismo del siglo XIX, con Marx a la cabeza, no inventó nada nuevo, según gustaba exponer Domènech. Aristóteles dejó dicho que el trabajador asalariado es un esclavo a tiempo parcial. Esta convicción es patrimonio común del pensamiento republicano hasta Marx.
Una persona está republicanamente dominada cuando alguien, sea uno o muchos, puede interferir en sus condiciones materiales de existencia a voluntad, sin más impedimento que esta voluntad. Aunque no ejerza esta posición de dominio nunca, puede hacerlo en cualquier momento sin más límite que su propia voluntad. Se trata de una concepción de la libertad harto diferente a la liberal, pero también remito al libro para las precisas distinciones analíticas e históricas que ofrece Domènech sobre las diferencias entre ambas concepciones. Las relaciones de dominación se dan en los distintos ámbitos privados –el dominium– y en el ámbito político –el imperium. Efectivamente, el poder público puede ser, y lo ha sido en multitud de ocasiones, una fuente de dominación. La libertad republicana exige erradicar los dos tipos de dominación, el dominium y el imperium. Bien es constatable empíricamente que quien ejerce un dominium sobre objetos y personas amparado en una supuesta soberanía absoluta sobre su propiedad, también tiene la capacidad de ejercer imperium poniendo a sus órdenes a los poderes públicos y a sus conciudadanos. El imperium puede tomar formas muy distintas. Después de la experiencia del estalinismo y otros regímenes inspirados por este tipo de dictadura soberana, que no comisaria (la incomprensión por parte de marxistas y de no marxistas de la dictadura del proletariado desde la tradición republicana como una dictadura comisaria es algo a lo que Domènech dedica alguna atención en Por un republicanismo socialista), la dominación en el ámbito político, el imperium, debe ser especialmente vigilado por las personas partidarias del republicanismo socialista.
Republicanamente, se presupone que el Estado debe ser equidistante entre las distintas concepciones de la buena vida, pero, cuando grandes poderes privados disponen de la capacidad de imponer a la administración pública y a la ciudadanía su concepción privada del bien, cuando la constitución oligopólica de los mercados permite el secuestro del Estado por parte de los inmensos imperios privados, la neutralidad republicana significa intervención, no tolerancia pasiva, y mucho menos contemplar con indiferencia que gane el más fuerte. Luchar para acabar con el dominium y el imperium es precisamente eso.
Las desigualdades derivadas de las grandes fortunas son intolerables
Las grandes desigualdades sociales son republicanamente, en la versión democrática (la distinción con la versión oligárquica la dejo para los interesados en la lectura de Por un republicanismo socialista), injustificables. Hay desigualdades tolerables, porque no afectan a la existencia social y, por lo tanto, a la libertad de otros. Pero hay otras desigualdades que son intolerables. Las que se derivan de las grandes fortunas. Quien dispone de una inmensa fortuna puede ponerla al servicio de sus intereses particulares, puede acomodar el poder político de su parte. Y lo hace, lo acostumbra a hacer de forma repetida. En 2025 tenemos sobradas evidencias al respecto. Una vida política republicanamente libre es incompatible con la existencia de grandes fortunas. Por un principal, aunque no único motivo: la gran riqueza permite comprar y sobornar gobiernos, y hacer que actúen en su favor, lo que acaba con cualquier posibilidad de democracia. A la democracia, Domènech dedica muchas páginas. La democracia es mucho más antigua que el socialismo y que el capitalismo. Recordaba a menudo que en el Manifiesto Comunista se defiende que el socialismo y el comunismo forman parte de la democracia. Algo que actualmente es difícil de entender para muchos porque la palabra democracia empezó a cambiar el sentido a mediados del siglo XIX. Hasta entonces, y durante 2.400 años, democracia no era el gobierno de la mayoría sino el gobierno de los trabajadores manuales. De los que “viven por sus manos”. ¿Quién podía definirse como demócrata? ¿Partidario de un gobierno de los ignorantes, de los pobres…? Marx y Engels utilizan en el Manifiesto este sentido clásico de la democracia, de ahí que consideren que los comunistas son una parte de la democracia. La beligerancia de Domènech hacia la expresión “democracia burguesa” era muy contundente, expresión que consideraba contradictoria en los propios términos. Podemos leer en el libro de Verso referido a la “democracia burguesa”: “Marx y Engels… jamás emplearon el término oximorónico, que hoy pasa por prototípicamente ‘marxista’”.
El liberal se pregunta “qué forma de propiedad es la más productiva”, el republicano “qué tipo de propiedad crea los mejores ciudadanos”
Como Domènech aborda en diversas ocasiones en este libro, muchos republicanos democráticos, como es notable el caso de Jefferson, aspiraban a una democracia en la que todos los civilmente libres fueran pequeños propietarios. Marx y Engels, por su parte, fueron claros continuadores del republicanismo democrático en varios ámbitos. Había un aspecto especialmente importante, y es su nihil obstat de principio a la universalización de la propiedad. No era una objeción de principio la que tenían ambos autores socialistas, pero sí una objeción técnica y de oportunidad económica e histórica. Para mediados del siglo XIX, el capitalismo ya había alcanzado un punto en el que la universalización de la propiedad se volvía inviable. Si la propiedad era lo que garantizaba la existencia social, lo que posibilitaba la independencia que permitía no haber de depender de otro o de otros en esta existencia, y al considerar aquellos dos viejos socialistas que histórico-políticamente resultaba imposible la universalización de la propiedad, defendieron que el mejor modo de garantizar la existencia social de toda la población era, en palabras de Domènech, “hacerles propietarios a todos en las condiciones en las que, según Marx, eso era posible en una economía industrializada y tecnológicamente avanzada: haciendo que los productores, libremente asociados, se apropiaran en común de los medios de producción”. Esta idea expresa que la economía debe estar, y de hecho está, sujeta a la política. Ello nos remite a la concepción de la economía política popular que tenía “el político más difamado de la historia” y que fue el primer republicano demócrata que quiso abolir la esclavitud: Robespierre. Para este revolucionario, que es uno de los más mencionados del libro, la economía, la política económica diríamos ahora, debe estar subordinada a las decisiones políticas. Esta economía política popular es la antítesis de la economía política tiránica en un sentido muy preciso: la primera es en beneficio del pueblo soberano, mientras que la segunda lo es en beneficio de los ricos tiranos que gobiernan en su interés. ¿Qué es la economía política en el tradicional sentido sino una economía completamente ligada a la política y a la moral? Domènech dedicó algunas reflexiones muy provechosas sobre lo que significó la pérdida de la “política” en la economía política. El socialismo marxista ofrecía una economía política que respondía muy bien a las nuevas condiciones del modo de producir capitalista de mediados del siglo XIX en adelante.
Y termino. Lo haré con la distinción que Domènech hizo entre el Marx “liberal” y el Marx “republicano”. Él mismo lo consideraba una broma, pero es una broma de contenido. El liberal se pregunta “qué forma de propiedad es la más productiva”, el republicano “qué tipo de propiedad crea los mejores ciudadanos”. El republicano acusa al capitalismo de impedir la autorrealización y la autarquía moral de los hombres y las mujeres. El Marx liberal estaría comprometido también con la razón inerte, el republicano con la razón erótica. Y esto tiene que ver con el subtítulo de su primer libro: “De la razón erótica a la razón inerte”. Por razón inerte, Toni entendía “el conformismo filosófico con los deseos y preferencias ‘dados’” que es una concepción rasa de nuestro aparato motivacional, con preferencias de primer orden estáticos. Por razón erótica entendía “a la que aspira a criticar racionalmente los deseos y las preferencias, a la que es capaz de reconocer profundidad (con órdenes de preferencias de grados superiores a uno) en el alma humana, a la que es capaz no solo de elegir el mejor curso de acción, sino también el mejor deseo”.
Este libro interesará a toda persona a la que importe la comprensión política de las sociedades actuales. No interesará por tanto al “peor analfabeto”, el analfabeto político, ese del que Bertolt Brecht, al que Toni apreciaba muchísimo, dejó dicho que “No sabe, el imbécil, que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos, que es el político trapacero, granuja, corrupto y servil de las empresas nacionales y multinacionales”.
Antoni Domènech realizó grandes aportaciones al pensamiento contemporáneo. No puedo dejar de apuntar, como ya he hecho en alguna otra ocasión, que me resulta penoso tener que soportar el bochorno de leer o escuchar la calificación de “gigantes” referida a algunos mediocres autores y autoras de moda, académicos la mayoría que, en fin, no sé lo que son, pero no precisamente gigantes del pensamiento. Domènech sí lo fue. Solía repetir que el tiempo acaba dejando las cosas en su lugar. No sé si así será. En todo caso, quien lea Por un republicanismo socialista tendrá el placer de aprender mucho de filosofía y de política.













