Venezuela vuelve al centro del tablero. No por una elección ni por una negociación, sino por la sombra de los barcos de guerra de Estados Unidos frente a sus costas. La Casa Blanca asegura que es un operativo para frenar el narcotráfico. Pero en la región todos entienden otra lectura. Es más difícil creer que se trata de un simple bloqueo contra carteles que pensar que es una nueva presión contra el gobierno de Nicolás Maduro.

Los discursos oficiales hablan de droga. Las imágenes muestran buques de guerra. El contraste es evidente. Ningún cártel de la región transporta sus cargas en fragatas ni necesita portaaviones para escapar. Sin embargo Washington despliega poder naval a pocos kilómetros de Caracas y lo anuncia como si fuera una cruzada sanitaria.

El operativo no es menor. Involucra naves de alto tonelaje, helicópteros, aviones de reconocimiento y miles de efectivos. Una maquinaria militar que en otras partes del mundo se asocia con guerras abiertas, no con el decomiso de cargamentos ilegales. El mensaje es directo. La justificación es débil.

El detalle curioso es que Washington nunca desplegó tal fuerza frente a Centroamérica pese a que Honduras, Guatemala o El Salvador son rutas claves del narcotráfico. Tampoco frente a México, principal corredor de la droga hacia Estados Unidos. Allá el problema se enfrenta con retenes en las carreteras. Aquí se hace con buques de guerra.

Las cifras tampoco cierran. Los informes de la DEA reconocen que más del 80 por ciento de la cocaína que entra a Estados Unidos lo hace desde Colombia y pasa por México. Venezuela no aparece como el gran epicentro. Sin embargo el despliegue está frente a sus costas. Matemáticas políticas que no cuadran, salvo que el objetivo no sea la droga sino el gobierno que administra Miraflores.

En Caracas, el gobierno convierte cada movimiento de la flota en una prueba de hostigamiento. En la oposición algunos creen que es una oportunidad para acelerar cambios internos. En la calle, la mayoría observa con cansancio. El venezolano común ya tiene bastante con la inflación, el éxodo, la falta de servicios. Los barcos en el horizonte no llenan la nevera.

La región mira en silencio pero toma nota. Nadie quiere estar mañana en el mismo lugar de Venezuela. América Latina aprendió que cada despliegue naval es más un mensaje que una acción concreta. Un recordatorio de quién sigue teniendo músculo en el Caribe.

Los barcos están ahí. No interceptan cargamentos espectaculares. No desmantelan carteles. No muestran fotos de victorias antidroga. Su función real es simbólica. Mantener la presión sobre un gobierno que incomoda. Enseñar que la Casa Blanca sigue considerando a América Latina su área natural de operaciones. Recordar que un discurso sobre narcotráfico puede ocultar casi cualquier objetivo político.

La ironía final es que mientras los barcos vigilan las costas venezolanas, las rutas reales de la cocaína siguen abiertas en Centroamérica y México. Los carteles, gobiernos y Washington también lo saben. Y sin embargo los barcos siguen ahí, porque el verdadero cargamento que se busca interceptar parece no ser la droga, ¿será soberanía?