En un mundo donde los genocidios intentan borrar pueblos enteros, que una selección de fútbol siga entrenando es ya un acto de resistencia por la paz, la no violencia y el derecho a existir. Desde Chile, Palestina le recuerda al planeta que el balón que rueda es vida, que cada gol es memoria y que jugar es la afirmación más elemental de un pueblo que se niega a desaparecer frente al olvido, la invasión de sus tierras ancestrales y la infamia.

Desde 2019, la selección palestina no puede jugar partidos de local en su propia tierra. Y desde 2023, la devastación alcanzó niveles imposibles de narrar en su total dimensión: más de 400 futbolistas asesinados, decenas de entrenadores y casi 300 instalaciones deportivas pulverizadas por bombardeos. Canchas comunitarias, estadios nacionales, clubes juveniles: todos convertidos en ruinas.

Cada estadio destruido es un ataque directo a la vida en comunidad. Porque el deporte en Palestina no es espectáculo: es un espacio de identidad y de encuentro. Arrasar con esos lugares es un intento deliberado de borrar la memoria colectiva.

En este mismo contexto de violencia, el fútbol palestino logró en 2024 su primera victoria en la Copa Asiática y su pase histórico a octavos de final. También clasificó, por primera vez en la historia, a la tercera ronda de las eliminatorias mundialistas de Asia.

Esos resultados, obtenidos mientras los jugadores se veían obligados a entrenar en sedes neutrales como Jordania, Catar o Kuwait, fueron una forma de gritar al mundo: seguimos existiendo, aunque nos quieran borrar.

Chile, la diáspora que sostiene la memoria
El anuncio de que la selección palestina establecerá en Chile su base operativa no es casualidad. En este país vive la mayor comunidad palestina fuera del mundo árabe, con más de medio millón de descendientes.

El Club Deportivo Palestino, fundado en 1920 por inmigrantes, es desde hace más de un siglo un emblema de esa identidad. En su camiseta resplandecen los colores de la bandera palestina; en su estadio de La Cisterna se juega no solo fútbol, sino memoria. El club ha ganado títulos nacionales, ha representado a Chile en torneos continentales y, sobre todo, ha encarnado la resistencia cultural frente al olvido.

Club y selección: dos entidades, un mismo espíritu
Es importante aclararlo: la selección nacional de Palestina no se convierte en el Club Palestino. Son entidades diferentes. La primera compite como Nación en la Confederación Asiática (AFC) en torneos FIFA; la segunda es un centenario club profesional chileno.

Lo que ocurre es un acto de cooperación y hermandad: el club chileno abre su infraestructura, su red social y su historia para que la selección pueda entrenar, concentrarse y proyectar futuro. No es una confusión, sino una alianza. Y es, en sí mismo, un acto político: un esfuerzo conjunto por el derecho a estar presentes.

Cada entrenamiento en tierras chilenas será mucho más que preparación técnica. Será un acto de resistencia. Cada gol convertido desde el exilio será un grito contra la maquinaria del genocidio.

El deporte palestino no pide compasión ni permiso; exige ejercer un derecho elemental. Y lo hace en el marco de un gran lenguaje universal que nadie puede prohibir y que es pasión transversal: el fútbol.

La paz no se discute solo en mesas de negociación; también se juega en canchas prestadas, en niños que entrenan entre ruinas, en mujeres que lideran equipos a pesar de bloqueos.

Que Chile abra sus estadios no es un gesto de cortesía: es un acto de solidaridad histórica. Es la confirmación de que los pueblos pueden tejer puentes donde otros levantan muros.

La base en Chile es mucho más que logística deportiva. Es la afirmación de que Palestina existe, resiste y juega. El Club Palestino y la diáspora se convierten en cómplices activos de esa resistencia noviolenta frente a los intentos de exterminación por parte de Israel, enviando un  conmovedor y ejemplar mensaje por la vida, en clave de blanco, negro, verde y rojo.