Resumen

Este ensayo explora la tesis de Carlo M. Cipolla sobre la estupidez humana, trascendiendo su inicial concepción satírica para analizarla como un fenómeno social, cognitivo y político de profunda relevancia contemporánea. A través de la lente de la fenomenología y la neurociencia, se desentraña la naturaleza de la «estupidez cipolliana» como una disfunción metacognitiva y existencial, diferenciándola de la ignorancia o la maldad. El texto extiende el marco de Cipolla a un análisis crítico de la política actual, utilizando casos como los de Javier Milei y José Antonio Kast para ilustrar cómo la estupidez, lejos de ser un mero accidente individual, se consolida como una herramienta de dominación sistémica. Se argumenta que la subestimación de su potencial destructivo por parte de los «no estúpidos» constituye un error fatal, y se proponen vías para contrarrestarla no desde el debate racional, sino desde la organización estratégica y la construcción de nuevas pertenencias lúcidas y movilizadoras, capaces de disputar la hegemonía del relato estúpido.

 

Introducción

En el panorama de la reflexión social y económica del siglo XX, la figura de Carlo M. Cipolla emerge como una voz singular, capaz de transitar con maestría entre el rigor académico de la historia económica y la ironía más aguda para desvelar verdades incómodas sobre la condición humana. Conocido por sus investigaciones sobre la peste, el comercio y la demografía, fue, sin embargo, un breve ensayo publicado originalmente en 1976 el que le otorgó una fama inesperada: «Las leyes fundamentales de la estupidez humana». Este texto, concebido en clave satírica, se reveló como un tratado lúcido y perturbador sobre una de las fuerzas más devastadoras y subestimadas en la configuración de la sociedad: la estupidez.

Lejos de ser una mera anécdota intelectual o una provocación humorística, la obra de Cipolla ofrece un marco conceptual crucial para comprender las dinámicas de irracionalidad que permean la vida colectiva. En un momento histórico marcado por la polarización, la desinformación y la erosión del debate público, la distinción entre ignorancia, ingenuidad, maldad y estupidez se vuelve indispensable. Este ensayo se propone, precisamente, tomar la brújula de Cipolla para navegar las aguas turbulentas del presente.

Profundizaremos en las cinco leyes fundamentales que articulan su teoría, explorando cómo la estupidez es definida no por la ausencia de intelecto, sino por la capacidad de causar daño generalizado —a otros y a uno mismo— sin obtener beneficio alguno. A partir de esta base, se analizará la estupidez desde perspectivas interdisciplinarias como la fenomenología y la neurociencia, buscando comprender no solo qué hace el estúpido, sino qué lo constituye en su singularidad existencial y cognitiva.

Finalmente, aplicaremos este marco analítico a ejemplos políticos contemporáneos, examinando cómo la estupidez individual se transmuta en una amenaza sistémica y cómo su persistente subestimación por parte de los «lúcidos» se erige como el verdadero peligro civilizatorio. El objetivo último es desentrañar el rol de la estupidez como una herramienta de dominación y, quizás, esbozar caminos para contrarrestar su poder destructivo en una sociedad que, paradójicamente, parece estar cada vez más gobernada por ella.

 

  1. Identidad y contexto histórico

* Nombre completo: Carlo Maria Cipolla

* Nacimiento: 15 de agosto de 1922, Pavía, Italia

* Fallecimiento: 5 de septiembre de 2000, Pavía, Italia

* Nacionalidad: Italiana

* Campo de estudio: Historia económica

* Afiliaciones académicas: Profesor en la Universidad de California, Berkeley; también enseñó en la Universidad de Pavía, la London School of Economics y la Universidad de Oxford.

Carlo Cipolla fue uno de los historiadores económicos más brillantes e irónicos del siglo XX. Su obra se caracteriza por una combinación de rigor académico, claridad narrativa y un uso fino del humor y la paradoja. Aunque publicó investigaciones fundamentales sobre economía medieval, comercio, demografía y desarrollo europeo, su fama popular se consolidó con un pequeño y agudo ensayo sobre un tema inesperado: la estupidez humana.

 

  1. La estupidez según Cipolla: un ensayo filosófico-social

* Obra clave: «Las leyes fundamentales de la estupidez humana»

* Título original: Le leggi fondamentali della stupidità umana

* Primera publicación: 1976 (como folleto privado), reeditado en 1988 por Il Mulino (Italia)

* Idioma original: Italiano

* Extensión: Breve ensayo satírico-filosófico (apenas unas 30 páginas)

Este texto, concebido con una estructura aparentemente lúdica y provocadora, es en realidad un tratado serio —aunque irónico— sobre las dinámicas sociales, la irracionalidad humana y sus consecuencias sistémicas.

 

  1. Las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana

Cipolla establece cinco leyes —formuladas con el estilo de un manifiesto— que articulan su teoría:

* Primera ley: «Siempre e inevitablemente todos subestiman el número de individuos estúpidos en circulación.»

Implica que la estupidez es una constante antropológica, transversal a todas las clases sociales, niveles de educación o ideologías.

* Segunda ley: «La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de esa persona.»

Niega que inteligencia, educación, riqueza o poder protejan contra la estupidez.

* Tercera ley (ley de oro): «Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o a un grupo de personas sin obtener al mismo tiempo un beneficio para sí, o incluso obteniendo pérdidas.»

Esta es la definición central. El estúpido es dañino por naturaleza, incluso sin beneficiarse.

* Cuarta ley: «Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de los individuos estúpidos.»

Es una advertencia: los no estúpidos tienden a confiar demasiado, lo cual los hace vulnerables.

* Quinta ley: «La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.»

Más peligrosa que el bandido o el ingenuo, porque su acción es irracional, impredecible y autodestructiva.

 

  1. El cuadrante de Cipolla: una matriz conceptual

Cipolla desarrolla un gráfico con dos ejes:

* Eje X: ganancia o pérdida que uno causa a otros

* Eje Y: ganancia o pérdida que uno causa a sí mismo

De allí deriva cuatro tipos humanos:

* Inteligente: beneficia a los demás y a sí mismo.

* Ingenuo o incauto: beneficia a los demás, se perjudica a sí mismo.

* Bandido: se beneficia a costa del perjuicio de otros.

* Estúpido: perjudica a otros y a sí mismo.

El estúpido, por ser impredecible y actuar sin lógica utilitaria, representa para Cipolla la mayor amenaza al orden social.

 

  1. Alcance, impacto y recepción

Aunque no fue concebido como un tratado académico, el ensayo ha sido objeto de análisis en sociología, filosofía política, psicología y hasta teoría de sistemas complejos. Su tono irónico, parecido al de un manifiesto ilustrado, le permite acceder tanto al lector general como al crítico especializado.

* Traducciones y reediciones: El texto ha sido traducido a más de 30 idiomas y republicado por editoriales prestigiosas, como Penguin y Alianza Editorial, con prólogos de intelectuales que lo consideran un clásico moderno del pensamiento crítico.

* Legado intelectual: Más allá del humor, Cipolla alertó sobre la incapacidad de las sociedades modernas para defenderse de la irracionalidad estructural, una idea profundamente actual ante fenómenos como la desinformación, el populismo o la degradación del debate público.

 

  1. Conclusiones

Carlo M. Cipolla, historiador económico con una aguda sensibilidad filosófica, legó al mundo una definición provocadora y atemporal: la estupidez como un factor social activo, diseminado y devastador, al que ni la ciencia, ni la cultura, ni la lógica están inmunes. Su mayor advertencia no es sobre los estúpidos, sino sobre los no estúpidos que, al subestimarlos, les permiten proliferar.

 

Enfoque interdisciplinario: análisis de la estupidez

  • ¿Qué hace a un estúpido ser estúpido? Perspectiva fenomenológica y neurocientífica

Desde la fenomenología

En la tradición husserliana y heideggeriana, el sujeto estúpido no lo es por carecer de razón, sino por su quiebre en la apertura al sentido. Es decir, la estupidez es una forma de encierro existencial, una clausura de la intencionalidad hacia el otro y hacia el mundo. Maurice Merleau-Ponty lo insinuó: el sujeto estúpido no es ciego, sino cierra los ojos a la complejidad. Su ser-en-el-mundo es estrecho, literalista, incapaz de desplazarse a otras perspectivas.

Jean-Luc Marion o Michel Henry ampliarían este fenómeno bajo la categoría de saturación fenomenológica mal interpretada: el estúpido ve los datos, pero los ordena según una grilla interior pobre, inmodificable, autorreferencial. No es que le falten datos, sino que su Dasein está estructurado de tal forma que le impide la resonancia con lo ajeno, llevando a una hermenéutica distorsionada de la realidad que cierra el paso a la intersubjetividad y, por ende, a la comprensión de las consecuencias colectivas de sus actos.

Desde la neurociencia

La neurociencia, por su parte, no reconoce la categoría de «estupidez» como entidad clínica, pero puede describir correlatos funcionales asociados a la inflexibilidad cognitiva, déficit empático y desregulación de la metacognición.

Tres ejes relevantes:

* Inflexibilidad del córtex prefrontal dorsolateral: Individuos que persisten en errores, incluso frente a evidencia contraria. Similar al sesgo de confirmación patológico, donde la evidencia que contradice una creencia preexistente es activamente ignorada o reinterpretada para ajustarse a esa creencia, en lugar de modificarla.

* Hipoactividad de la red de teoría de la mente (ToM): Baja capacidad para simular o anticipar las emociones e intenciones de otros (región temporoparietal, corteza medial prefrontal). Esto se traduce en una ceguera social, donde el impacto de las acciones propias en el bienestar ajeno es minimizado o simplemente no reconocido.

* Déficit en el control inhibitorio (sistema ejecutivo): Tendencia a actuar impulsivamente sin evaluar consecuencias para sí o para otros. Esto va más allá de la impulsividad simple; implica una desconexión entre la acción y sus repercusiones en un horizonte temporal amplio, lo que es crucial para entender el daño «autoinfligido» del estúpido.

Conclusión parcial: un estúpido, desde este ángulo, no es un ignorante sino un sujeto neurológica y existencialmente mal calibrado para comprender consecuencias ajenas y propias. Es una conjunción de ceguera social, persistencia errática y baja autorreflexión, que lo hace inmune a la razón y a la experiencia.

 

  1. Definición de Cipolla y dos ejemplos diferenciados

Definición central

«Una persona estúpida es aquella que causa daño a otras personas o a un grupo, sin obtener ningún beneficio para sí misma, o incluso perjudicándose.»

Esto excluye:

* Al ignorante (puede aprender)

* Al ingenuo (busca el bien pero se perjudica)

* Al malvado/bandido (hace daño pero gana algo)

El estúpido es el único que genera pérdida neta para todos, incluso para sí mismo. Su accionar carece de lógica utilitaria, lo que lo vuelve impredecible y, por ende, el tipo más peligroso.

 

  1. Ejemplo 1: El burócrata que impide ayuda humanitaria

Un funcionario público que, por rencor personal o apego ciego a la norma, bloquea la entrada de medicamentos esenciales a un grupo vulnerable, incluso sabiendo que no hay ganancia personal y que eso podría afectar su reputación o puesto.

* No obtiene poder, ni dinero, ni reconocimiento.

* Causa daño sistémico.

* → Estúpido según Cipolla.

En cambio, un político corrupto que desvía fondos de ayuda, pero construye capital político, es un bandido, ya que su acción, aunque inmoral, tiene un beneficio estratégico claro para él.

 

  1. Ejemplo 2: El usuario de redes que comparte desinformación letal

Una persona que, sin investigar, difunde consejos falsos sobre salud (ej.: «ingerir cloro cura el COVID»), lo hace sin ganar dinero ni fama, y arriesga incluso su propia salud.

* Daño masivo.

* Riesgo personal.

* Cero beneficio.

* → Estúpido.

Si lo hiciera por ganar seguidores o monetización, sería bandido. Si lo hiciera creyendo genuinamente en ayudar, pero se perjudica, es ingenuo.

 

  1. ¿Qué papel juega la conciencia en la estupidez?

 

Definición y límites de la conciencia

Usamos aquí «conciencia» en dos niveles:

* Conciencia fenomenológica (intencionalidad): experiencia de estar en el mundo, dirigida a objetos o relaciones significativas.

* Conciencia reflexiva (metacognición): capacidad de autoevaluar, anticipar, corregir.

Los límites funcionales de la conciencia incluyen:

* Ceguera atencional: no ver lo obvio.

* Ignorancia inconsciente: no saber que no se sabe.

* Rigidez metacognitiva: incapacidad de revisar lo que uno cree.

 

  1. ¿El estúpido tiene conciencia?

Sí, pero fragmentada. El estúpido cipolliano posee experiencia consciente, pero no metaconciencia. Es decir:

* Percibe, pero no evalúa su efecto sobre otros.

* Actúa, pero no anticipa ni registra el daño.

* Repite errores, pero cree tener razón.

En esto se parece al psicópata disfuncional, pero sin cálculo estratégico ni ganancia. Es puro automatismo disociado de consecuencia. Su «conciencia» está encerrada en una burbuja autorreferencial que le impide procesar feedback sobre el impacto negativo de sus acciones, perpetuando así su ciclo destructivo.

 

  1. Críticas y Debates Contemporáneos a Cipolla

Desde la ética política (Nussbaum, Han)

Filósofos como Martha Nussbaum o Byung-Chul Han consideran que Cipolla despersonaliza el problema. Dicen que etiquetar como «estúpido» a alguien invisibiliza las condiciones estructurales que generan conductas dañinas (neoliberalismo, precariedad educativa, trauma colectivo). La estupidez, desde esta óptica, no sería una cualidad inherente del individuo, sino un resultado o un síntoma.

* Han: «El idiota contemporáneo no es libre, sino producido por la maquinaria de la autoexplotación». La crítica aquí se centra en que la «estupidez» cipolliana, al ser definida funcionalmente, corre el riesgo de obviar las raíces socioeconómicas o psicosociales que modelan subjetividades disfuncionales, convirtiendo a la víctima del sistema en el culpable de su propia irracionalidad.

 

Desde la psicología cognitiva (Kahneman, Gigerenzer)

Autores como Daniel Kahneman o Gerd Gigerenzer argumentan que la mayoría de las decisiones humanas son heurísticas adaptativas, no estúpidas. Lo que Cipolla llama estupidez puede ser racionalidad ecológica mal calibrada: reglas simples que en ciertos contextos fallan, pero no por estupidez esencial. Las personas no siempre tienen acceso a información completa o la capacidad cognitiva para procesarla de manera óptima; sus sesgos cognitivos son atajos que, aunque a veces llevan a errores, son funcionales en la mayoría de las situaciones. La «estupidez» sería entonces un fallo de aplicación de una heurística, no una característica ontológica.

* Nota sobre la Heurística: Una heurística es un atajo mental o una regla práctica que permite tomar decisiones o resolver problemas de forma rápida y eficiente, sin tener que analizar exhaustivamente toda la información disponible. Son mecanismos cognitivos que, aunque no garantizan la solución óptima, suelen ser lo suficientemente buenos para la mayoría de las situaciones, aunque a veces puedan conducir a sesgos o errores.

Desde la teoría crítica (Žižek, Chomsky)

Autores posmarxistas (Žižek, Chomsky) sostienen que muchos actos estúpidos tienen un sustrato ideológico inconsciente. Lo estúpido sería, en verdad, una forma alienada de obediencia al sistema, no un rasgo ontológico del sujeto. La estupidez se convierte en un disfraz o una consecuencia de la falsa conciencia, donde el individuo opera dentro de un marco ideológico que le impide reconocer sus verdaderos intereses o el carácter opresivo de ciertas estructuras.

* Crítica: Cipolla no distingue entre el acto estúpido y la producción social de subjetividades; para la Teoría Crítica, la estupidez puede ser una manifestación de la ideología dominante que naturaliza el daño y la autoexplotación.

A pesar de estas críticas, el modelo de Cipolla sigue siendo valioso por su capacidad de aislar una categoría funcional de daño sin beneficio, lo que permite un análisis empírico de comportamientos políticos y sociales que de otro modo serían difíciles de clasificar.

 

  1. Ejemplo político contemporáneo

Javier Milei (Argentina) – Ejemplo plausible de estupidez cipolliana

El presidente argentino ha promovido políticas de shock económico que han generado daño severo a su propia base social (clases medias bajas y jubilados), con resultados contraproducentes incluso para su gobernabilidad.

* No obtiene beneficios claros (su imagen se deteriora, el FMI lo presiona, hay fuga de capitales) y aumenta el sufrimiento sistémico.

* Sus actos carecen de ganancia estratégica, coherencia técnica o beneficio personal directo y sostenido. Aunque sus partidarios pueden ver un beneficio ideológico o a largo plazo, los indicadores concretos de su gestión han minado su propio capital político y la estabilidad del país de manera acelerada. La persistencia en medidas impopulares y económicamente regresivas, a pesar de la evidencia de sus efectos adversos incluso para la consolidación de su propio poder, sugiere una desconexión con la lógica de beneficio.

→ Desde Cipolla: cumple la ley de causar daño a otros y a sí mismo.

→ No es «bandido» (no hay ganancia propia clara ni estratégica, a pesar de lo que pueda proyectarse), ni «ingenuo» (es ideológicamente tenaz, no desinformado, su accionar es deliberado), ni «inteligente» (el país se deteriora junto con su propia posición).

Advertencia:

Esta categorización es interpretativa y depende del marco de Cipolla, no de juicios clínicos o penales. Se trata de un análisis funcional de las consecuencias de sus acciones, no de una valoración moral de su persona.

 

Caso José Antonio Kast: evaluación funcional según Cipolla

Desde la perspectiva de Cipolla —aplicada con rigor y no como insulto, sino como categorización funcional del daño social sin ganancia racional—, la hipótesis de que José Antonio Kast encaje como «estúpido» se puede sostener si se documentan acciones que cumplan con tres criterios:

* Causa daño a otros, especialmente en contextos colectivos o estructurales.

* No obtiene un beneficio personal o político proporcional (es decir, actúa contra su propia eficacia o credibilidad).

* No hay cálculo racional del daño causado, sino una reiteración dogmática o disociada de consecuencias.

Veamos si, en la práctica, cumple esos criterios:

  1. Causa daño a terceros

* Ha promovido discursos negacionistas de la dictadura chilena, relativizando la tortura y el asesinato de miles de personas, lo cual retraumatiza a víctimas y banaliza crímenes de Estado, dañando la cohesión social y la memoria histórica.

* Ha defendido políticas extractivistas, privatización extrema y el rechazo al reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, lo cual profundiza desigualdades históricas y puede aumentar la violencia estructural y el deterioro ambiental.

  1. No obtiene ganancia proporcional

Pese a su insistencia, ha perdido dos elecciones presidenciales, incluso cuando la derecha estaba en posición de fuerza y la impopularidad de la izquierda era alta. Esto sugiere que su radicalidad no le rinde frutos electorales para alcanzar la presidencia.

* Su discurso no amplía base electoral, sino que la estanca o polariza, haciendo inviable una mayoría democrática sostenida. Mantiene a un nicho fiel, pero su incapacidad de moderar el tono o las propuestas le impide trascender ese umbral.

* A nivel internacional, ha desprestigiado la imagen de Chile, por alinearse con figuras radicales como Bolsonaro o Trump, sin recibir respaldo estratégico ni alianzas duraderas que compensen el costo en reputación internacional.

  1. Falta de conciencia estratégica o autocrítica

* Repite ideas desacreditadas (como que la ONU promueve la ideología de género o que las mujeres pueden «decidir no ser abusadas»), sin mostrar una evolución en su pensamiento ni adaptación a los cambios sociales.

* No muestra aprendizaje de derrotas previas, sino una reiteración ideológica sin recalibración, aun cuando eso erosiona su posición y credibilidad. Esta rigidez le impide una reflexión metacognitiva sobre la efectividad de sus propias tácticas.

* Es incapaz de anticipar el daño que genera en sectores aliados más moderados o conservadores democráticos, quienes a menudo deben distanciarse de sus posiciones para no ser arrastrados por la radicalidad.

 

Conclusión del caso Kast

Bajo el modelo de Cipolla —no como juicio moral, sino como esquema funcional—, José Antonio Kast puede ser razonablemente clasificado como estúpido, en la medida en que:

* Actúa contra su propio interés político a largo plazo, al no lograr expandir su base electoral y al erosionar su credibilidad.

* Daña al tejido democrático, a la memoria histórica y al consenso social con sus discursos polarizantes.

* No lo hace para obtener beneficio económico personal claro (como un corrupto) o una ganancia estratégica de poder (como un bandido eficaz que capitaliza la destrucción).

* Y persiste en ello sin conciencia del efecto destructivo, incluso sobre sí mismo y su aspiración de gobernar.

Si se demostrara, en cambio, que su estrategia busca instalar un orden autoritario como vía de poder a largo plazo, sería más bien un bandido inteligente —según la matriz de Cipolla—, aunque éticamente cuestionable. Pero si daña sin ganar, y lo hace reiteradamente, se trata de un estúpido funcionalmente peligroso.

¿Cínico o estúpido? Análisis funcional del doble estándar de José Antonio Kast frente a Cuba, Venezuela y China

  1. El hecho

José Antonio Kast ha reiterado públicamente que, si llega a la presidencia de Chile, rompería relaciones diplomáticas con regímenes autoritarios de izquierda como Cuba o Venezuela, en nombre de la libertad y los derechos humanos.

Sin embargo, frente a China —también gobernada por un partido único y con severas (aunque cuestionables debido a la narrativa occidental hegemónica) críticas internacionales en materia de derechos humanos— Kast afirma que no rompería relaciones ni aplicaría sanciones, ya que «sería irresponsable dañar las relaciones económicas con nuestro principal socio comercial».

  1. Análisis según el cuadrante de Cipolla

Este comportamiento muestra una tensión entre cinismo estratégico (bandido) y estupidez estructural (estúpido), y revela cómo un actor político puede transitar entre ambos:

  1. ¿Es bandido?

* Sí, en parte. Porque instrumentaliza la narrativa moral de los derechos humanos solo contra enemigos ideológicos percibidos (Cuba, Venezuela), mientras protege aliados económicos estratégicos (China), sin coherencia ética universal.

* Gana con esto aplausos de su base ideológica dura, que valora la cruzada anticomunista, pero también evita conflictos con el poderoso empresariado exportador chileno, lo cual es un cálculo de poder frío y oportunista. Esta selectividad moral maximiza su apoyo sin costos económicos inmediatos: marca del bandido.

  1. ¿Es estúpido?

* También podría serlo, si ese cálculo oportunista lo lleva a perder credibilidad institucional, internacional y electoral a largo plazo.

* Al mostrar un doble estándar tan evidente, erosiona su autoridad moral y la de los principios que dice defender (coherencia, valores republicanos, derechos humanos universales). Esta incoherencia puede restarle apoyos en sectores de derecha democrática, liberal o incluso en espacios religiosos coherentes, que valoran la ética por encima de la conveniencia. La incapacidad de anticipar este costo reputacional, que a la larga socava su propia plataforma de legitimidad, lo acerca a la estupidez.

  1. ¿Qué tipo de sujeto es entonces?

La figura que emerge es más compleja: un actor que transita entre el cinismo oportunista y la estupidez doctrinaria, es decir, un sujeto que hace daño a los valores democráticos y a su propia coherencia, con escasa ganancia neta o sostenible. Ni siquiera logra convencer a sus pares más tecnócratas ni ampliar su base electoral de forma efectiva más allá de su nicho.

Por eso, puede ser clasificado como:

* Bandido de corto alcance, si el objetivo es conservar apoyo de votantes duros y evitar conflictos con lobbies económicos clave, un cálculo pragmático pero limitado.

* Estúpido funcional, si ese mismo acto destruye su posibilidad de ser gobierno o de construir hegemonía real a largo plazo, al socavar los principios éticos que son la base de la confianza y el consenso democrático.

 

  1. Conclusión política y semiótica

Kast encarna el perfil del actor reactivo, cuyo marco simbólico es la moral autoritaria selectiva: castigar al enemigo débil, someter al pobre, y callar ante el poderoso si eso conviene monetariamente. Esa es, en términos de Cipolla, la antesala de la estupidez destructiva, pues daña la legitimidad política incluso de sus propios principios. Es una ceguera autoimpuesta a las contradicciones que, a la larga, resultan en perjuicios para su propio proyecto político.

Y como advertía Cipolla en su quinta ley:

«El estúpido es más peligroso que el bandido, porque su acción no tiene cálculo, ni límite, ni sentido común.»

Cuando un político pasa de la conveniencia cínica a la autonegación racional —y sigue creyendo que actúa con rectitud—, ha cruzado la frontera de la estupidez política con consecuencias para todos.

 

La estupidez como herramienta de dominación sistémica: cuando deja de ser accidente y se vuelve estrategia

La estupidez no es solo un error individual ni un defecto moral: es una condición estructural funcional al orden dominante. No siempre fue así. Pero en el actual estadio del capitalismo tardío, la estupidez ha sido perfeccionada como una tecnología de sometimiento, una maquinaria de reproducción de ignorancia con rostro de libertad.

Cuando Carlo Cipolla describió al estúpido como aquel que daña a otros sin beneficiarse él mismo —e incluso se daña a sí mismo—, muchos leyeron el gesto como sátira o provocación. Pero en realidad, Cipolla estaba nombrando la pieza clave del colapso civilizatorio contemporáneo: el sujeto estúpido es la pieza intercambiable del poder, la marioneta que dinamita el puente por el que camina, y que ríe mientras cae.

Subestimar al estúpido: el error fatal de los lúcidos

Cipolla lo advirtió en su cuarta ley:

«Los no estúpidos subestiman siempre el potencial nocivo de los individuos estúpidos.»

Pero esa advertencia ha sido ignorada. Los sectores lúcidos —intelectuales, progresistas, tecnócratas, militantes éticos— continúan abordando al estúpido como si fuera recuperable por la vía del argumento racional. Dialogan con él. Le muestran datos. Le hacen memes irónicos. Lo exponen en programas de debate.

Y sin embargo, pierden.

Porque el estúpido no opera en el registro del dato, sino del símbolo; no en la lógica, sino en el afecto ciego. Y porque el sistema ha organizado su subjetividad para que ignore deliberadamente la complejidad. No es que no entienda: es que ha sido entrenado para desentenderse, para encapsularse en una «zona de confort cognitiva» donde la verdad se subordina a la pertenencia tribal y la conveniencia emocional.

 

Mecanismos de nuestra ingenuidad

¿Por qué los lúcidos seguimos cayendo en la trampa de debatirlos?

Porque proyectamos en ellos nuestro propio modelo de conciencia. Creemos que si alguien es capaz de hablar, votar o indignarse, también debe ser capaz de reflexionar. Asumimos que el otro tiene un mínimo de metacognición. Que si ve el daño, lo evitará. Que si siente dolor, se corregirá.

Pero el estúpido cipolliano no ve, no registra, no calibra. Y ahí está el autoengaño fatal del lúcido: cree que el estúpido opera con el mismo código, y solo está mal informado. Por eso, debate. Pero el debate, en este escenario, no es diálogo: es pedagogía estéril, una performance sin resonancia en un sujeto blindado por la ideología y la disonancia cognitiva. La sobrecarga de información y la fragmentación mediática en la era digital no solo no curan la estupidez, sino que la refuerzan, permitiendo la construcción de realidades paralelas donde la «verdad» es una elección, no un consenso intersubjetivo.

 

¿Quiénes siguen al estúpido? El perfil del seguidor

Los seguidores del estúpido son múltiples, pero comparten una característica central: prefieren la identidad a la complejidad, la certeza simplista a la ambigüedad de los hechos.

Buscan:

* Explicaciones simples a problemas sistémicos: un «enemigo» externo que canalice frustraciones y evite la autocrítica.

* Un enemigo claro: feministas, inmigrantes, mapuche, zurdos, globalistas, el «Estado», etc.

* Una moral vertical, sin matices: orden, familia, castigo, que ofrece una estructura rígida en un mundo percibido como caótico.

* Un líder que parezca «como ellos», pero sin sus miedos ni sus fracasos, que encarne la «autenticidad» y la rebeldía contra lo «políticamente correcto».

En ese marco, el estúpido político —como Milei, Bolsonaro, Trump, Kast— encarna una venganza simbólica contra los saberes establecidos, contra los expertos, contra la culpa de clase, y contra la complejidad del mundo moderno. Y por eso lo siguen incluso cuando les destruye la salud, la educación o el trabajo; la pertenencia a un colectivo que ofrece certezas y una figura que valida sus resentimientos, es más poderosa que la evidencia empírica de su propio perjuicio.

 

El libertario dolido: ¿cómo se lo enfrenta?

¿Qué hacer con el libertario que hoy sufre las consecuencias de su propio voto, aquel que fue convencido por el «estúpido útil» del sistema? La respuesta no puede ser la ridiculización o la superioridad intelectual, pues eso solo refuerza su cerrazón y su lealtad tribal ante la humillación.

Primero, no ridiculizarlo. Eso solo refuerza su necesidad de lealtad ante la humillación pública, solidificando su identidad en la resistencia.

Segundo, no intentar convencerlo de que estaba equivocado: eso ataca su identidad, no su razonamiento, generando un mecanismo de defensa ideológico más férreo.

Tercero, escuchar el dolor, no la ideología: conectar desde la experiencia concreta de la precariedad, la frustración o el desamparo, no desde la corrección teórica. Es buscar puntos de empatía y reconocimiento mutuo.

Y solo entonces, mostrarle que hay otros caminos de dignidad y autoafirmación, no para hacerlo cambiar de idea de forma abrupta, sino para ofrecerle una nueva pertenencia sin escarnio, basada en soluciones reales y solidaridad, no en fantasmas ideológicos. Se trata de desarticular la identidad del seguidor del estúpido desde sus propias necesidades insatisfechas.

 

El fracaso de los intelectuales racionales

¿Por qué los datos no funcionan?

Porque el sistema ya no opera sobre verdades objetivas y consensuadas, sino sobre relatos que organizan el deseo, el miedo y el resentimiento. La era de la posverdad ha instrumentalizado la racionalidad misma, convirtiéndola en una herramienta más para la construcción de narrativas.

Y porque los racionales han delegado la emoción y la construcción de sentido a sus adversarios. Han creído que la razón sola basta, que la exposición de los hechos por sí misma es suficiente para cambiar mentes y voluntades, desestimando la dimensión afectiva y simbólica de la política.

Pero la hegemonía —como enseñó Gramsci— no se construye con verdad, sino con sentido común organizado desde el poder, y a menudo, ese sentido común se moldea sobre ficciones y pulsiones primarias. Hoy el sentido común ha sido secuestrado por los estúpidos útiles del capital, que repiten frases como «el Estado es el problema» o «cada uno se salva solo», aunque estén muriendo por falta de insulina pública o viendo cómo sus derechos son desmantelados. La «estupidez producida» se convierte así en una forma de «consentimiento fabricado» que no responde a la lógica, sino a la lealtad emocional a un relato.

 

¿Cómo enfrentarlos sin reproducir su lógica?

La única forma de enfrentar a un estúpido sin caer en su juego es no hablarle a él directamente, sino a quienes podrían seguirlo. El estúpido no se detendrá. No se corregirá. No hay pedagogía posible con quien se daña a sí mismo como virtud o con quien ha sido programado para ignorar las consecuencias.

Pero sí se puede:

* Evitar su masificación, quitándole eco mediático y plataformas que validen su discurso dañino sin contrapeso.

* Desenmascarar su lógica destructiva en ejemplos reales y cotidianos que impacten directamente la vida de las personas, mostrando las consecuencias tangibles de sus acciones.

* Hablar con quienes dudan, no con quienes niegan; el foco debe estar en los indecisos y los que empiezan a sentir el costo de la estupidez.

* Crear espacios de pertenencia lúcida, no solo de denuncia, ofreciendo comunidades y discursos alternativos que generen un sentido de propósito y dignidad.

* Ofrecer símbolos nuevos y relatos movilizadores, no solo argumentos fríos. La política es también emoción y narrativa.

* Y cuando se tiene poder institucional, se lo debe contener jurídica, electoral y narrativamente. No con censura, sino con estrategia, utilizando las herramientas del Estado de derecho para limitar el daño que los estúpidos políticos pueden infligir.

El antifascismo no es solo moral: es organización, es inteligencia estratégica, es capacidad de construir alternativas simbólicas y materiales que disputen la hegemonía del relato estúpido.

 

La estupidez no es espontánea: es producida

El sistema neoliberal necesita al estúpido como necesita al consumidor.

Lo forma desde la infancia a través de modelos educativos que priorizan la memorización sobre el pensamiento crítico. Lo educa para obedecer a la autoridad y al mercado. Le da pantallas en lugar de pensamiento, influencers en lugar de maestros, velocidad superficial en lugar de profundidad reflexiva. La cultura del fast-thinking y el algoritmo refuerza la caja de resonancia de sus propios sesgos, impidiendo la exposición a ideas contradictorias.

Bourdieu lo llamó reproducción simbólica, donde las estructuras sociales se perpetúan a través de la inculcación inconsciente de modos de pensar y actuar. Foucault lo vio como biopolítica de la ignorancia, una forma de gobernar a las poblaciones limitando sus capacidades de autoconciencia y acción política. Mark Fisher lo definió como realismo capitalista: la incapacidad generalizada de imaginar una alternativa al sistema actual, lo que lleva a la aceptación pasiva de sus contradicciones y absurdos, incluso de los más dañinos.

Por eso, el estúpido es una figura política planificada, no un accidente. Es un engranaje fundamental en la maquinaria de control social.

Y por eso, cuando un Milei destruye la universidad pública y miles lo aplauden, no estamos viendo locura individual: estamos viendo hegemonía cultural funcionando como debe, un sistema que ha sembrado la irracionalidad para cosechar obediencia.

 

Advertencia Final: Si no lo entendemos, Kast será Presidente

Chile está al borde del mismo abismo.

Si no logramos comprender que el estúpido cipolliano ya no es solo un individuo, sino una maquinaria colectiva —la suma de estúpidos, bandidos, ingenuos e ignorantes, junto a las derechas decapitadas por el pragmatismo—, esta fuerza inercial llevará a José Antonio Kast a la presidencia en la segunda vuelta electoral.

No basta con tener razón. No basta con indignarse.

Hay que entender cómo opera la estupidez estructural, cómo se construye una subjetividad obediente y cómo se desarma esa maquinaria antes de que sea irreversible. La lucha contra la estupidez es una lucha por la democracia, por la razón pública y por la supervivencia de un proyecto colectivo.

De lo contrario, la historia se repetirá. No como farsa, sino como consigna, gritada por multitudes que celebran su propia ruina, convencidas de que es la única vía hacia la «libertad». La urgencia de la hora exige una respuesta estratégica, informada y valiente. Debemos pasar de la condena moral a la acción política concreta, construyendo una contrahegemonía basada en la lucidez, la solidaridad y la capacidad de imaginar y construir un futuro donde la estupidez, lejos de ser un arma de dominación, sea una patología erradicada por la vitalidad de una sociedad consciente y organizada.

 

Referencias

A continuación, se presenta una selección de textos que fundamentan o dialogan con las ideas expuestas en este ensayo, utilizando un formato de citación simple, acorde con el protocolo español para ensayos.

* Bourdieu, Pierre. (1972). Esquisse d’une théorie de la pratique. Ginebra: Droz. (Para la reproducción simbólica).

* Chomsky, Noam. (varias obras). Fabricando consenso. (Para la crítica a los medios y la ideología dominante).

* Cipolla, Carlo M. (1988). Allegro ma non troppo. Bolonia: Il Mulino. (Contiene «Las leyes fundamentales de la estupidez humana»).

* Fisher, Mark. (2009). Capitalist Realism: Is There No Alternative? Winchester, UK: Zero Books. (Para la definición de realismo capitalista).

* Foucault, Michel. (varias obras). Vigilar y castigar. (Para la biopolítica y el control social).

* Gigerenzer, Gerd. (2007). Gut Feelings: The Intelligence of the Unconscious. Nueva York: Viking. (Para la racionalidad ecológica y las heurísticas).

* Gramsci, Antonio. (1971). Selections from the Prison Notebooks. Nueva York: International Publishers. (Para el concepto de hegemonía cultural).

* Han, Byung-Chul. (2014). Psicopolítica. Barcelona: Herder. (Para la crítica al neoliberalismo y la autoexplotación).

* Heidegger, Martin. (1927). Ser y Tiempo. (Para el concepto de Dasein y la fenomenología existencial).

* Henry, Michel. (2003). Incarnation: Une philosophie de la chair. París: Seuil. (Para la fenomenología de la carne y la intersubjetividad).

* Husserl, Edmund. (1913). Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. (Para la intencionalidad y la conciencia fenomenológica).

* Kahneman, Daniel. (2011). Thinking, Fast and Slow. Nueva York: Farrar, Straus and Giroux. (Para los sesgos cognitivos y las heurísticas).

* Marion, Jean-Luc. (2002). De l’excès. París: Presses Universitaires de France. (Para la saturación fenomenológica).

* Merleau-Ponty, Maurice. (1945). Fenomenología de la percepción. París: Gallimard. (Para la corporeidad y la apertura al mundo).

* Nussbaum, Martha C. (varias obras). Capacidades humanas y justicia social. (Para la ética política y las condiciones estructurales).

* Žižek, Slavoj. (varias obras). El sublime objeto de la ideología. (Para la ideología y el inconsciente político).