Debe vestirse con abrigo suficiente y salir al campo a ponerle el rostro hinchado al viento gélido del invierno y caminar sin rumbo definido, pero con la decisión tomada y elegir el lugar en el que se construirá el círculo. Una vez señalado ese breve espacio de planeta tierra, es menester olvidar que el tiempo existe y habrá que limpiarse los ojos para empezar a recolectar las ramitas, las ramas, los tronquitos y los troncos, así, en un orden ascendente en el tamaño, mismo orden en el que se irán separando sobre el pasto. Con todo el campo húmedo por el peso leve pero contundente del rocío, que en el campo deja de ser agua para convertirse en manto, hay que reconocer bien qué ramas están verdes y cuales tan sólo húmedas. Pero hay que ser paciente, afilar el ojo y meterse bajo los arbustos, se debe tener presente que ocurrirá lo que siempre ocurre cuando uno se mete en lugares enredados, se sale con uno que otro rasguño. El cuerpo va a oscilar permanentemente entre dos movimientos –milenarios, por cierto– el de estar erguido e inmediatamente gacho y viceversa una y otra vez, un cuerpo humano desdibujado y que se convierte, por un rato, en pescuezo de ave en el que las manos y los dedos pasan a ser los picos. Con una mano se recolectan las ramitas y tronquitos y con la otra se sostienen y almacenan como acunando a un crio al que se arrulla o se le da de mamar, se juntan unas sobre otras hasta que empiezan a caerse, y ahí, en el desborde, es cuando debe ocurrir el vaciamiento, entonces habrá que dirigirse hasta el lugar elegido y dejar en el suelo las ramas que hasta el momento se hayan levantado y, una vez con las manos libres, se tendrá la posibilidad de sonarse los mocos y retomar la tarea de recolección. Es importante no forzar. Si la rama está verde por más indicada que parezca, mejor conviene dejarla en su lugar, de lo contrario se llenará de frustración al ver que habrá sido completamente innecesario tratar de involucrarla en algo para lo que no estaba preparada. Se debe continuar en la recolección de troncos medianos y más gruesos con la certeza de que saldrá bien, si la tarea se encara con dudas será absolutamente infructuoso continuar, aunque el cansancio, la tristeza o la densidad de las nubes amenacen, hay que hacerlo igual. Cuando llegue el momento de volver a vaciar la carga de los nuevos troncos y tronquitos, pare un momento y observe esos montículos de formas largas de madera apilada, sentirá sosiego y frío tranquilo en su cuerpo, es la verificación de que aún en medio de la tribulación, es posible completar una tarea. Mientras todo eso está ocurriendo y los fríos dedos de sus manos picotean maderas que serán alimento abrasado, por el rabillo del ojo hinchado deberá ir chequeando en la extensa superficie del campo el estado de las hojas secas –que tal vez no lo estén tanto– pero que serán indispensables para la ignición (a esos pañuelos reducidos que lleva en los bolsillos ni siquiera los tenga en cuenta, sólo sirven para cargarse con los fluidos de su rostro y su posterior incineración). Aún con la mente plagada de pensamientos encerrados que sólo hallan la salida por los lagrimales, será posible sentir la alegría pura de armar una buena y sólida estructura con la madera que recolectó, la tranquilidad que trae la prolijidad. Si cumplió con el paso de olvidarse del tiempo entonces habrá armado una base lo suficientemente sólida y abierta que permita la entrada y la circulación del oxígeno. En invierno los días son más cortos y habrá llegado el momento se sacar del bolsillo el único fósforo que llevó, uno solo porque desde el primer momento se supo que, ante una sola oportunidad, no se puede fallar. Y entonces cuando empiece a alumbrar en la base de la estructura de madera vendrá una profunda respiración, será momento de sentarse a contemplar la obra y a la vez su destrucción y mientras eso ocurre entenderá, como entendí yo, que no hay otro antídoto posible en el mundo para cuando no se puede parar de llorar durante todo un día que el de tener que vérselas con el frío y seguir las instrucciones para hacer un buen fuego y proveerse uno mismo la luz y el calor.
Instruccciones
- Ciudad de Buenos Aires, Argentina -













