La situación política en Colombia no da tregua ni descanso a un presidente cuyas luchas tropiezan con enemigos y con muchos “amigos”

Los ires y venires de la reforma laboral, los cortes y recortes de la reforma pensional, la situación de la población indígena, los ataques a los colectivos LGBTQI+, las salidas de tono de ciertos políticos, las envidias de los poderes tradicionales y los fácticos, las cargas de profundidad enviadas desde los medios masivos de difusión, los atentados contra firmantes de los acuerdos de paz, sindicalistas, defensoras y defensores de derechos humanos y contra algunos políticos.

Todo un panorama de hiperactividad del que, como suele pasar, sacarán ganancias los de siempre y perderán las mismas personas que lo vienen sufriendo toda la vida y que verán anulados los pocos beneficios logrados en estos años.

La política de comunicación de Gustavo Petro no es la mejor del mundo, sus maneras, a veces, tampoco. Si a eso le sumamos los incontables palos que le han puesto entre las ruedas durante su gobierno, llegamos a la conclusión de que nadie sabe cómo ha llegado hasta donde está hoy y cómo sobrevive a tanta andanada.

La última, tal vez cuando esto se publique ya no lo sea, es la que ha puesto al descubierto el periódico El País, en su edición para las Américas, sobre los diálogos de quien fuera ministro de Relaciones Exteriores de Petro en los que, para abreviar, pide, y lleva tiempo haciéndolo, poco menos que acabar con el presidente por motivos de toda índole, salvo estrictamente políticos.

Además, en ese desbarajuste vociferante, el que fuera partidario acérrimo del presidente implica a tirios y a troyanos para socavar, no sólo la imagen presidencial y el futuro del gobernante y del país, sino también sus relaciones con personas de su círculo más cercano y que le han acompañado en esta travesía por los embravecidos mares de la política en un país para nada acostumbrado a las discrepancias de criterio y a que las personas de abajo tengan voz -al menos en las calles y con colectivos sociales que se van empoderando frente a los jerarquías hegemónicas-.

Si progresistas, sean petristas o no, caen en la trampa del discurso maniqueo y empiezan, o continúan, sospechando de todos y de todo lograrán lo que las derechas extremas, gran parte de los poderes económicos y mediáticos y las clases políticas tradicionales llevan intentando desde agosto de 2022: tumbar el gobierno del cambio.

No puede triunfar la división, falta mucho por hacer para llegar a transformar un país que necesita que la dignidad se haga costumbre y seguir dando muestras de que sí puede ser una potencia para la vida.