“No se puede hablar de diálogo cuando una mujer mapuche defensora del agua y la vida desaparece sin que el Estado reaccione.”

¿Quién era Julia Chuñil, qué causas defendía, por qué es clave su figura?

Julia Chuñil no era una activista improvisada ni una voz pasajera. Era una de las mujeres mapuche más comprometidas con la defensa del agua, la tierra y los derechos ambientales en el sur de Chile. Su liderazgo se formó en la trinchera de los conflictos territoriales, en las asambleas comunitarias y en las denuncias contra megaproyectos extractivistas. En un país donde se criminaliza la protesta, ella eligió el camino más difícil, hablar claro, denunciar, resistir.

Fue parte de campañas contra la expansión de las forestales, denunció el robo de agua por parte de grandes empresas, y defendió los humedales y ríos como parte de un ecosistema espiritual y político. Julia entendía que no se trata solo de “medio ambiente”, se trata de vida, de memoria, de dignidad. Por eso su figura es clave, porque unía la causa mapuche, el feminismo indígena y la lucha ecológica en un solo cuerpo.

Durante años, sus denuncias llegaron a medios comunitarios, a radios locales, incluso a foros internacionales. Pero su nombre no fue trending topic. No salió en cadena nacional. Porque Julia representaba esa otra historia que Chile aún se resiste a mirar de frente, la historia de una mujer indígena, autónoma, rebelde, y profundamente incómoda para el poder.

Hoy, esa incomodidad permanece. Porque su desaparición no es solo la de una persona, es el intento brutal de callar una causa. Pero su nombre vuelve. Y vuelve con más fuerza, justo cuando el país hace como si no pasara nada.

Julia no era un grito, era un susurro constante. Una raíz que crecía hacia el cielo. Hoy la buscan en silencio, pero el bosque entero sabe dónde está.

La fecha simbólica del Día de los Pueblos Originarios y el contraste con su desaparición

El Estado chileno celebra el Día de los Pueblos Originarios con banderas, discursos, y bailes. Pero al mismo tiempo, ignora la desaparición de una de sus hijas más lúcidas. Julia Chuñil no está en los afiches del Ministerio, ni en los saludos protocolares. Su nombre no fue mencionado en ninguna ceremonia. ¿Cómo se explica esta contradicción tan brutal?

La respuesta es simple, se prefiere la postal antes que la justicia. El reconocimiento simbólico no alcanza si no hay voluntad real de proteger. La figura de Julia incomoda porque desarma el guion oficial, ese que muestra a los pueblos originarios como patrimonio, como folclor, como cultura congelada, y no como sujetos vivos que luchan por sus derechos.

En cada celebración, se habla de identidad, de espiritualidad, de respeto. Pero ¿qué respeto hay cuando una mujer mapuche puede desaparecer y nadie en el gobierno da una explicación seria? ¿Qué sentido tiene conmemorar a los pueblos originarios si no se exige justicia para sus dirigentes perseguidos?

Julia debería estar aquí, encabezando el acto. En vez de eso, está desaparecida. Y su pueblo, en vez de estar celebrando, sigue preguntando, dónde está Julia Chuñil?

No hay fiesta en el lof si falta la voz que guía. No hay orgullo en la bandera si la tierra llora en silencio.
No hay justicia si callan su nombre para no manchar la ceremonia.

El abandono institucional y la impunidad como constante en causas mapuche

La desaparición de Julia Chuñil no es una excepción, es parte de una secuencia. Desde hace décadas, la justicia chilena ha mostrado lentitud, negligencia y desinterés en casos que involucran a víctimas mapuche. Hay una impunidad estructural que permite que se espíe, se criminalice, se persiga o incluso se desaparezca a dirigentes sin que nadie asuma responsabilidades.

Las abogadas de la familia Chuñil han sido categóricas, estamos ante un caso que podría calificarse como desaparición forzada. Y sin embargo, no hay fiscalías especiales, no hay recursos extraordinarios, no hay voluntad política real. El Ministerio Público actúa con la tibieza de quien sabe que no habrá consecuencias. Y eso, en cualquier parte del mundo, se llama abandono institucional.

Este patrón se repite. Cuando se trata de líderes mapuche, el Estado tarda en reaccionar. Cuando se trata de mujeres mapuche, tarda aún más. Y cuando esas mujeres defienden la tierra, el agua o denuncian a empresas con poder político, el silencio institucional es casi total. No es casualidad, es sistema.

Y si el sistema no actúa, la impunidad manda. La impunidad protege a quienes ven en Julia un obstáculo. La impunidad es el cemento que cubre la memoria de las luchas. Pero esta vez, no lo lograrán.

No es el bosque quien la esconde.
Es el poder quien la borra. Pero la memoria tiene raíces más profundas que el árbol sagrado del pueblo mapuche, el canelo…..

Una defensora de la tierra

Breve historia de Julia, su lucha ambiental, liderazgo comunitario, vínculos territoriales

Julia Chuñil no era una desconocida para las comunidades mapuche del sur de Chile. Era una referente respetada, con años de trabajo silencioso y firme. Su liderazgo no nació en la academia ni en los partidos políticos, sino en la defensa cotidiana del territorio, del bosque nativo, del agua que empieza a desaparecer bajo las napas perforadas por las forestales. Julia se hizo nombre a pulso, denunciando el saqueo del Wallmapu por parte de las empresas extractivas y apoyando comunidades que enfrentaban desalojos, contaminación y criminalización.

En muchas localidades del Biobío y la Araucanía, su rostro era conocido. Era convocada por mujeres mapuche para formar parte de encuentros, mingas, rogativas. Su liderazgo no era autoritario, era horizontal. Julia era una puente, entre generaciones, entre lo político y lo espiritual, entre el territorio ancestral y la resistencia moderna. Eso es lo que vuelve su desaparición aún más alarmante, no estamos ante un caso aislado, sino ante un intento de callar a una dirigenta clave del movimiento territorial mapuche.

Contexto ambiental y conflicto por tierras en su zona

La región donde vivía y actuaba Julia Chuñil está marcada por una larga historia de conflicto socioambiental. Empresas forestales, hidroeléctricas y proyectos inmobiliarios han avanzado sobre tierras reclamadas por comunidades mapuche, muchas de las cuales nunca fueron restituidas tras el despojo estatal del siglo XIX. Esta invasión ha traído deforestación, sequías y una profunda fractura social. Julia lo sabía, lo vivía, lo denunciaba. Su activismo estaba ligado directamente a los efectos devastadores de ese modelo extractivista.

En este escenario, su desaparición adquiere una dimensión aún más grave. No es casual que haya ocurrido en un territorio donde la presión empresarial y la militarización del Estado coexisten. Donde la tierra se disputa palmo a palmo entre quienes la consideran un bien sagrado y quienes la ven como un activo transable. Julia estaba del lado de los primeros. Y eso la convirtió en objetivo.

El perfil de mujeres mapuche perseguidas

Julia no es la primera mujer mapuche que desaparece, es espiada, vigilada o criminalizada. Su historia se inserta en una larga línea de mujeres indígenas que han sido blanco de hostigamientos estatales y empresariales. Lo que ocurre es que ellas incomodan dos veces, ser mujeres y por ser mapuche. Y en el caso de Julia, una tercera vez, por ser defensora del medioambiente, una causa que en Chile aún se paga caro.

Muchas de estas mujeres han sido acusadas sin pruebas, procesadas por delitos sin sustento, excluidas del debate público. Se las ha silenciado no solo por la fuerza, sino también por omisión. ¿Cuántas columnas se han escrito sobre Julia Chuñil? ¿Cuántas portadas la mostraron? ¿Cuántos parlamentarios levantaron la voz por ella? La respuesta es tan brutal como el hecho mismo de su desaparición.

No desapareció. La desaparecieron. Pero el viento sigue repitiendo su nombre entre las ramas. Julia. Julia. Julia. En cada árbol que defendió. En cada río que la recuerda.

¿Dónde está Julia?

La investigación, errores, omisiones y negligencias

Han pasado más de seis meses desde que Julia Chuñil fue vista por última vez. Se activó una causa judicial, sí. Pero el Ministerio Público ha avanzado con una lentitud exasperante. No se han seguido líneas claras de investigación, no se ha considerado el contexto de amenazas que enfrentaba, ni se han activado protocolos especializados para mujeres indígenas defensoras de derechos humanos. Lo que se ha hecho, en la práctica, es dar la impresión de que a nadie le urge encontrarla.

La fiscalía ha sido cuestionada por no levantar pruebas clave, por no resguardar adecuadamente los testimonios, por no aplicar estándares internacionales de protección. Los abogados de su familia han denunciado la falta de peritajes exhaustivos, la ausencia de una búsqueda real y la nula empatía institucional. A estas alturas, no se trata solo de buscar a Julia, se trata de preguntarse por qué el Estado chileno sigue considerando que una mujer mapuche desaparecida no es una prioridad.

Una desaparición forzada no reconocida

Para los defensores de derechos humanos y los abogados de la familia, no hay duda, lo que está en curso es una probable desaparición forzada. Una figura jurídica dura, pero necesaria, que obliga al Estado a actuar con otros estándares. No basta con abrir una carpeta. No basta con decir que se está “investigando”. Se requiere una búsqueda activa, un resguardo urgente de la familia, la activación de instancias internacionales.

Pero Chile (una vez más) elude el lenguaje incómodo. Evita nombrar las cosas por su nombre. Porque si se admite que Julia fue desaparecida por su activismo, por su etnia, por su lucha, entonces también se admite que aquí hay estructuras de poder que siguen operando bajo impunidad. La desaparición de Julia incomoda porque revela algo que el Estado se niega a reconocer, que el racismo y la represión siguen vivos en el corazón del sistema.

Una familia que busca sola

Mientras el Estado duerme, su familia camina. Son sus hijos quienes han sostenido la búsqueda con sus propios medios. Son ellos quienes han debido soportar no solo la incertidumbre, sino también el trato deshumanizante de algunas autoridades. Han sido ellos quienes han insistido en las entrevistas, han empujado las acciones legales, han llorado frente a una prensa que muchas veces guarda silencio.

A pesar de todo, no se rinden. Han recibido apoyo de algunas organizaciones mapuche, de agrupaciones feministas, de activistas medioambientales. Pero no del Estado. No de quienes deberían encabezar esta búsqueda. En ese abandono, en ese desgano institucional, se revela una verdad dura, en Chile, cuando una mujer indígena desaparece, su familia debe transformarse en fiscal, en policía, en vocera, en jueza y en Estado.

Julia no está perdida. El que está perdido es el país que no la busca. El que prefiere callar su nombre. El que elige mirar para otro lado mientras su familia enciende velas en la oscuridad de la impunidad.

El doble estándar del Estado

Dos velocidades para la justicia

Cuando desaparece una joven en un barrio acomodado de Santiago, los fiscales aparecen en terreno en menos de 24 horas. Las cámaras se instalan, los medios interrumpen su programación, y los ministerios se movilizan. Pero cuando una mujer mapuche desaparece en medio de un conflicto ambiental, la lógica es otra. Se asume que “algo habrá hecho”, se retrasa la búsqueda, se minimiza su vida. Julia Chuñil lleva siete meses desaparecida y aún no existe una fiscalía de dedicación exclusiva, ni se han desplegado equipos técnicos con experiencia en casos de desaparición forzada. El contraste es brutal. No es negligencia, es racismo estructural.

Protocolos ignorados

La Fiscalía ha omitido los estándares internacionales. El Protocolo de Minnesota y el Protocolo de Naciones Unidas sobre Búsqueda de Personas Desaparecidas obligan a actuar con “diligencia reforzada” cuando se trata de defensores de derechos humanos, mujeres y pueblos indígenas. Es decir, todo lo que representa Julia. Pero nada de eso se ha aplicado. No hay informes públicos, no hay estrategias visibles, no hay siquiera una línea de tiempo oficial de los hechos. La familia ha sido la que ha debido investigar, golpear puertas, contratar abogadas, resistir el abandono. Mientras tanto, los responsables (si los hay) gozan de impunidad.

El silencio que también desaparece

Ni el gobierno, ni la Fiscalía Nacional, ni los grandes medios han dado la relevancia que el caso amerita. Las pocas menciones han sido tangenciales, y muchas veces cargadas de sospechas, como si fuera preferible dudar de Julia antes que indagar en las redes de poder territorial que podrían estar involucradas en su desaparición. El Estado chileno ha actuado como si esta vida no contara, como si la ausencia de Julia fuera un problema menor. Pero no lo es. Es una herida abierta que se ensancha con cada día de indiferencia.

El Estado guarda silencio, y ese silencio tiene forma de tumba sin cuerpo. La justicia duerme, cuando la tierra grita. Y en la cordillera, donde ella anduvo, aún se escucha su nombre como un eco de dignidad.

La memoria como justicia

Julia no es una excepción

La historia de Julia Chuñil no es un caso aislado, es un reflejo profundo de lo que ha ocurrido una y otra vez en los territorios indígenas de Chile. Mujeres que lideran, que defienden el agua, el bosque, la vida, terminan perseguidas, criminalizadas, silenciadas. Julia representa a todas ellas, a Macarena Valdés, a las mujeres de Temucuicui, a las guardianas del Wallmapu que han sufrido represión por atreverse a defender lo que les pertenece. El olvido no es casual, es una estrategia de poder. Borrar a Julia es borrar la causa que ella encarnó.

La urgencia de no acostumbrarse

La normalización del silencio es parte del problema. En este país ya no nos escandaliza que una mujer desaparezca si es mapuche, si es pobre, si vive lejos del centro. Es como si hubiera vidas con más peso y otras que flotan livianas en el margen. Pero cada una de esas vidas es una historia, un legado, una lucha. Julia no es solo una víctima, es una bandera. Recordarla, nombrarla, escribir sobre ella, es también resistir al olvido que el Estado y sus aparatos desean imponer.

Verdad, justicia, protección

La familia de Julia merece saber qué ocurrió. Sus hijos merecen una respuesta. Y las defensoras de la tierra merecen garantías reales para continuar su labor sin arriesgar la vida. La impunidad solo alienta nuevas violencias. Por eso la exigencia es clara, verdad sin demora, justicia sin atajos, protección efectiva y con perspectiva indígena para todas las lideresas ambientales. Cualquier otra respuesta será una traición no solo a Julia, sino a todas las que vendrán.

No se muere quien se siembra en la lucha. Julia camina entre raíces, entre aguas, entre cantos. Y desde la tierra herida, nos pide que no callemos.

Día de los pueblos originarios y la paradoja chilena

Un calendario con grietas

Cada 21 de junio, el Estado chileno conmemora el Día de los Pueblos Originarios. La bandera Wenufoye flamea en edificios públicos, se emiten discursos oficiales, se programan actividades simbólicas. Pero detrás de esa escenografía se oculta una grieta brutal, las comunidades siguen empobrecidas, los territorios invadidos, y los líderes indígenas, como Julia Chuñil, perseguidos o desaparecidos. La paradoja es obscena, celebramos lo que seguimos negando.

Decretos sin justicia

La institucionalización de un día festivo no resuelve siglos de despojo ni compensa el abandono contemporáneo. No hay decreto que repare las muertes, ni acto protocolar que devuelva las tierras. Los pueblos originarios no necesitan más feriados, necesitan justicia, autonomía, reconocimiento real. Mientras no exista voluntad de transformar el modelo extractivista y centralista, toda conmemoración será un simulacro.

El rostro ausente de la celebración

¿Puede una nación celebrar a sus pueblos originarios mientras permite que sus defensoras desaparezcan? ¿Puede izarse una bandera con orgullo, cuando en los tribunales hay expedientes vacíos, investigaciones lentas y fiscales en silencio? Julia Chuñil debería haber estado este 21 de junio encabezando una ceremonia, hablando ante su comunidad. En cambio, está ausente. Y su ausencia grita más fuerte que todos los himnos juntos.

Nos dicen que celebremos, pero no nos devuelven el cuerpo. Nos piden silencio, mientras la tierra sigue llorando su nombre.

Epílogo. El nombre que no podrán borrar

El silencio es una forma de complicidad

Julia Chuñil no se perdió. No fue un extravío. No se desorientó en el bosque. A Julia Chuñil la desaparecieron. Y al desaparecerla, intentaron borrar todo lo que representaba, la lucha por el agua, la dignidad del territorio, la defensa de una identidad mapuche que incomoda a los dueños del país. El silencio institucional no es solo negligencia, es una decisión política. Porque cuando se quiere, se busca. Y cuando no se busca, es porque molesta lo que esa persona encarna.

La hipocresía como política de Estado

El mismo Estado que hoy conmemora a los pueblos originarios no ha sido capaz de levantar una búsqueda digna por Julia. El mismo gobierno que habla de multiculturalismo y justicia ambiental ha permitido que una causa tan grave se diluya en las oficinas fiscales como si se tratara de un trámite más. ¿Dónde están los recursos extraordinarios? ¿Dónde están los fiscales con dedicación exclusiva? ¿Dónde están los ministros en terreno? La respuesta es brutal, están en otra parte, porque Julia es una mapuche incómoda, y eso pesa más que su humanidad.

La memoria no obedece decretos

La memoria de Julia Chuñil ya no depende de las fiscalías ni de los diarios. Vive en las mujeres que cuidan las vertientes, en los hijos que siembran el mismo huerto que su madre defendió, en las comunidades que no olvidan aunque pasen los años. La justicia, tarde o temprano, llegará. Pero la memoria no espera sentada, camina, grita, escribe, interpela. Y está escribiendo ahora mismo su propia historia, sin permiso del Estado.

Lo que está en juego

Esta no es solo la desaparición de una mujer. Es una advertencia para todo aquel que se atreva a defender el agua, la tierra o el bosque. Es una amenaza contra los pueblos que aún sueñan con autonomía. Es una marca de fuego que nos dice, “esto es lo que pasa cuando no te callas”. Pero también es una chispa que no se apaga. Porque Julia no desapareció sola. La historia la llevará en andas. Y nosotros, con esta columna, también.

A Julia no la callaron. Se la llevaron, pero olvidaron que hay nombres que no se apagan.

Hay mujeres que, aún ausentes, siguen abriendo senderos en medio del bosque que intentaron enterrar….