Este artista de cine y teatro, que usa Manoliño Nguema como nombre artístico, salió de Guinea Ecuatorial el año posterior a su Independencia de España. Su objetivo: estudiar en Ourense, en La Ciudad de los Muchachos.

Por Elena García

Con formación en Medicina y Enfermería, este artista multidisciplinar es considerado el padre de las Artes Escénicas de Guinea Ecuatorial, donde fundó una Escuela de Circo, teatro y cine y enseñó a generaciones de chavales a partir de su habla pausada.

Marcelo Ndong, Manoliño Nguema como nombre artístico, salió de Guinea Ecuatorial justo el año después de su Independencia de España para venir a estudiar a Ourense, a La Ciudad de los Muchachos. Allí se formó como artista multidisciplinar circense, para después matricularse en Medicina, diplomarse finalmente en Enfermería y volver en el año 90 a contribuir en su país con parte de lo que había aprendido.

Este niño fang que se hizo gallego ha atravesado “dos dictaduras” gracias también a la retranca, ese humor tan propio de una tierra que siente también como suya. A través del documental y de la obra sobre su vida, Ngoan Ntangan, podemos acercarnos a su importante figura.

¿En qué parte de Guinea Ecuatorial naciste?

Yo soy de Ebebiyin, de ahí es mi familia. Crecí en la isla, porque sabes que nuestras madres cuando están embarazadas van a parir al pueblo de sus madres. Así que yo nací en Ebebiyin, pero me he criado en Malabo: en Bioko sur, en Bioko norte, en Luba…

Naciste siendo español porque entonces Guinea aún era colonia de España, o, bueno, “provincia”.

Sí, sí, yo nací en el 55.

¿Cómo era esa relación colonial con España?

Nosotros respetábamos a los colonos porque eran la fuerza, eran los que mandaban y crecimos con esta idea. Por ejemplo, si la Guardia Civil española prohibía que los niños anduvieran descalzos y nos pillaban en el pueblo jugando al futbol descalzos, castigaban a nuestros padres, por lo que nos dábamos cuenta de que algo pasaba. Y luego, según íbamos creciendo, oíamos decir a nuestros padres que tenía que terminar la colonización y empezamos a ser niños con consciencia de que los blancos no podían estar ahí gobernándonos.

¿Cómo recuerdas el momento de la Independencia? ¿Lo recuerdas como ilusionante para el país y para la gente?

Claro, claro, porque yo ya tenía uso de razón. Además, en mi casa tanto mi padre como mis tíos habían estado toda la vida trabajando por la Independencia. Yo conocí a mi padre y a mis tíos en la cárcel y le preguntaba a mi madre si eran “hijos de la cárcel”, es una traducción del fang, le preguntaba si es que ellos vivían ahí, si ese era su lugar, porque los primeros recuerdos que tengo es ir con mi madre a entregarles comida a la cárcel de Black Beach.

Según íbamos creciendo, oíamos decir a nuestros padres que tenía que terminar la colonización y empezamos a ser niños con consciencia de que los blancos no podían estar ahí gobernándonos.

O sea, que tu familia siempre había estado ligada con el tema de la Independencia

Claro, eran los activistas, se escapaban, los buscaban. Como tenemos Camerún al lado, tenían la facilidad de escaparse a Camerún.

¿Y el momento de la proclamación de la Independencia?

Yo lo recuerdo como un sueño, sobre todo por mi familia, sigo diciendo. Yo veía que estaban con aquello ilusionados y la ilusión llegaba a casa. Cuando se aprobó la Independencia, fue una explosión de alegría que nunca había visto antes en mi casa. Además, mis tíos apoyaban a Macias también y llegaron las elecciones y volvieron a ganar. Fue muy emocionante para mí.

¿Y cómo es que viniste becado a España?

Después de la Independencia, en el primer gobierno que se formó, uno de mis tíos fue nombrado ministro de Educación y me estuvo buscando una beca. Porque en África funciona así, si tu tío es ministro tienes muchas ventajas para poder salir.

Eso fue meses después de la Declaración del primer gobierno, salimos de Guinea en marzo del 69. En la obra de teatro se habla de eso, de que veníamos con los españoles que habían sido expulsados de Guinea en el mismo avión.

¿Tú tenías ganas de venir?

Claro, la ilusión de cualquier niño era ir a estudiar a la Península, como la llamábamos desde allá. Cualquier niño de mi generación soñaba con venir a estudiar a España porque los que habían venido y volvían a Guinea eran los que mejor vivían. Tenían trabajo, eran médicos, abogados, señores del futuro del país.

Y llegas a “La ciudad de los muchachos” en Galicia, ¿ya sabías que ibas para allá cuando saliste?

Sí, sí, lo que pasa es que conocíamos gente que había ido a estudiar a Madrid, Barcelona o Valencia, pero no teníamos referentes de nadie que hubiese estudiado en Galicia, no sabíamos dónde íbamos. Teníamos la idea de que íbamos a encontrar lo mismo que en los colegios mayores de las otras ciudades, que nos contaban maravillas.

¿Cuántos fuisteis y qué te encuentras cuando llegas?
Éramos un grupo de 12 y nos decepcionó totalmente porque nosotros veníamos a buscar la España de los rascacielos y de los edificios enormes, la España que conocíamos, la que veíamos en las películas, pero Galicia no salía en ninguna película. Era sacarnos de una selva y meternos en otra, para árboles y lluvias ya nos alcanzaba con lo que sabíamos, así que no queríamos estar allí. Lo que pasa es que con el tiempo y toda la actividad de “La Ciudad de los Muchachos” empezamos a ver que todo aquello era otro mundo que ni siquiera nos habíamos imaginado.

Nosotros veníamos a buscar la España de los rascacielos y de los edificios enormes, la España que conocíamos, la que veíamos en las películas, pero Galicia no salía en ninguna película. Era sacarnos de una selva y meternos en otra

Con el tiempo, ¿qué ha acabado siendo Galicia para ti?

Bueno, Galicia después fue mi casa. Lo que pasa es que “La Ciudad de los Muchachos” era un mundo dentro de otro mundo, teníamos talleres de Circo que no había en otros lugares de España, teníamos talleres de jóvenes en los que nosotros mismos llevábamos las actividades, teníamos nuestra asamblea, nuestro gobierno, nuestras elecciones. En ese sentido nos recordaba a una tribu, gente dispuesta a trabajar para algo y eso nos fue reconfortando porque el Circo es eso, solidaridad y yo sigo pensando a mi edad que África es un ejemplo de solidaridad, porque todas nuestras culturas son solidarias, y eso ahora me doy cuenta que nos ayudó a mantenernos ahí.

¿Qué quieres decir con eso de que el Circo es solidaridad?

Pues que el Circo es una estructura solidaria muy importante. No se puede hacer solo, hay uno que coge, otro que agarra, otro que sube, otro que cuida por si te caes poder cogerte. Y para la educación creo que ha influido también en mi vida. En el Circo no hay competencia, si tú quieres andar por un alambre tienes que dedicarle tiempo y nadie te va a venir a ayudar ni vas a compararte con nadie y sabes que para andar un poco vas a tener que caerte muchas veces.

Cuando llegamos allí, aquello nos parecía brujería, que un niño anduviese sobre una cuerda y diera unos saltos increíbles era lo que más espectacular me parecía. Empezamos a aprenderlo y es, primero, concentración, tienes que tener la mente concentrada si quieres andar sobre una cuerda, no puedes tener la mente en otra historia y, después, el hecho de saber que vas a caer muchas veces, que no te va a ser fácil, que tienes que aprender a caer y levantarte, subir, caer…

Y luego el trapecio, ahí tienes que estar muy atento al otro porque su vida o que se haga mucho daño depende de ti y de tu responsabilidad. O si tienes una columna de tres y tú estás abajo, tienes que mantenerte fuerte porque sabes que, si aflojas, el de arriba cae y se hace daño. Se pone gente también en los lugares que son peligrosos por si uno se suelta o se cae, que se le pueda coger.

Entonces todo es una cuestión solidaria, un espectáculo de Circo no se puede hacer sin solidaridad.

¿Qué conocimientos adquiristeis en “La ciudad de los muchachos”?

De todo, de todo. Es la mayor escuela que yo he tenido porque era multi-todo. Desde hacer pan, hacer zapatos, cerámica, el Circo, la guitarra, la música, la danza, todo. Además, salíamos de gira, por ejemplo, a Japón para seis meses y cuatro se ponían enfermos a la mitad y había que sustituirles. Así que al final, cuando volvías de la gira, sabías hacer de todo.

¿Cuál de las artes del Circo es tu preferida?

Los malabares y el funambulismo, el equilibrio sobre cuerda.

Me parecía espectacular que alguien pudiera tirar 5 pelotas arriba, cogerlas y manejarlas, me parecía increíble. Además, yo no había venido exclusivamente a hacer Circo, yo quería estudiar Medicina. Yo nunca soñé con ser un artista de Circo.

Pero has acabado siendo un gran artista…

Sí, ha sido la única profesión en la que he progresado claramente, pero, en el fondo, tenía claro que cuando acabase el Circo tenía que ir a la universidad.

¿Y terminaste yendo a la universidad?

Sí, me matriculé en Medicina. Aunque hacíamos giras y eso nos obligaba a seguir el bachillerato a distancia. Nos examinábamos en las Embajadas de los países en los que estábamos, lo único que no pudimos hacer a distancia era el COU. Hice el COU, lo aprobé y después pasé otro año antes de entrar en la universidad.

Me matriculé en Medicina en el 76, hice tres años. En el 79 se produjo el golpe de Obiang y pensé que quería volver. Mis catedráticos me aconsejaron hacer dos años de prácticas en enfermería para que me avalasen un poco, que las hice en el hospital de Santiago de Compostela en traumatología y materno-infantil, creí que eran las cosas que más iban a servir cuando volviese a Guinea. Después de esos dos años me dieron el título de diplomado en enfermería.

¿Te volviste definitivamente?

Sí, volví porque aquello era mi tierra. Volví en el 90 y he estado hasta apenas unos años, hasta el 2018, que he venido porque tengo un hijo enfermo. Yo volví para vivir allí, era mi tierra.

Yo estaba dispuesto a poner en práctica en Guinea todo lo que había aprendido en España, desde la Escuela de enfermería que empecé ahí, hasta la agricultura, porque yo soy perito agrícola, el Circo, el teatro y también la recuperación de las tradiciones de Guinea

Cuando vuelves a Guinea fundas una Escuela de Circo, ¿no?

Claro, yo estaba dispuesto a poner en práctica en Guinea todo lo que había aprendido en España, desde la Escuela de enfermería que empecé ahí, hasta la agricultura, porque yo soy perito agrícola, el Circo, el teatro y también la recuperación de las tradiciones de Guinea, por ejemplo, las danzas que estaban decayendo y yo empecé a revitalizar.

De hecho, hoy en día se te considera el padre del teatro y el Circo modernos en Guinea.

Bueno, yo era el que más sabía de todas esas cosas, así que podía meterme a enseñar. Pero yo más que enseñar encontré gente con muchísimo talento. Durante años le envié chicos talentosos al Circo de los muchachos en Ourense en un convenio que tuvimos con ellos. Los niños tenían unas cualidades físicas increíbles, en dos años tenía ya una escuela de Circo que ya quisiéramos haber tenido en Ourense.

¿A cuántas generaciones de niños y niñas has podido enseñar a lo largo de esos 30 años en Guinea Ecuatorial?

Yo abarcaba todo, circo, teatro. Tenía un grupo de teatro que eran más de 200 los integrantes y tenía que procurar hacer espectáculos grandes para que todos pudieran intervenir de alguna manera.

Cuando llegué a Guinea intenté montar un Centro Cultural en mi pueblo, después me conocieron los de la Cooperación Española y me invitaron a ir a Malabo con buenas condiciones, se hacían esculturas, se pintaba. Le pusimos la Escuela de Circo de Malabo dentro del centro cultural ecuatoguineano.

Ellos pusieron medios para poder atender a tantos niños. Por ejemplo, tenía que darles leche y alimentación, preocuparme de que no estuvieran en bajas condiciones.

¿Había tanto chicos como chicas?

En el teatro había más chicas.

¿Eso por qué?

Creo que la mujer en África ha sido siempre el germen de todo, está más al tanto de todo, valoran antes que los hombres las cosas que pueden servir para algo. Los hombres son más leones, hacen mucho ruido, pero las mujeres registran más. Las mejores eran las actrices, tenían una cosa, un saber estar africano.

Galicia, ¿qué es ahora en tu nueva vuelta?

Soy yo, que me crie en Galicia. Mis referentes culturales son gallegos: Castelao, Valle-Inclán, Rosalía de Castro… Yo soy realmente gallego a nivel de formación.

¿En qué se parecen y en qué se diferencian Guinea y Galicia?

Para mí ya no hay diferencia entre una y otra, cuando estoy en Guinea echo de menos Galicia, aquí tengo compañeros y tengo hijos, y cuando estoy en Galicia echo de menos Guinea. En lo único que se diferencian es en el clima. Son sociedades cerradas, es difícil que un gallego te abra su corazón, pero, cuando lo hace, lo hace para toda la vida y eres parte de su familia. Eso es muy africano también. Son sociedades en parte un poco aisladas.

¿Eres gallego también de carácter, se te he quedado el “¿Dónde vas? Manzanas traigo”?

Yo creo que sí. La retranca me ha ayudado, claro, a vivir dos dictaduras. Teníamos una revista mensual en el Centro Cultural y como no había mucha gente que hiciese artículos me hice con la sección de humor y replicaba cosas de Castelao, esa retranca suya, que aplicaba a mi sociedad y encajaban perfectamente, parecía que había vivido en mi propia sociedad y de ahí viene en parte mi nombre.

¿Por qué, entonces, el nombre artístico de Manoliño Nguema?

Eso fue un juego que hice durante varias noches para ver cuál me quedaba. Manoliño Nguema es MN, que es el acrónimo de mi nombre también.

Manoliño era un homenaje a Galicia, a Castelao, a Manuel Fraga que es lo que se conocía en Guinea de Galicia.

Nguema es porque nosotros en la cultura fang tenemos dos nombres, el de la tribu del padre y el de la tribu de la madre y yo por parte de madre soy Nguema. Así cerré el círculo, gallego y de madre.

También en los artículos hacía ataques, pero no tenían claro de dónde venían porque no identificaban el nombre.

¿Cuándo vosotros llegasteis la gente había visto antes negros en Galicia?

No, no. Nosotros llegamos a muchos sitios que no. Por ejemplo, en Ourense a lo mejor había pasado un negro, pero nosotros éramos 12 y pequeñitos. Eso no lo habían visto nunca. La gente quería interactuar con nosotros, pero en el fondo también había ese: “Oye, ¿hacéis pis?, ¿También os ponéis morenos?, ¿Me dejas tirarte el pelo?” o “¿Me dejas tocarte?””

Eso no era extraño, eso también ocurría, yo lo suelo contar a la gente, los primeros blancos que yo vi en Guinea yo aluciné, quería tocarles todo.

¿Sí? ¿Cómo te parecieron cuando los viste por primera vez?

El primer blanco que yo vi era un sacerdote, un pastor alemán. ¡Jo, cómo ha sonado eso! Bueno es que África se había dividido entre las potencias europeas y los alemanes llevaron la Iglesia a Camerún y Camerún estaba cerca de nosotros. En mi familia fuimos de la iglesia protestante, la iglesia reformada, y venían pastores de Alemania y de EEUU a predicar, a trabajar, a formar a la gente y esa fue la primera vez que yo vi uno de ellos.

¿Y qué te pareció cuando le viste?

¡Increíble! Porque para nosotros, en la cultura fang, los muertos son blancos. Claro, sentía la necesidad de tocarle para saber si era un muerto o una persona de verdad (Risas). Hasta que empieza a jugar con nosotros y te das cuenta de que es una persona más, pero la primera impresión es esta: no sabes de qué va la historia.

¿Qué cosas se pueden expresar con el Circo, hay algo que no se pueda decir en él?

No, el Circo es el mayor espectáculo del mundo. Cabían payasos, que son unos críticos sociales tremendos, trapecistas, todo tipo de actividades maravillosas. No hay nada que no se pueda expresar.

Me gustaría que me hablases un poco de tu gran discípulo, Gorsy Edú. ¿Cómo es vuestra relación?

Como te dije, yo empecé a trabajar en el Centro Cultural en el 93 y mi taller del teatro no era solo para hacer un grupo sino para promocionar que esos talleres pudieran funcionar independientemente, instruirles un poco para que pudieran hacer grupos de teatro independientes. A los dos años esos grupos ya funcionaban y empezamos a hacer el Festival Nacional de Teatro, donde participaba cada uno de ellos con su temática y premiábamos a los mejores actores y actrices.

A Gorsy, en realidad, yo no le enseñé teatro, le enseñé un poco de técnica, pero tenía ya una capacidad innata. Gorsy era un actor desde niño, el año que se vino a España fue porque había ganado el premio al mejor actor. Se vinieron con la mejor actriz, otro de diseño y otro de pintura. Pero yo no hice nada por él, estuvo en el momento justo en la ocasión justa. Le ayudé, pero Gorsy es una bestia del teatro. Se le mandó a Santander y demostró lo que era, sacó su talento. Yo mismo le he visto en obras que se me ponía la carne de gallina. Es el que más ha aprovechado las becas que les dimos para formarse, él es el único que se ha mantenido firme en el teatro y está viviendo de eso. Era bueno en todo. Hacía karate, enseñaba a los guardias y yo no quería que se metiera en ese ambiente. Le conocía y conocía el problema que podía tener en Guinea, por eso le saqué y él lo aprovechó.

¿Y con Russo, discípulo de Gorsy? Ahora en la obra que representáis sobre tu vida estáis unidas tres generaciones de las Artes Escénicas de Guinea.

En eso sí que tengo que reconocer que yo he influido en Gosry, en la idea de dejar un legado. Cuando vino a España y empezó a trabajar con el Centro Dramático Nacional, se dio cuenta de muchas cosas. Buscó la manera de formar un grupo de teatro muy interesante en Bata en el que eran como 300 y sobresalía Russo, que hacía cine sin haber estudiado, hacía teatro sin haber estudiado, tenía todo lo que se necesita. Empezamos a intentar que viniera a España a formarse. Ahora Russo tiene también un grupo de teatro que formó él.

En la cultura fang quien educa son los abuelos, mi abuelo, con el que viví muchas cosas, era un filósofo. Porque la educación en fang es filosofía, se enseña con ejemplos. Eso ha quedado en mí

Se puede decir entonces, Marcelo, que sembraste una semilla que ha dado muchos frutos.

Eso sí, eso es lo que yo valoro. Yo podía haber vivido aquí en España, pero pensé que lo que yo sabía tenía que ponerlo al servicio de Guinea y Gorsy captó la idea y la llevó más allá. Formó a Russo y él a su vez a otros. Lo bonito de todo eso es que reconocemos la ayuda que nos han dado y se ha formado una familia teatral. Toda esa generación me llama “el abuelo del teatro”.

Un proyecto muy bello en el que se os puede ver trabajando juntos a los tres es la obra que comentaba, Ngoan Ntangan, que habla sobre tu vida.

Esa obra nace porque vinieron unos chicos de Galicia a ayudar en la fotografía de un corto de ACIGE (Asociación de Cinematográfica de Guinea Ecuatorial). Mis alumnos me habían pedido que hiciese un papel y los chicos de Galicia al darse cuenta de mi vinculación con ella, me ofrecieron hacer un documental sobre mi vida. Empezamos a ficcionarlo e hicimos que un amigo, Kiko Cadaval, me llamase desde Santiago y me dijese que preparase una obra que hablase de mi vida. Empezamos a trabajar con Gorsy y con Russo y el documental es el desarrollo de la obra y de paso va contando mi vida, bueno, la vida de alguien como yo.

¿Y Madrid te gusta? Porque es otra selva…

No, yo prefiero la selva con árboles. Me he acostumbrado ya a Galicia, además estoy allí trabajando con mi título de enfermería.

Además de la gallega, ¿qué importancia tendría la cultura fang en tu vida?
Lo que está claro es que yo soy un niño fang que se hizo gallego. En casa siempre hemos hablado fang, mi padre no nos permitía hablar otra cosa.

En la cultura fang, quien educa son los abuelos, mi abuelo, con el que viví muchas cosas, era un filósofo. Porque la educación en fang es filosofía, se enseña con ejemplos. Eso ha quedado en mí. Muchas de las cosas que soy ahora sé que son por cosas de las que mi abuelo me enseñó de pequeño.

Soy fang y me he vuelto a convencer de las cosas buenas que tienen los fang, que como cultura es enormemente solidaria. Quizás eso es lo primero que vimos en La Ciudad de los Muchachos. Teníamos una idea de la cultura europea muy desastrosa, pero al llegar a Ourense encontramos que había una tribu formada. Eso supuso en mi formación la continuación de la cultura fang con la que ya venía de origen.

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