PINTURA

 

El ánimo se mueve imaginando al anciano Tiziano arrastrar sus dedos por el lienzo buscando, literalmente a tientas, efectos de luces y sombras en la imagen de la Piedad, último cuadro destinado a su tumba y que no pudo acabar. Hoy se puede contemplar en la galería de la Academia de Venecia y lo que Tiziano dejó inacabado, Palma lo ha terminado respetuosamente y lo ha dedicado a Dios. También es su discípulo Palma el Joven el que nos cuenta la forma de trabajar en sus últimos años del nonagenario maestro.

El gesto al pintar sobre el lienzo o cualquier otra superficie puede ir desde la caricia extrema al ataque desenfrenado. En este último caso, la violencia se convierte en valor. Lo demostraron los expresionistas norteamericanos, especialmente Jackson Pollock. El ataque formal y frontal del lienzo, tendido además en el suelo, sin la protección que podría prestar la fuerza de la gravedad, prescinde del pincel y se arma de palos y escobas. El lienzo, escena y escenario de tortura, refleja, nos dijeron, exactamente el estado psíquico del autor.

El gesto violento del expresionismo abstracto lo enfrió Roy Lichtenstein al convertir el trazo impetuoso en un brochazo congelado, la energía del artista desmedido en una viñeta ¿cómica? de historieta gráfica. Entre los dos edificios del Centro de Arte Reina Sofía en Madrid hay una de sus esculturas que congelan el gesto. Escultura monumento, algo memorable que es bueno que la comunidad artística recuerde. Ese recuerdo inevitablemente remite al origen de esa violencia gestual en el intenso van Gogh luchando con el amarillo de los campos de trigo de la Provenza. De esa lucha desequilibrada con la naturaleza pudo venir la desesperación del pintor holandés y llevarle a contarse la oreja izquierda.

Con la oreja de van Gogh el cuerpo físico entra en el arte. Muchas acciones con el cuerpo como tema identitario y como arma política y social vendrían después, muchas también muy violentas; desde los rituales sangrientos de los accionistas vieneses a las muy publicitadas de Marina Abramovic. La navaja de van Gogh sesgó también el ojo de El perro andaluz y el cuadro monocromo de Lucio Fontana para con ese gesto frío de violencia atisbar el trasdós del lienzo y abrir una herida que es también invitación al misterio del espacio.

Más evidente que la violencia del gesto pictórico es el de la violencia representada en el cuadro: esos cuervos revoloteando sobre los trigales de van Gogh sirven de heraldos negros. No me detendré apenas en esas muchas pinturas, aunque algunas todavía mantiene su poder de impresionarnos por muy vistas que sean: el Guernica de Picasso o Los fusilamientos del 2 de mayo de Goya, por ejemplo; más íntima y metafísica la violencia de Saturno devorando a su hijo. Pero también, casi en el otro extremo, la violencia, si no falsa, convenientemente coreografiada por Rubens en El rapto de las hijas de Leucipo.

Solo me fijaré ahora por cuestiones de actualidad en Artemisia Gentileschi. Actualidad por la inminente exposición en la National Gallery de una pintora convertida ya en icono del feminismo. Algunos han querido explicar la insistencia de Artemisia Gentileschi en pintar la escena de Judith degollando a Holofernes como venganza y expiación por la violación sufrida a los 18 años mientras trabajaba en el taller de su padre, Orazio Gentileschi. Artemisia tuvo el valor de denunciar al violador, que fue condenado en juicio aunque a una pena muy leve. La acción no tiene nombre, pero la historia reserva uno al criminal: Agostino Tassi, otro pintor del mismo taller.

Actualidad de Artemisia Gentileschi más cercana, por la reedición del libro de Anna Banti dedicado a su figura y por la exposición homenaje del virtuoso del bolígrafo Bic, Juan Antonio Casas, en la galería madrileña Fernando Pradilla, abierta hasta finales de agosto. No dudo de la intención de homenajear a la mujer en general y a la artista romana en particular, solo que situar desnudos femeninos junto a los cuadros de Artemisia recuerdan al espectador mirando el cuadro estilo Pollock del ilustrador norteamericano Norman Rockwell, máximo representante del optimismo promovido por el “New Deal” (Nuevo Trato) de Franklin D. Roosevelt. Ante las mujeres desnudas de Juan Francisco Casas con fondos de cuadros de Artemisia Gentileschi; esa Judith decapitando a Holofernes una y otra vez, leída en clave feminista como bandera del empoderamiento de la mujer y venganza por las vejaciones, humillaciones y ocultamientos sufridos durante siglos, solo podemos preguntarnos como los niños en Halloween: ¿Truco o trato?