CINE Y MÚSICA

 

Durante incontables décadas, hemos disfrutado de las bondades del séptimo arte, el más moderno de  todos y, a la vez, el más contracultural y el que ha impregnado el siglo XX con su presencia, factura y estructura, hasta el punto de convertirse en vehículo de conexión social y homogeneizar culturas y costumbres, desde occidente a oriente, en un periodo de tiempo en el que se ha convertido en el referente “mainstream” para todo el planeta. Y durante todo ese periplo, ha tenido una compañera de viaje muy especial, sin la cual el cine, se puede afirmar sin disimulo, no podría existir, al menos en la forma actual que conocemos.

Y es que, imaginemos, ¿Qué seria del cine sin la música que lo envuelve?

¿Podemos imaginar clásicos como “Lo que el Viento se Llevó” (Victor Fleming, 1962), “Ben-Hur (William Wyler ,1960) o “Lawrence de Arabia” (David Lean,1963) sin recordar las hermosas partituras que las acompañan como lo primero que nos viene a la mente?

La música ha jugado un papel fundamental en la historia del cine, siendo tan trascendente  como lo ha sido el cine mismo. Y es que no conviene olvidar su importancia ya desde el inicio puesto que la música ya estaba presente mucho tiempo antes de que lo estuvieran el diálogo o incluso el sonido.

El cine comenzó siendo mudo, es cierto. Pero pronto, se demostró que aquello no funcionaba. Las primeras salas de cine incluían en su exhibición un pianista que interpretaba en directo determinados pasajes, que no solamente acompañaban el metraje, sino que ilustraban ya por aquel entonces el argumento, con cambios melódicos que cambiaban con la trama, de la acción al romanticismo o incluso el drama.  Su presencia era ya entonces fundamental, en un inicio en el que el cine, ideado por Lumiére, solo tenia para guiar al espectador mensajes que se iban intercalando en los fotogramas para ilustrar el argumento.

Vemos pues que su implicación e importancia estaban ya allí, desde el comienzo, asumiendo cometidos puramente argumentales.

Su implicación y simbiosis no cesó con los avances tecnológicos de la industria. Muy al contrario, su participación, ya indisoluble y grabada en las propias cintas, pasa a ser multitímbrica, con orquestas enteras y con las posibilidades que eso supone, al punto que los grandes estudios siempre han tenido en nómina a las más prestigiosas orquestas bajo la batuta de algunos de los más grandes directores y arreglistas.

Durante la época dorada del cine americano, el celuloide alcanzó su esplendor con maravillosas películas, con unas partituras que eran tan importantes e incluso más maravillosas que las cintas mismas que les daban cobijo.

En los  40, 50 y 60 comienza el cine musical, donde la música misma y las canciones canibalizan el dialogo y el argumento, con coreografiás y bailes que convierten las películas en un espectáculo completamente rendido a la misma.

En los 60 y 70, el cine empieza también a utilizar, además de orquestas, formatos más reducidos, como cuartetos y bandas, y ya en los 80 y 90 la música de cine se nutre también de nuevas texturas, con sintetizadores e instrumentos propios del rock y el pop, abarcando así una paleta sonora que enmarca mejor el cambio a una sociedad más tecnológica y moderna, como lo son las historias que el cine refleja, en el auge de la ciencia ficción y otros géneros ambientados en la fantasía. Títulos como “Encuentros en la tercera fase”, “Tron”, “Blade Runner”, “Terminator”, etc. presentan una música con texturas de tinte electrónico, dando paso a la era moderna en la música cinematográfica.

Es también hacia esta misma época cuando el cine comienza a asimilar directamente el pop, el rock y la música generalista, es decir, no hecha para el cine, dentro de los metrajes, dando paso a las bandas sonoras compuestas por grandes éxitos y canciones de moda, hits y clásicos de radio formula, creando un nuevo tipo de contenido musical para el cine que aprovecha, de nuevo, la vitalidad de la música fuera del genero cinematográfico para ilustrar su contenido.

El cine comienza también a asimilar los musicales de Broadway tipo “West Side Story”, “JesusCrist SuperStar”, “Hair”, etc. para dar vida a un nuevo genero de cine musical, que añade dimensión, medios y nuevas posibilidades con respecto a sus adaptaciones en teatro, que sirve como una progresión natural al cine musical de los 40 y 50.

Pero no es hasta entrado el siglo XXI cuando encontramos la máxima expresión de la importancia y lo que supone en realidad  la música en el cine, con los grandes conciertos de bandas sonoras de películas que se acompañan de exhibiciones del titulo en cuestión en grandes recintos y auditorios, pero sin sonido, dejando todo el protagonismo a los interpretes y músicos, siendo las imágenes de la misma película las que ambientan la función. Un formato que el propio público demandaba y que se ha convertido en un éxito y una celebración de culto.

Y la demanda de este formato no deja de ser curiosa, es por así decirlo, la vuelta al comienzo, donde esta vez es la música la protagonista principal y las imágenes, el acompañamiento a la misma. Porque es imposible entender el cine sin música. Lo sabemos, lo sentimos

Y es que, de nuevo la pregunta vuelve a estar presente. ¿Podemos pensar en películas como “Psicosis”, “Star Wars”, “Tiburón”, “Titanic”, “La lista Schindler”, “Braveheart”, “Conan The Barbarian”, “Drácula”, “El Padrino”, “Casino Royale”, “La Edad de la Inocencia”, “La Historia interminable”, “El Golpe”, “La gran evasión”, etc, sin sus correspondientes bandas sonoras?  No. Imposible. Esta unión conforma un matrimonio de conveniencia, que en el caso del cine se traduce en necesidad.

Y es que la música puede vivir sin el cine, pero el cine sin la música perdería toda su profundidad y dimensión, difuminaría su mensaje y perdería emotividad y sensibilidad.