Por Luis Mesina

En los últimos años nos hemos ido acostumbrando a que las demandas más sentidas del mundo del trabajo finalicen en derrotas. Son cientos las negociaciones colectivas, en donde la parte patronal presiona con el fantasma del desempleo para lograr imponer sus prerrogativas en detrimento de quienes buscan mejorar sus condiciones laborales y económicas. Las negociaciones colectivas en su mayoría finalizan, incluso, por debajo de los beneficios ganados anteriormente, produciéndose un deterioro significativo y progresivo en el patrimonio de los trabajadores.

Lo grave de esta reiterada práctica, es que se normaliza el que los trabajadores renuncien al mejoramiento de sus condiciones de vida.

El relato instalado y repetido hasta el cansancio, especialmente por la derecha y los grandes empresarios, es que los derechos no existen, toda vez que quien más arriesga en la relación laboral es el capitalista y no el trabajador. Idea que comienza a ganar adeptos. Este planteamiento adquiere relevancia en estos tiempos, en especial, cuando de diversos sectores se anuncia reabrir el debate sobre temas ya resueltos. Como, por ejemplo, lo referido a jornadas de trabajo. Este tema no es baladí, desde 1886 –en Chicago– cuando los trabajadores establecieron la jornada de 8 horas diarias, de ahí en adelante se fueron mejorando, se convirtieron en avances civilizatorios que buscaban mejorar la condición humana de quien entrega y vende su fuerza de trabajo.

A lo largo de la historia, cientos de derechos se ampararon bajo una de las ramas más jóvenes del derecho: el derecho laboral, cuyos principios fundamentales, el principio pro-operario (in dubio) y el principio de irrenunciabilidad, siempre han buscado equilibrar la relación laboral, pues se parte del hecho de que el trabajador está en desventaja ante el empleador, esos principios son los que algunos pretenden barrerlos completamente.

Hace algunos años Sebastián Piñera, refiriéndose a la salud y a la educación los calificó de bienes de consumo, vale decir, bienes cuyo acceso están determinados por la oferta y la demanda y, por tanto, quien tiene dinero, puede acceder a ellos. Posteriormente y en estos últimos años, el discurso más imprudente de la derecha –ante la inexistencia de una izquierda coherente en el país–, es que los derechos son un privilegio, un invento de concepciones estatistas retrogradas, que no permiten avanzar a los países y que detienen la inversión y el crecimiento, cosa extraña, si se tiene en cuenta que los países con mejores estándares en calidad de vida, desarrollo y derechos son, justamente aquellos que han sabido respetar los intereses de los trabajadores. La experiencia de los países nórdicos es un buen ejemplo para derribar el relato chilensis de que los derechos no existen y que son un invento. Permite contrastar a quienes se resisten a perder derechos como parte del “natural” desarrollo civilizatorio, con quienes se empeñan en retornar a las formas más viles y retrogradas de opresión.

Por ello, los pequeños triunfos hay que destacarlos como tales, sin grandilocuencia; pero en su justa medida, resaltarlos como logros ya que su concientización, es decir, la conciencia que sobre ellos tengan las mayorías de los y las trabajadoras, hará posible que cualquier intento futuro por conculcarlos sea muy difícil.

Ocurrió este hecho hace pocos días. Con ocasión de la promulgación de la Ley Fintec, ley que buscaba regular el funcionamiento de estas empresas que han aparecido por montones y operan, en su mayoría en el mercado financiero, se conculcó un derecho que los trabajadores bancarios mantenían por más de 50 años, se trata del llamado “feriado bancario”. Ocurre que por disposiciones normativas y por la práctica de más de medio siglo, las entidades bancarias no aperturan esos días al público, lo cual no implica que no trabajen. Los bancos siendo instituciones que operan bajo el principio de la fe pública, toda vez que, de 10 pesos que administran, prácticamente solo uno les pertenece, están obligados a cerrar sus operaciones contables el 31 de diciembre y por tal razón ese día no se apertura, sino que se destina a la cuadratura bancaria. No es una dádiva, es un derecho, especialmente porque antecede a un feriado irrenunciable, como es el 1 de enero y por ello, siempre, se consideró así. Lamentablemente, por un error, casual o no, se estaba conculcando una prerrogativa de los trabajadores. Ello, motivó que los sindicatos se movilizaran unitariamente, donde la Confederación Bancaria y del Sistema Financiero, que acaba de cumplir 80 años de existencia, jugara un rol preponderante en restituir ese derecho de larga data.

Es un pequeño triunfo, pero significativo. Si las organizaciones sindicales ante los intentos de instituciones ven amenazados sus intereses y derechos, menester es que se organicen, unifiquen y luchen por defender esos derechos.

Nuestro país, su gente hace tiempo ya que viene padeciendo de manera soterrada y otras veces directa los embates de quienes se pertrechan en el poder, mucho de los cuales tienen poca legitimidad y, a pesar de ello, de empeñan por liberalizar todo, incluido los derechos. Por ello, este pequeño pero significativo triunfo de los bancarios y de la Confederación Bancaria y del Sistema Financiero es muy relevante y debe servir como ejemplo, de que la perseverancia, la convicción y una dosis de valentía hace posible de que avancemos y no retrocedamos ante los intentos de los poderosos.

Los derechos no son un privilegio.