“Perú, cuando un país sin gobierno real abre la puerta a EE.UU. una potencia extranjera”
“Venezuela, el país donde la amenaza de EE.UU. y la tensión se volvió paisaje.”
1.Perú
Perú atraviesa una de las situaciones más críticas de su vida republicana. No es una crisis clásica ni un evento aislado. Es un colapso lento y profundo de su legitimidad política. Lo que hoy ocurre en Lima es la consecuencia de años de gobiernos que gobernaron de espaldas al pueblo. La población está fragmentada. Los partidos están rotos. Las instituciones no tienen credibilidad. La élite controla la maquinaria formal pero no controla el alma del país. El resultado es un Estado que funciona por inercia mientras la vida cotidiana se precariza y la confianza colectiva se derrumba.
En este escenario, el reciente acuerdo entre Lima y Washington para recibir una delegación de alto nivel que asesore en seguridad no es una anécdota. Es una señal de derrumbe político. Los gobiernos seguros de sí mismos no piden tutores. Los gobiernos sostenidos por minorías económicas sí lo hacen. La solicitud peruana revela la incapacidad del Estado para enfrentar su propia realidad interna. La calle ya no cree en sus autoridades. La estructura pública perdió legitimidad moral. Y el desorden amenaza con convertirse en la nueva normalidad.
Cada vez que una nación se encuentra con un vacío semejante, actores externos ven una oportunidad estratégica. Perú es hoy esa oportunidad. El país vive un deterioro institucional que desde fuera se observa con frialdad. Washington interpreta que la inestabilidad peruana puede afectar rutas logísticas del Pacífico y abrir espacios que China podría llenar. La asesoría de seguridad es la antesala de algo mayor. Es el ingreso táctico de una potencia en un país debilitado. No llega para fortalecer la democracia. Llega para fortalecer su propia presencia en un territorio que se volvió frágil y disputado.
EL COLAPSO SILENCIOSO DEL ESTADO PERUANO
Lo más grave de la crisis peruana es que se normalizó. El país vive un desorden político tan constante que la población dejó de sorprenderse. La sucesión de presidentes, las acusaciones cruzadas, la represión desmedida, los escándalos de corrupción y el uso repetido del mecanismo de vacancia construyeron un paisaje donde nadie espera estabilidad real. Perú es un país donde el gobierno existe, pero no gobierna.
- Donde las decisiones se toman sin capacidad de implementarlas.
- Donde la autoridad se sostiene en el papel mientras en la calle se desvanece.
Las protestas que estremecieron el país fueron un grito profundo. Eran el síntoma de un pueblo que ya no reconoce a sus instituciones como propias. Un Estado que no escucha está condenado a buscar sostenibilidad fuera de su territorio. Esa es la raíz del problema. Hasta que Perú no recupere una legitimidad basada en justicia social y representación real, cualquier apoyo externo será un parche peligroso. La inestabilidad no se cura con soldados. Se cura con confianza. Y la confianza está rota
WASHINGTON AVANZA DONDE LIMA RETROCEDE
La llegada de una delegación estadounidense tiene implicancias estratégicas que superan ampliamente el discurso de cooperación y apoyo técnico. Washington observa el mapa sudamericano con lentes geopolíticos.
- Ve un corredor andino convulsionado.
- Ve un Pacífico que gana importancia global.
- Ve un Perú vulnerable
Y que puede transformarse en un punto de apoyo militar y político. La asesoría de seguridad puede desembocar en acuerdos más profundos. Puede abrir la puerta a bases, a misiones permanentes, a pactos de vigilancia conjunta, a presencia sostenida.
Para Estados Unidos, Tacna es un punto ideal para su primera base. Es frontera con Chile. Está cerca de Bolivia. Mira el Pacífico. Permite controlar un triángulo estratégico donde se cruzan migración, minería, rutas marítimas y tensiones sociales. Una base militar en esa zona sería un mensaje a China, a la región y al propio Perú. El mensaje sería claro. Donde hay vacío interno, hay espacio para la influencia externa. La potencia que llega no improvisa. Actúa cuando el adversario está desordenado y el aliado está debilitado.
El problema no es que Estados Unidos tenga intereses. Todas las potencias los tienen. El problema es que el gobierno peruano no tiene fuerza interna para negociar de igual a igual. Negocia desde la fragilidad. Y cuando un país negocia desde la necesidad, termina perdiendo soberanía sin darse cuenta. La historia latinoamericana está llena de episodios en que la ayuda militar se transformó en tutela política. Hoy existe el riesgo de que Perú sea un nuevo capítulo de ese patrón.
EL IMPACTO DIRECTO EN CHILE
Un vecindario que se vuelve más peligroso
Para Chile, la situación peruana no es un evento ajeno. Es una amenaza directa a la estabilidad regional. La frontera con Perú siempre ha sido un área sensible marcada por la historia, la migración y la economía informal. Militarizarla podría contener algunos movimientos, pero también puede generar tensiones adicionales si el desorden peruano crece. El norte de Chile podría enfrentar un aumento de presión migratoria. Podría enfrentar incidentes fronterizos. Podría enfrentar la sombra de una potencia militar operando a pocos kilómetros.
Chile no tiene una política exterior diseñada para un escenario así. Está enfrentando problemas internos que absorben su energía política y su capacidad de análisis. La clase política chilena está en elecciones a la puerta mientras el tablero regional cambia aceleradamente. Si Estados Unidos instala una presencia constante en el sur peruano, Chile se verá empujado a redefinir su doctrina de defensa y su estrategia diplomática. La región se vuelve más densa y menos predecible. El riesgo no es un conflicto abierto. El riesgo es un ambiente de desconfianza que puede escalar por errores de cálculo o decisiones mal pensadas.
UNA SUDAMÉRICA FRAGMENTADA FRENTE A POTENCIAS QUE AVANZAN
El continente está entrando en una fase de vulnerabilidad colectiva. Ecuador vive una crisis criminal que desborda al Estado. Bolivia enfrenta una disputa interna que no se resuelve por vías políticas. Argentina atraviesa tensiones sociales profundas por ajustes que desgarran su tejido ciudadano. Brasil mira con preocupación la inestabilidad de sus vecinos. Chile intenta no caer en la polarización, pero no logra consolidar un proyecto claro de seguridad y desarrollo. En este contexto, el derrumbe peruano es gasolina sobre un terreno seco.
Las potencias avanzan más rápido cuando los Estados locales retroceden. La región no tiene una voz común. No tiene una estrategia compartida. No tiene un mecanismo de contención regional que pueda frenar la instalación de fuerzas externas. Sudamérica se desintegra mientras actores externos fortalecen su huella. El Pacífico se transforma en la nueva frontera geopolítica y los países siguen mirándose entre sí en lugar de mirar el tablero completo.
EL DERECHO A LA PAZ Y LA AUTODETERMINACIÓN
Lo que los pueblos quieren y lo que los gobiernos no escuchan
El continente no necesita tutores ni bases militares disfrazadas de asesoría. No necesita potencias ordenando desde fuera lo que la política local fue incapaz de resolver. Lo que Latinoamérica necesita es legitimidad interna. Sin pueblos que crean en sus instituciones, cualquier intervención externa será un riesgo para la paz regional. La soberanía no es un concepto abstracto. Es el escudo que evita que los conflictos internos se transformen en guerras ajenas.
La región no quiere miedo. No quiere uniformes extranjeros. No quiere que el Pacífico se llene de banderas que no son suyas. Los pueblos quieren paz real. Quieren justicia. Quieren gobiernos que representen sus vidas y no los intereses de quienes no habitan el territorio. La autodeterminación es el único camino viable para evitar que esta crisis se convierta en un conflicto mayor. Perú es hoy la grieta más visible del continente. Pero también es la advertencia más clara. Cuando un país pierde su vínculo con el pueblo, pierde su capacidad de decidir su destino. Y cuando una potencia ingresa para administrar el vacío, el continente entero queda expuesto.
Esta mini columna es un llamado a ver el mapa completo.
A entender que lo que ocurre en Perú es un espejo de lo que podría ocurrir en otros lugares si la región sigue sin escuchar a sus propios pueblos.
Por otra parte, Venezuela vive en peligro permanente y volvió a centro del tablero regional.
2. Venezuela
VENEZUELA Y EL APETITO DE WASHINGTON
“Venezuela como excusa y el riesgo de un nuevo error histórico”
Estados Unidos vuelve a mirar a Venezuela como botín estratégico. No como país ni como pueblo sino como reserva energética, como territorio clave, como pieza apetecible de un tablero global que ya no controla como antes. La tensión actual no nace de Caracas sino de Washington, donde un sector político fantasea con una intervención que no resolvería nada y que abriría una herida continental imposible de cerrar. La pregunta es quién gana con esa aventura y la respuesta es brutal nadie que no sea el complejo industrial militar y los intereses corporativos que orbitan alrededor del petróleo.
Trump sabe que cualquier movimiento bélico exige permiso del Congreso. Lo sabe él y lo saben los legisladores republicanos y demócratas que observan con alarma esta idea de convertir a Venezuela en el nuevo teatro de operaciones de una política exterior que repite errores como si fueran doctrina. La Casa Blanca no puede iniciar una guerra por voluntad personal. Y si lo hiciera, sería la confirmación del deterioro institucional de un país que ya vio lo que significan Vietnam, Irak, Afganistán y Libia. El pueblo estadounidense no ganó nada con esas guerras. Perdió vidas, dinero, estabilidad y credibilidad. Ganaron otros y no fueron los ciudadanos.
La narrativa de que Estados Unidos quiere “salvar” a Venezuela por el narcotráfico y la delincuencia exportada es una construcción hueca. Washington no cruza océanos para rescatar, cruza océanos cuando hay intereses. Y Venezuela es un territorio cargado de intereses, petróleo, oro, gas, hierro, aluminio, tierras raras y una ubicación estratégica en el Caribe. Esa es la verdad que nadie dice en público pero que todos entienden en privado. No existe misión humanitaria cuando el mapa está coloreado con materias primas.
El problema es que, si Estados Unidos usa a Venezuela como plataforma para proyectar poder en Sudamérica, abre una puerta que no podrá cerrar. Lo que comienza como una intervención quirúrgica termina como ocupación prolongada. Lo que se anuncia como rescate termina como caos y lo que se vende como liberación termina como vacío de poder. La historia es clara y no necesita adornos. Irak debía ser rápido y fue eterno. Afganistán debía ser correctivo y fue una humillación. Libia debía ser un experimento y terminó fragmentada. ¿Qué haría Venezuela en ese escenario sino transformarse en otro territorio roto?
Y aquí aparece la gran contradicción moral. Si la lógica es “intervenir para salvar”, entonces Estados Unidos:
- Tendría que actuar en más de cincuenta países de África donde hay guerra, esclavitud moderna, niños soldados y deterioro extremo.
- Tendría que liberar a pueblos enteros sometidos por redes criminales en Asia.
- Tendría que enfrentar dictaduras reales que encarcelan a generaciones completas.
Pero no lo hace y no lo hará.
- Porque no hay petróleo,
- Porque no hay gas,
- Porque no hay metales raros,
- Porque no hay rutas estratégicas.
- Porque ahí la brújula humanitaria siempre se queda sin batería.
Venezuela se vuelve entonces un símbolo incómodo. No por el pueblo venezolano, que no pidió ser escenario de nada, sino por la hipocresía de una potencia que decide dónde actuar según la riqueza del suelo y no según el sufrimiento humano. Si la intención fuera salvar, Estados Unidos tendría lista de espera. Pero la intención es otra consolidar influencia en una región que se vuelve estratégica ante la disputa con China y Rusia. Esa es la matriz real del conflicto.
- No ganará el pueblo estadounidense
- No ganará nada si se abre un frente bélico en Sudamérica.
- No ganará en seguridad.
- No ganará en economía.
- No ganará en estabilidad.
Y entonces, ¿quiénes ganarán?
- Ganarán las corporaciones energéticas.
- Ganarán los contratistas militares.
- Ganarán los mismos que siempre
- Ganarán cuando la bandera se levanta y la verdad se esconde.
Y Trump, si avanzara en esta aventura, no sería un salvador sería otro presidente atrapado en una guerra que él mismo no podría controlar.
Una intervención en Venezuela convertiría al continente en un polvorín. Generaría desplazamientos masivos. Activaría tensiones con aliados regionales. Desestabilizaría el Caribe. Debilitaría la relación con Brasil y México. Abriría un conflicto donde nadie puede prever el final. Y todo para qué para apropiarse de lo que no les pertenece para decidir el destino de un país que no pidió nada y para consolidar la idea de que el mundo es un tablero y no un conjunto de pueblos que merecen respeto.
Venezuela no necesita salvadores.
- Necesita paz.
- Necesita soberanía.
- Necesita decisiones internas sin tutores.
Y Estados Unidos necesita aceptar que el siglo veinte terminó y que ya no puede repetir la misma fórmula de “intervención por estabilidad” sin generar incendios globales. El riesgo es enorme. La excusa es falsa. La motivación es evidente. Y el continente entero debe levantar la voz antes de que una decisión tomada a miles de kilómetros convierta a Sudamérica en un espejo de guerras que nunca debieron existir.
EL CONGRESO ESTADOUNIDENSE COMO MURALLA
La única institución capaz de frenar una guerra absurda de Trump
En Estados Unidos ningún presidente puede iniciar una guerra por mero impulso. La Constitución es explícita. El poder de declarar la guerra no pertenece a la Casa Blanca pertenece al Congreso. Ese diseño no es un detalle jurídico. Fue creado para evitar exactamente lo que hoy se teme que una sola persona, movida por cálculos políticos o fantasías de poder, arrastre al país a un conflicto innecesario.
El Congreso estadounidense ha demostrado más de una vez que no está dispuesto a entregar un cheque en blanco para aventuras militares. Tanto republicanos como demócratas han frenado operaciones exteriores cuando no existe una amenaza real contra el territorio norteamericano. Vietnam terminó en tragedia por la falta de control parlamentario. Irak dejó cicatrices por decisiones tomadas sin transparencia. Afganistán se prolongó veinte años porque nadie se atrevió a poner límites. Hoy muchos legisladores no quieren repetir ese error histórico bajo ningún presidente.
En el caso de Venezuela, el Congreso tiene tres herramientas decisivas. La primera es negar autorización formal para el uso de fuerza militar. Sin esa firma no hay invasión posible. La segunda es bloquear financiamiento, porque una guerra sin presupuesto dura minutos. La tercera es abrir investigaciones que paralizan políticamente cualquier iniciativa militar que no tenga sustento constitucional. Esa triada convierte al Capitolio en el único contrapeso capaz de impedir que una fantasía ideológica se convierta en tragedia continental.
Muchos legisladores ya expresaron públicamente su rechazo a cualquier intervención en Sudamérica. No porque amen a Venezuela sino porque entienden que cada guerra le ha costado a Estados Unidos miles de vidas, billones de dólares y una pérdida irreparable de credibilidad. Saben que una incursión en territorio venezolano no sería una operación limpia ni rápida ni necesaria. Sería otro pantano geopolítico en el que Estados Unidos quedaría atrapado durante décadas mientras China y Rusia capitalizan el error desde la distancia.
El Congreso también escucha a la ciudadanía. Y el pueblo estadounidense está cansado de guerras que no mejoran su vida, que no reducen la violencia interna, que no bajan los precios, que no arreglan el sistema de salud, que no fortalecen la educación, que no detienen la crisis social. La población no quiere otro conflicto que solo beneficia a contratistas militares y petroleras. La presión social se convierte así en un muro adicional contra la intervención.
Si Trump o cualquier presidente intentara avanzar sin autorización, el Congreso podría activar procedimientos de sanción política que van desde la suspensión de fondos hasta investigaciones por abuso de poder. El Capitolio no lo hace por altruismo. Lo hace por supervivencia institucional. Una guerra iniciada sin aprobación legislativa es una amenaza directa al propio sistema estadounidense. Por eso la idea de invadir Venezuela no es solo peligrosa para Sudamérica.
Es peligrosa para Estados Unidos y el Congreso lo sabe. Y muchos están dispuestos a frenar esa locura de Trump antes de que comience…
BIBLIOGRAFÍA BASE
- Informes anuales de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos CIDH sobre Perú y Venezuela, capítulos de situación política y derechos civiles.
- Reportes de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos ONU Derechos Humanos, con foco en protestas, uso de la fuerza y deterioro institucional.
- Análisis del International Crisis Group sobre tensiones andinas y dinámicas de conflictividad regional en Sudamérica.
- Publicaciones del Wilson Center y del Inter-American Dialogue sobre influencia geopolítica de Estados Unidos en el hemisferio.
- Informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD sobre gobernabilidad democrática y erosión institucional en América Latina.
- Reportes de la CEPAL sobre dinámica migratoria venezolana y consecuencias sociales en países vecinos.
- Artículos recientes del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica CELAG sobre seguridad regional y reconfiguración del poder en el Cono Sur.













