Conceder el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado no es una paradoja; es la grotesca culminación de una estrategia calculada. Es el momento en que la mascarada de la «paz» occidental y sus “premios de la Paz” revelan, sin rubor, lo que en realidad significan: la vieja espada de la intervención eligiendo títeres oportunamente.
Ya hubo un conato previo con el semi-presidente Juan Guaidó y su fantasioso Gobierno desde el exilio. Nada extraño en el personaje, si no en lo que le rodeó. Es lo mismo de extraño que resulta otorgar el galardón de la Paz a María Corina Machado.
¿De qué? Si fue otorgado mientras ella y la principal figura de su movimiento, Leopoldo López, abogaban explícitamente en todo foro que les sirviera de altavoz, por que la presión estadounidense viniera sobre Venezuela. Pedían que «avance esa intervención alcanzase hacia objetivos dentro del territorio nacional» venezolano. Un eufemismo claro para la intervención o coacción militar, según convenga en EEUU.
Este pedigrí y el que aquí se explicará, no consagra la paz de ningún modo, y el personaje es una caricatura mucho más cínica y poco creíble. Puro teatro la puesta en escena, la hija recogiendo el dudoso premio. Luego la opereta de la salida de Corina Machado de Venezuela…. Ridículo. Oslo por los suelos.
Más allá del teatro. El temor que tenemos muchos, visto desde fuera, es que María Corina Machado, con todas las letras y apellidos, representa la “Restauración Oligárquica” a un modelo fracasado en lo social y en lo económico. No ya al falso bipartidismo de los tiempos de Carlos Andrés Pérez (CAP), sino más atrás aún. Este personaje y la corte aún desconocida para muchos que la acompaña representa el peligro de un pendulazo hacia el lado opuesto de lo que Chávez y Maduro fueran o quisieran representar. El que escribe se reserva también otorgarles premio alguno. Pero ambos, son más la resulta de un bloqueo o torpedeo estadounidense a una nación entera y su devenir, secundado internacionalmente. Con tanto «viento en contra», razón suficiente por la que tanto Chávez como Maduro han sido un fracaso (sumado a sus dinámicas erróneas y contradictorias internas o propias de ambos períodos).
Estos son los temas o perspectivas a desarrollar en este artículo para evitar una posible guerra civil en Venezuela, que EEUU y sus títeres en su peligroso juego pueden desencadenar. Porque hay tensión acumulada en toda la sociedad venezolana. Tanto la que aguanta allá como la que está en el “exilio”.
El patrón de restaurar élites y aristocracias no es nuevo. En este caso es la regla o costumbre operativa de un establishment que instrumentaliza el premio de Oslo, para blanquear a sus interlocutores. Si hablamos de “Premios de la Paz” extraños, la lista de laureados manchados de cinismo o sangre es larga. Aunque también es larga de los honorables.
La concesión del Nobel de la Paz a María Corina Machado si duda se inscribe en el primer tipo. En esta tradición de traicionar el espíritu del galardón, premiando no la lucha eficaz por la paz, de modo no violento per firme, osado, arriesgado; sino la sumisión a un orden geopolítico marcado por Occidente (termino equívoco que en realidad quiere decir “EEUU y el G20” o “el Norte Global” según se mire).
Sin embargo, para entender la magnitud de esta farsa, es necesario trascender la anécdota y adentrarse en la historia profunda (antigua y reciente) de Venezuela: una historia de élites disipativas y de un pueblo sistemáticamente y absolutamente excluido de la riqueza que habita su suelo desde su mismísima independencia y antes.
La maldición histórica: élites disipativas y la el despilfarro de las rentas sin progreso
Desde su independencia, Venezuela no logró sustituir el dominio de la Corona española por un proceso genuino de modernización estatal y productiva. En lugar de ello, el poder fue capturado de forma recurrente por oligarquías disipativas, orientadas a la apropiación y consumo de la renta. Primero fueron los tiempos del cacao, la agricultura, ganadería, los grandes latifundios. La Venezuela de poseída por unos pocos clanes o linajes. Luego llegó el petróleo, y nuevamente trajo riqueza solo que en cantidades mayores. Nuevamente sin apenas generar cadenas de valor, industrialización, infraestructuras duraderas y sostenibles ni una ciudadanía ampliamente formada.
Es verdad que algo de la bonanza llegó a todos por fin en el Siglo XX, pero era más parecida a la bonanza de las ciudades de los estados petroleros árabes. Un bienestar metropolitano en Caracas y alguna ciudad costera. Con una elite que el viernes volaba a Miami para ir de shopping, diversión y volver volando de vuelta el domingo… Tómese tanto como estereotipo o caricatura, pero fue real ese tiempo y ese estilo de vida. El de los Country Club selectos de Caracas etc.
Hay que insistir en que este patrón de mala gestión se remonta a los «Grandes Cacaos» de la colonia, un clan cerrado que, tras la Independencia, mucho más tarde mutó para controlar la renta petrolera del siglo XX.
Eso nos lleva ya a familias o clanes, como la de María Corina Machado. Ella es descendiente del III Marqués del Toro, ligada a la fundación de La Electricidad de Caracas, Sivensa, el Banco Mercantil y VIASA. Ella y otros en su entorno con los que formaría Gobierno, son herederos directos de esta casta o linajes. Su característica definitoria no fue la inversión productiva, sino la disipación de la riqueza en consumo suntuario, fuga de capitales y el mantenimiento de un orden social excluyente. En Venezuela nada o casi nada se fabricaba, venía importado. Si era de lujo entonces venía en avión…
El bipartidismo de Acción Democrática (AD) y COPEI (en el periodo 1958-1998), particularmente durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP), no rompió este ciclo. Fue su expresión «democrática» imperfecta. Apariencia de democracia y que creo algo de clase media. La bonanza petrolera de los 70 no se tradujo en una sociedad industrializada con clases medias estables, sino en una «Venezuela saudita» con enormes desigualdades. Fueron tiempos de una economía de importaciones y una deuda social creciente. En el bienestar de Caracas (tomando la ciudad como parte, para entender el todo), la riqueza iba por barrios. Las élites en urbanizaciones de lujo casi amuralladas y con seguridad privada y patrullas del ejército.
El Estado, lejos de ser un motor de desarrollo, se convirtió en el botín a repartir entre los partidos y sus élites asociadas. Esta fue la Venezuela que estalló en 1989.
El Caracazo: el grito de la “Masa Parda” y el posterior fracaso de la alternativa popular
El Caracazo fue la respuesta explosiva de «la masa parda». Aquí tenemos que volver a hacer un poco de Historia.
El término la «masa parda» para Simón Bolívar, miembro de la aristocracia criolla caraqueña, era un término que reflejaba tanto un temor social como un diagnóstico político-ilustrado.
Desde su posición de élite, Bolívar era esa mayoría social mestiza. Una mezcla de indígenas, descendientes de esclavizados africanos, población de origen español venida a menos o campesina sin tierra y otros grupos excluidos. Veía en ella, una fuerza potencialmente caótica y manipulable. Temía que, debido a su exclusión histórica, falta de educación y miseria material, pudiera ser arrastrada por levantamientos anárquicos, guerras de castas o servirse de caudillos populistas que condujeran a la disolución del orden republicano. Como vio que sucedió en Europa.
Sin embargo, Bolívar fue excepcional entre los próceres criollos porque no propuso simplemente contener o reprimir a esa masa. Su visión, influida por el pensamiento casi post-ilustrado y liberal, aspiraba a transformarla en ciudadanía. Creía firmemente que solo a través de la alfabetización, la educación cívica y la integración gradual a la vida política y económica, esa mayoría dejaría de ser un «peligro social» para convertirse en el sustento consciente y responsable de la República.
Soñaba con una nación donde, mediante la instrucción pública y el acceso a derechos, la «masa parda» evolucionara hacia una ciudadanía protagonista, conocedora de sus deberes y obligaciones, y también de sus derechos y participación en la gobernanza, por tanto, inmune a la manipulación y al despotismo. En este sentido, su temor no era solo de clase, sino republicano: entendía que sin una base ciudadana educada y virtuosa, la independencia estaría condenada al fracaso y a la tiranía, fuera esta de antiguas élites o de nuevos caudillos.
Esa masa parda poco evolucionó hasta los años cuarenta y cincuenta del Siglo XIX. Esa mayoría mestiza y pobre (urbana o rural) históricamente excluida seguía existiendo masivamente y se organizó como estallido contra el paquete neoliberal de extrema austeridad del Gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP) e impuesta por el FMI y otras instituciones financieras internacionales.
Ese estallido marcó el fin del pacto y férreo dominio de élites que tenía congelado en el tiempo al país y abrió las puertas a Hugo Chávez. Su Revolución Bolivariana representó un cambio tectónico: desplazó casi violentamente a la vieja oligarquía del control directo del Estado y de PDVSA, hablándole a esa mayoría excluida con un discurso de inclusión y soberanía. Humilló a unos y predicó de un futuro mejora los otros (las masas urbanas y rurales).
Sin embargo, el chavismo, en la práctica, no logró escapar del ciclo histórico que denunciaba. Solo lo reprodujo en otra clave. Sustituyó una oligarquía tradicional por una nueva élite burocrática que fuer surgiendo. La «boli-burguesía» (por bolivariana…). Esta gestionó la renta petrolera con la misma lógica cortoplacista y clientelar de sus predecesores, y finalmente naufragó en el mismo mar de corrupción, autoritarismo y una crisis económica tan devastadora que terminó por expropiarle al pueblo el bienestar que alguna vez prometió. Fue como construir castillos de arena con arena seca…
No hubo transformación sino reasignación… La base humana era la misma… Tampoco le funcionó al Ché ni a Lenin y Stalin, … Los cambios válidos y verdaderos… necesitan algo más, tanto en quienes son cabeza visible como en los procesos y gentes que se suman. Viene siendo evidente desde la Revolución Francesa. Que Francia insiste en capitalizar en sí como ejemplo… pero que le pregunten a la Historia a calzón quitado…
La sucesión a Nicolás Maduro y por las circunstancias internacionales y precio del petróleo, el País alcanzó su punto más bajo: hiperinflación, colapso de servicios, pobreza multidimensional que afecta a millones, una diáspora de 8 millones de personas y una represión estatal sistemática. El chavismo, en su implementación, acabó también expropiando al pueblo a los efectos prácticos de su bienestar y su futuro, demostrando su incapacidad para gestionar la riqueza en beneficio de todos. Visto desde la masa ya más experimentada y no analfabeta, que lee y entiende los tiempos, odia deber nada a una élite que a la otra anterior… Eso generó nuevos bancos de ira y resentimiento en la población.

Manifestantes en Caracas protestan contra los resultados de las elecciones presidenciales de 2024, marcadas por denuncias de irregularidades y tensión política en Venezuela. – Wikipedia
María Corina Machado: el Nobel de la «amenaza creíble» y la “Restauración elitista y disipativa”
En este escenario de fracaso histórico dual (recordemos: primero el fracaso de la oligarquía tradicional, luego la del chavismo y su caricatura en el régimen de Maduro), emerge la figura de María Corina Machado. Su premio Nobel no se basa en la noviolencia; su estrategia política pública se ha construido sobre la invitación a la coerción externa (EEUU). Ha afirmado que «…solo la amenaza inminente y severa del uso de la fuerza sacará a Maduro del poder«. Este pensamiento y quien así piensa/obra, es la antítesis de la paz activa.
Pero más allá de su beligerancia, Corina Machado representa la encarnación política de la vieja oligarquía desplazada. En la trastienda mental de toda esa gente o “su gente” está el resentimiento de haber sido desplazados por las masas. Por tanto, no cae esperar aprecio y entendimiento de lo que el País como República ha de integrar socialmente en la actualidad.
Su proyecto, plasmado en su Manifiesto de la Libertad, es una «liturgia del restablecimiento». Promueve la re-privatización total de PDVSA y la devolución de empresas expropiadas, lo que equivale a la entrega planificada de los recursos estratégicos nacionales a capitales transnacionales. Su ideología santifica la propiedad privada como derecho primordial, deslizando una lógica donde el chavismo es un «enemigo existencial» a erradicar, lo que justifica en el imaginario una futura represión y exclusión. Es el mismo sueño y trastienda resentida que opera en Marco Rubio y su gente en EEUU. La élite desplazada del poder y la riqueza en Cuba por la revolución castrista, que por parecidas razones tampoco despegó ni vertebró una República social. En el caso de Cuba es fácil de entender: es una isla bloqueada en todos los sentidos pro EEUU. ¿Cómo iba a funcionar aquello?
Volviendo a Venezuela. Corina Machado no ofrece un proyecto de modernización productiva, diversificación industrial o construcción de un Estado eficaz al servicio de una ciudadanía amplia. Ofrece la restauración del viejo orden rentista y excluyente, ahora bajo tutela geopolítica extranjera. La cosa tal vez no fuera tan grosera y saudita como en los años 50 y 60 del XIX, porque Corina Machado también es otro tipo de élite más preparada. Pero es el retorno al ciclo disipativo de CAP y su bipartidismo. Lo que sucede es que de alcanzar la presidencia, lo haría en un contexto de país devastado. Resentidos todos contra todos; más el resentimiento e ira de los que tuvieron que marcharse de Venezuela.
Lo que la convierte a ella y su supuesta propuesta de Gobierno, por un lado, en una amenaza de «expropiación inversa» definitiva al “quitarle” al pueblo lo último que le queda la poca soberanía sobre su futuro, para entregárselo a una oligarquía restaurada y sus socios foráneos.
Marco Rubio y la Doctrina Monroe en el Siglo XXI: los “arquitectos externos”
Este proyecto de restauración de Corina Machado Et alii, no es autónomo. Encaja perfectamente en la visión de actores como el secretario de Estado de EE.UU., Marco Rubio (del que, unas líneas atrás en el texto, hicimos una breve semblanza), actual paladín del retorno de una «Doctrina Monroe» adaptada al siglo XXI. En esta visión, América Latina desde su tablero de control, es un patio trasero donde Estados Unidos ejerce un derecho de pernada sobre la soberanía de las naciones y sus riquezas (todas). La obsesión de Rubio con Venezuela y Cuba no es solo ideológica; es imperial. El personaje en cuestión ha llegado a perder los papeles recientemente en actos diplomáticos con mandatarios (presidentes o Primeros ministros) de países que no se plegaban a intereses de EEUU. No es animadversión describirle como resentido, sucede que él no es consciente.
Es la política exterior convertida en carnicería quirúrgica. La vieja “Doctrina Monroe” (o el retorno desde el siglo XXI a la Doctrina Monroe de 1830, solo que con el sello de Trump y letra de Marco Rubio). Se dejó los papeles y la diplomacia para acuñarse en acero. Su traducción física es la Operación Southern Spear: un monstruo tecnológico sin paralelo desde la Crisis de los Misiles de Cuba (veasé ElPais).
Al frente, el portaaviones USS Gerald R. Ford. Una mole de 100.000 toneladas y propulsión nuclear (dos reactores a falta de uno) que es la ciudad flotante más letal jamás construida. Lo escoltan más de una decena de buques de guerra, un submarino de ataque nuclear, bombarderos estratégicos B-52 y escuadrones de cazas furtivos F-35, conformando una fuerza de más de 15.000 efectivos desplegados en un arco que abarca desde República Dominicana hasta Trinidad y Tobago (véase BBC y Aljazeera). Esta maquinaria, diseñada para librar guerras globales contra superpotencias, apunta ahora sus sensores y cañones a frágiles embarcaciones de madera y fibra de vidrio que se mecen en el Caribe.
El pretexto es el narcotráfico. En esencia una narrativa tan endeble como obscena en su desproporción (wikipedia.org) Expertos de la organización International Crisis Group han señalado que «no hay nada que un portaaviones aporte para combatir el narcotráfico» en la región, un argumento corroborado por los propios datos de la DEA, que sitúan el 74% del flujo de drogas hacia EE.UU. en el Pacífico oriental, no en el Caribe. Sin embargo, bajo la orden del secretario de Defensa, Pete Hegseth, esta fuerza ha ejecutado ya más de 20 ataques, dejando al menos 87 muertos en el agua (Axios). Son ejecuciones extrajudiciales, según denuncia Human Rights Watch, realizadas sin presentar pruebas, sin juicio y a menudo sin supervivientes (vease HumanRightsWatch). La táctica del «doble golpe» (double-tap) por la que un segundo misil o cañonazo o ataque con dron, es lanzado contra los náufragos del primero.
Esta homicida táctica ha sido confirmada por investigaciones oficiales estadounidenses y descrita por legisladores que han visto el vídeo: el poderío absoluto de Estados Unidos descargado sobre «dos tipos desmadejados, pero aun aferrándose a un trozo de madera». Es el absurdo llevado al horror: un tiranosaurio, con toda su parafernalia nuclear y satelital, no caza mapaches. Los vaporiza si los deja malheridos. Y luego, en un acto de cinismo final, su secretario de Defensa anuncia con orgullo que el video de la masacre está en revisión, mientras insiste en que el presidente «puede y tomará acciones militares decisivas como le plazca».
La farsa geopolítica estadounidense ya no necesita disfraz. Es la espada desenvainada que complementa el laurel del Nobel probablemente decidido y pagado desde EEUU.
Es en este esquema, donde encaja y entra María Corina Machado, con su pantomima de huida de Venezuela, la silla de ruedas por lo mala que fue la travesía… ¿Qué paso con los más de 80 venezolanos asesinados en aguas venezolanas? Ella actúa como la “inmaculada voz local” que blanquea moralmente la agresión. Su llamada a una «amenaza creíble» fue escuchada… Era la invitación para que esa espada se clave en tierra firme, con el objetivo último de devolver el control del petróleo venezolano a multinacionales estadounidenses, sumiendo al país en un conflicto que podría ser terminal. Porque ya no estamos en 1850 ni en el Siglo XIX ni el XX. Venezuela ha evolucionado en todos los sentidos históricos. Hay biografía sin integrar, sin comprender, por parte de todos. Esta pantomima en curso no va en ese sentido de afrontar juntos en un sentido distinto, democrático (o tan democrático como pueda ser una república en el XXI…que no es ideal).
Claudia Sheinbaum: el contrapunto de la Gestión Estatal “no disipativa (con proyecto-País)
La comparación con Claudia Sheinbaum, presidenta de México, es aleccionadora y desnuda por completo la naturaleza del proyecto de Machado. Sheinbaum no representa a una élite desplazada que ansía restaurar un orden pasado muy anterior. Gobierna desde el Estado, en el «mundo de lo dado»: el capitalismo global y las élites empresariales mexicanas.
Su mérito, salvando diferencias, y lo que la separa radicalmente de María Corina Machado y su proyecto a medio hilvanar, es que negocia y gobierna para fortalecer al Estado como actor rector y redistribuidor. Su reforma energética busca que «CFE y PEMEX vuelvan a ser del pueblo de México», fortaleciendo a las empresas públicas como eje estratégico, pero dejando espacio regulado para la inversión privada.
El pragmatismo de Sheinbaum parece inscribirse en esa lógica que Mujica explicaba sin rodeos: que gobernar no es vivir en la pureza de los ideales, sino pasar buena parte del tiempo hablando el idioma del capital y de los mercados, para no olvidar —cuando toca— que el poder solo tiene sentido si sirve para subir un poco el nivel de vida de todos.
Sheinbaum no es revolucionaria (no es bolivariana al estilo de Chávez y Maduro, lejos de eso); es una gestora pragmática que intenta reducir la conflictividad social ofreciendo certidumbre y progreso material desde el Estado. No disipa la renta; intenta gestionarla con una lógica de desarrollo y cohesión social a largo plazo. Este es el camino opuesto al de las élites disipativas venezolanas, tanto las de ayer (la era de los ’50 a ’70), como las que hoy promete restaurar Corina Machado.
En esencia la Claudia Sheinbaum acuña un nuevo “patrón Latinoamericano” pragmático, tranquilo o sosegado, que no cede fácil frente a los aspavientos y bravuconadas de su vecino estadounidense Trump y su Régimen de oligarcas y zares de la tecno-vigilancia. Representa un proyecto estatal completo bastante inclusivo para lo que era México antes vs. disipación oligárquica cuasi-saudí.
En México de 2025 no hay élites expulsadas, sino negociadas y pautadas sus esferas de poder. A diferencia del proyecto venezolano de 1998, que buscó la expulsión radical de la vieja oligarquía, estos liderazgos no parten de la confrontación existencial. Las élites económicas no son eliminadas del tablero; son actores con los que el Estado, fortalecido, negocia y regula. La clave es que el Estado recupera o mantiene su papel rector, no como botín, sino como árbitro y planificador estratégico. En un equilibrio más sostenible que lo que era la norma en México desde su fundación.
Por otra parte, los beneficios obtenidos y la diversificación hacia el resto del planeta, es renta para la cohesión, no para la burbuja consumista de una élite. En otras palabras, en principio el objetivo no parecer ser la concentración de la renta energética, minera o fiscal en una casta cerrada que aspire a un nivel de vida al nivel de la élite de los «Petro estados” de Oriente Medio; o el lujo de los príncipes de la dinastía “Āl Saʿūd», que viva desvinculado de la realidad nacional.
Ya su predecesor, Andrés Manuel López Obrador, dio algunos pasos en esa dirección. Por el contrario, en México con Sheinbaum, ahora se busca direccionar la economía y todo en general (con mayor o menor éxito, el tiempo lo dirá) hacia la inversión social, la infraestructura pública y políticas que ensanchan la clase media y reducen la fragilidad sistémica. Es el intento de convertir la renta en un puente hacia un desarrollo más diversificado e inclusivo.
El tono de Sheinbaum parece una versión institucionalizada en la lógica mexicana del pragmatismo del «5 y 2». Nos referimos a lo que sintetizó el expresidente uruguayo José «Pepe» Mujica: “aceptando la situación dada y sin romperse contra ella, se gobierna con los pies en la tierra: «cinco días de capitalismo» (la cita es aproximada pero reconoce que a veces hay que atender las reglas del mercado global, atrayendo inversión, gestionando la deuda) sin olvidarse de gobernar «dos días para el pueblo» (es decir, redistribución, derechos laborales, soberanía sobre recursos estratégicos, educación y formación, etc). Este pragmatismo evita los maximalismos que llevan al colapso. No se prometen utopías, pero se intenta evitar el abismo.
Claudia Sheinbaum es el epítome (o la máxima exponente) de esta corriente. Su tono parece una versión institucionalizada del pragmatismo al estilo de reparto ‘5:2’, que recordábamos de Pepe Mujica. No representa a una élite desplazada que ansía restaurar un orden pasado. Gobierna desde el Estado, fortaleciendo a las empresas públicas (CFE, PEMEX) como ejes rectores de la política energética, pero sin cerrar la puerta a la inversión privada regulada. Combina la Realpolitik con una agenda social clara: transición energética justa, universalización de derechos, apoyo a los más vulnerables.
Sheinbaum no está sola en Latinoamérica. Lula, Arce y Petro no son la revolución. Son la gestión con rostro humano en un continente desigual. No es ideal ni a gusto de todos. Pero su gran mérito, y lo que los separa radicalmente del proyecto restaurador de María Corina Machado, es que no disipan la renta ni la soberanía. Intentan, con todos los errores y límites, derivar las iras contenidas de los excluidos y gestionar para que sea menor su exclusión o más abiertos sus horizontes. Todo en una lógica de desarrollo nacional y cohesión social a largo plazo.
Nada garantizan el éxito (máxime cuando desde EEUU no se desean republicas que miren hacia el Norte peer-to-peer, de “igual a igual”; pero ofrecen un camino que busca desactivar la bomba de tiempo del resentimiento histórico, en lugar de volver a armarla, como sí haría la restauración de la vieja Venezuela disipativa.
Ese es el gran temor que surge viendo a la Venezuela de 2025, desde fuera y a alto nivel, teniendo en cuenta las tendencias históricas que pugnan por protagonizar la escena. O por darles nombre, las elegantes y bien formadas élites casposas de siempre, listas para ser el Caballo de Troya de intereses económicos y financieros exteriores a Venezuela (los fondos de inversión privada, los fondos soberanos de otras naciones, etc, etc).
Conclusión: La Paz de los sumisos y el ciclo que debe romperse noviolentamente
El Nobel de María Corina Machado no es un reconocimiento, es un esperpento por parte de Occidente. Es un instrumento de guerra geopolítica y un acto de blanqueo para un proyecto de restauración oligárquica. Es la fachada humanitaria de una operación que busca revertir el único cambio estructural —fallido en su ejecución, pero profundo en su significado— que vivió Venezuela en décadas: el desplazamiento político de la vieja élite disipativa.
Venezuela se encuentra atrapada en un ciclo trágico: un polo lo encarna un chavismo que traicionó su promesa de inclusión y administró la riqueza con la misma lógica cortoplacista y excluyente de sus predecesores; el otro polo lo representa una oposición cuyo liderazgo actual anhela volver al punto de partida previo a 1998, sin autocrítica y en alianza con intereses imperiales.
La verdadera paz para Venezuela no nacerá en Oslo ni se coronará con medallas manchadas. Nacerá solo cuando se rompa definitivamente el ciclo histórico de las élites disipativas. Esto requiere la emergencia de una nueva mayoría política —ni chavista ni restauradora— capaz de construir un proyecto de país post-rentista. Un proyecto que, al menos, tenga como pilares centrales:
- La diversificación económica productiva y la industrialización.
- La construcción de un Estado eficaz, transparente y al servicio de todos (que el XXI llegue hasta el último rincón de Venezuela).
- La inversión masiva en educación y salud para crear una ciudadanía crítica y productiva, consciente de su papel y de los modos de presionar sin estallar en violencia.
- Una soberanía real ejercida a través de una diplomacia inteligente diversificada y multipolar, no de la sumisión a ningún imperio o formas de colonización por los inversores externos (tan propio de toda Latinoamérica).
Esa paz, la que se levanta con justicia, equidad y un horizonte de desarrollo compartido. También con desobediencia civil, imaginación y las nuevas formas de lucha contra los poderes establecidos que anhelan involución. Todo ello sigue esperando su momento y es posible. Pero no vendrá de un Juan Guaidó bienintencionado, ni de un Nobel otorgado a la aristocrática representante de la restauración de las élites en Venezuela; sino de la conciencia despierta de un pueblo que se niegue, una vez más, a ser el convidado de piedra en el banquete de su propia riqueza. La lucha continúa, bien gestionada, sin violencia, con oposición firme y con desobediencia civil. Su premio no es una medalla, sino la posibilidad histórica de dejar atrás, por fin, el peso de los siglos y estructuras sociales o modos de mirarse y mirar el País que en 150 años ya se han demostrado fracasados.
Venezuela atraviesa uno de esos momentos históricos en los que la acumulación de tensiones políticas, sociales y geopolíticas amenaza con desbordarse. ya se vio en las elecciones presidenciales de 2024, su cuestionado desenlace y las manifestaciones multitudinarias que recorrieron Caracas y otras ciudades del país no son un episodio aislado, sino el síntoma de una fractura profunda y prolongada. El riesgo es evidente: la deriva hacia una confrontación interna abierta, una intervención externa o (en el peor de los escenarios) ambas a la vez. ¿El avispero de otra intervención violenta y un crimen más contra un pueblo entero, que querrá tener EEUU en su historia en Latinoamérica?
Ese horizonte no es inevitable, pero exige responsabilidad. El pueblo venezolano, dentro y fuera del país, no merece pagar nuevamente el precio de disputas de poder que se alimentan del bloqueo, la presión militar o la instrumentalización de la miseria. Tampoco merece que la violencia sea presentada como atajo político.
La comunidad internacional tiene el deber de actuar, no con amenazas ni sanciones indiscriminadas, sino forzando espacios reales de mediación, garantías electorales verificables y una salida negociada que evite el colapso definitivo. La paz no es pasividad: es intervención diplomática firme, respeto a la soberanía y defensa activa de la vida. Cualquier otro camino conduce al abismo.













