Tenorio Jr. salió del hotel porteño en el que se hospedaba alrededor de las tres de mañana, dejó escrito en una nota que iba por un sándwich, cigarrillos y aspirinas. Seguramente se puso sus anteojos y algún abrigo liviano porque para la fecha ya era más contundente el otoño que el verano, habrá ido en dirección de Avenida Corrientes y sus luces de aperturas por 24 horas, tan cerca del obelisco y del Teatro Gran Rex en el que unas horas atrás había dado un show junto a Vinicius de Moraes y Toquinho. No hubo sándwich ni cigarrillos ni aspirinas, para él no hubo más Buenos Aires, Bossa Nova ni Rio de Janeiro porque esa madrugada del 18 de marzo de 1976 a Tenorio Jr. el gran pianista brasilero, lo desaparecieron en Buenos Aires los mismos que a la semana siguiente darían el golpe de Estado cívico militar que instauraría la más atroz dictadura que viviera la Argentina. Hace tres meses y gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense EAAF, nos enteramos de que el 20 de marzo de 1976, dos días después de su desaparición, su cuerpo fue encontrado en la vía pública en un terreno baldío en el Municipio de Tigre, que se inició una causa a partir de ese hallazgo, le tomaron huellas dactilares, le hicieron una autopsia que determinó que había muerto por impactos de bala y que fue enterrado sin identificar en el cementerio de esa localidad. 49 años después se cotejaron las huellas dactilares de ese expediente con las suyas archivadas en Brasil y se pudo confirmar la identidad del pianista.

Admito que sin una razón inicial concreta llevo meses cavilando en el caso de Tenorio Jr., en los dedos del pianista y escuchando su extraordinario álbum una y otra vez, preguntándome a mí misma el porqué de ese pensamiento recurrente y la respuesta vacante sobre el motivo real de los señores de la muerte para secuestrarlo, asesinarlo y desaparecerlo. Los dedos, la desaparición, la búsqueda y el hallazgo.

Me pregunto qué elegimos hacer con los dedos. Unos deciden tocar el piano, otros, apretar el gatillo. Pienso en la extraordinaria adaptación del pulgar oponible, en cómo unos dedos pueden parecerse tanto a otros, recuerdo los de mi abuela, finos, transparentes y tejiendo, recuerdo los de mi madre, bellos y elegantes. Pienso en los de mi sobrino devenidos en herramienta para que aprenda las matemáticas que usará durante toda la vida, pienso en lo que más extraño de fumar y es el hermoso gesto de tener un cigarrillo entre los dedos, en el dedo que señala mientras tres apuntan a uno mismo, el dedo que limpia el dulce de leche que queda en el frasco vacío y en el gesto de chupárselo después. Pienso en la diferencia entre empezar a contar con el meñique o con el pulgar, ese momento fundante de pintar con los dedos cuando se es niño, en la V que se hace con el anular y el medio y en el fuck you, tan potente y universal. El dedo rojo de E.T., el incompleto de Lula y de todos los obreros mutilados, en ese encuentro dactilar que nunca termina de concretarse en La Creación de Adán de Miguel Ángel. ¿Cuánto pueden recorrer los dedos? Envidio el entrenamiento que tienen los dedos de las personas ciegas: los dedos son los ojos de los que no ven. ¿Tienen memoria los dedos? Pienso en los dedos del pianista desaparecido y en la imposibilidad de volver a tocar con ellos los rostros de sus cinco hijos y el cuerpo desnudo de su mujer.

Mi obsesión con los dedos del pianista encontró luz hace un par de semanas. Resulta que presenté mi libro Cadáver Insepulto en Buenos Aires y la lectura de sus poemas estuvo acompañada por la música de mis amigos Ora&Alejo, un dúo hermoso de esta ciudad. Al cierre de la presentación y ante el pedido de “otra, otra” con mi amigo Alejo decidimos que leería un poema largo y me acompañaría él, al tiempo, con su piano. El poema se llama Cifras y cuenta sobre un desaparecido en Colombia. No pude evitar llorar mientras lo leía y tuve que hacer pausas largas para respirar y con la voz quebrada, terminarlo. Un rato después de haberlo leído mi amiga Marisa me recordó que hacía unas semanas me había visto y escuchado leer ese poema crudo, en otro recinto y sin haber llorado, coincidimos, ambas, en el efecto y la presencia del músico y su instrumento, los dedos del pianista. Muchos años después, en una forma distinta y de manera inesperada volvieron a coincidir un desaparecido y un piano.

Ahora reconozco que la particularidad de que el pianista desaparecido haya sido identificado mediante el cotejo de sus huellas dactilares ha sido el motor de mi obsesión, ese hecho es una de las formas del nacimiento de la poesía y la concreción del acto de justicia. Trascender los límites de la vida y de la muerte. A Tenorio Jr. el pianista al que desaparecieron los militares lo identificaron gracias a sus dedos, es como si se hubiera propuesto nunca dejar de tocar el piano, por lo menos, hasta ser encontrado.