Los preparativos de guerra de Trump en torno a Venezuela deberían hacer saltar todas las alarmas de lo intolerable. Nos oponemos frontalmente a cualquier intervención de Estados Unidos no porque consideremos modélico al gobierno de Venezuela sino porque no le asiste ningún derecho a Trump para intervenir militarmente y tenemos sobrada experiencia de lo que sucede cuando los distintos gobiernos norteamericanos han intervenido en el exterior, como en Vietnam, Afganistán, Irak, Libia, dejando un inmenso rastro de destrucción, de refugiados, de heridos y de muertos, que han hecho del mundo un lugar más inhóspito y ha producido un enorme deterioro en la calidad de vida de los países atacados. Da igual si la guerra se tiñe de humanitaria, si la excusa para la intervención es combatir el comunismo, el terrorismo, derrocar a un tirano, defender la democracia, la libertad, eliminar las armas de destrucción masiva o ahora, combatir el narcotráfico. Tenemos sobrada experiencia de que son ataques por el control estratégico de territorios, rutas y recursos naturales. Y Venezuela tiene muchas reservas de petróleo y otras codiciadas materias primas. ¿Miraremos una vez más para otro lado o, peor aún, seremos cómplices como en Afganistán, Irak o Libia, pagando un alto precio?
Trump ha dado sobradas muestras de crueldad, prepotencia y desprecio a los derechos humanos en el trato a las personas migrantes que viven honradamente en los Estados Unidos y en la consideración al pueblo palestino, jaleando a su genocida. Las políticas comerciales impuestas a la Unión Europea hablan más de un extorsionador prepotente que de un socio y amigo. Por si eso fuera poco, la imposición a los socios de la OTAN de elevar el gasto militar hasta el 5% del PIB en cada país, dedicando buena parte de ese dineral a comprar armas americanas para mayor lucro y gloria de su criminal complejo político-militar-industrial. Una extorsión, una amenaza y un chantaje que si no es admisible en un patio de colegio, o en una relación de pareja, mucho menos lo debe ser en las relaciones internacionales. Que Europa no se plante da buena cuenta de la propia militarización y seguidismo de las políticas europeas que nos llevan a la complicidad, a la dependencia, y al desastre. Todo vale para ese saqueo por las buenas o por las malas. No importa si para ello hay que degradar las instituciones, si la democracia queda mal parada, o si hay que utilizar a ciertos organismos internacionales para justificar la guerra. En este sentido resulta insultante e intolerable que este año el premio Nobel de la paz haya recaído en María Corina Machado, jefa de la oposición venezolana, decidida también a llegar al poder por las buenas o por las malas. Recomendamos la lectura de la carta que el también Nobel de la paz Adolfo Pérez Esquivel envió a María Corina en la que decía:
«Corina, te pregunto. ¿Por qué llamaste a los Estados Unidos para que invada Venezuela? Al recibir el anuncio que te otorgaron el Premio Nobel de la Paz se lo dedicaste a Trump. El agresor a tu país que miente y acusa a Venezuela de ser narcotraficante, mentira semejante a la de George Bush, que acusó a Saddam Hussein de tener “armas de destrucción masiva”. Pretexto para invadir Irak, saquearla y provocar miles de víctimas, mujeres y niños. Estuve al final de la guerra en Bagdad en el hospital pediátrico y pude ver la destrucción y muertes por aquellos que se proclaman los defensores de la libertad. La peor de las violencias es la mentira». Y concluye, «Corina, como dice el poeta: caminante no hay camino, se hace camino al andar. Ahora tienes la posibilidad de trabajar para tu pueblo y construir la Paz, no provocar mayor violencia, un mal no se resuelve con otro mal mayor. Solo tendremos dos males y nunca la solución del conflicto. Abre tu mente y corazón al diálogo, al encuentro de tu pueblo, vacía el cántaro de la violencia y construye la Paz y unidad de tu pueblo para que entre la luz de la libertad e igualdad». El desconcierto por este premio ha llegado hasta el propio Consejo de la Paz noruego, que no ha organizado este año la tradicional procesión con antorchas por el centro de Oslo el día de la entrega del Nobel de la Paz.
El intervencionismo norteamericano tiene una larga tradición en toda América latina y especialmente en Venezuela, que podemos ver en el artículo de Jonathan Martínez en Público, «Todo lo que usted quiso saber sobre la invasión de Venezuela». Lo peor es que Donald Trump le ha cogido el gusto a la extorsión, la amenaza, el uso de la violencia y la guerra. Ahora también Colombia está en el punto de mira de sus ambiciones. El intervencionismo en las últimas elecciones en Argentina y Honduras sitúan a Trump como un peligro más para la democracia y la libertad de los pueblos. La amenaza de anexión de Canadá o de territorios como Groenlandia nos muestran que su voracidad no tiene límites. Cualquier territorio que resulte de interés para sus ambiciones o sus estrategias es un territorio en peligro. Con el asalto al Capitolio dio buena cuenta de su escaso talante democrático y la falta de escrúpulos en utilizar cualquier medio para llegar al poder. Parece que los ciudadanos norteamericanos no tomaron en cuenta las consecuencias de reelegir como presidente a un delincuente con delirios de grandeza. Quizá no calcularon bien lo que significaba la promesa de volver a hacer a América Grande. En Europa al menos deberíamos haber aprendido lo que significaron las promesas de hacer grande a Alemania, a Italia o a España. Si la comunidad internacional, y especialmente Europa, no toma nota y le para los pies, tendremos que lamentarlo más pronto que tarde. Europa se prestó al juego geoestratégico y de intereses en Ucrania, invirtiendo grandes sumas de dinero y credibilidad. Ahora, cuando Ucrania ya es un juguete roto, Trump la abandona en manos de Europa, no sin antes haberse llevado las pilas. Nos ha hecho gastar una millonada, nos ha creado un poderoso enemigo y ahora debemos hipotecar lo que nos queda del estado de bienestar para financiar una guerra que nadie quiere y, como todas las guerras, como la de Ucrania, fue innecesaria, evitable, dejando muerte, destrucción y graves secuelas para los pueblos ucranianos. Un enorme esfuerzo y dolor para dejar las cosas mucho peor de lo que estaban antes de la guerra. ¿No hay nadie honrado que quiera hacer una evaluación objetiva de tan desastrosa intervención? Si seguimos consintiendo que el chantaje y la brutalidad militar se pongan de moda, no solo estaremos sentenciando de muerte lo que nos queda de democracia sino que estaremos haciendo imposible la convivencia. ¿Cómo vamos a combatir el bullying, el maltrato, el machismo, las injusticias…? ¿Cómo vamos a combatir a bandas organizadas si nuestros gobiernos nos están enseñando a ser tolerantes y sumisos con el abuso de poder, el uso de la violencia extrema de la guerra a quien se ha erigido en el matón pandillero mafioso del mundo? ¿Todo vale si se tiene el suficiente poder para imponerse?
Si algún sentido tiene la ley, es el de proteger al débil de los abusos del poderoso. Cierto que, a menudo, las leyes las hacen los poderosos en su propio beneficio. Por ello, desde la noviolencia animamos a desobedecer las leyes injustas y ser cumplidores con las justas. En el panorama internacional hemos visto en el último año cómo quienes han practicado la violencia más extrema en Gaza, Israel y Estados Unidos se han opuesto abiertamente a cumplir los mandatos internacionales, las resoluciones de Naciones Unidas o a acatar las sentencias de los Tribunales Internacionales de justicia. En el panorama internacional tan importante es que haya leyes justas como que la Comunidad Internacional sea capaz de sancionar su incumplimiento. Si Europa hubiera cumplido con los acuerdos internacionales no habría estado dando apoyo militar y comercial a Israel, su incumplimiento nos ha hecho cómplices y, como ciudadanos responsables, debemos recordárselo cada día a nuestros gobiernos. Lo mismo sucede ahora en el Caribe. Estados Unidos no tiene ningún derecho sobre cielo, mar y tierra más allá de sus fronteras. Existen leyes internacionales que también Trump debe cumplir. Mirar para otro lado es no reconocer el problema y abandonar a los países más débiles en garras del poderío norteamericano. Es renunciar a las leyes que nos hemos dado para convivir y que necesitamos mejorar, no abandonar. De nuevo, no parece que nuestros gobiernos estén por la labor de hacer frente a la injusticia y a la barbarie y, como ciudadanos responsables, tenemos de nuevo el deber de recordárselo, porque si no lo hacemos, algún día las garras se posarán sobre nuestros derechos, sobre nuestras libertades, sobre lo que nos quede de democracia y del estado de bienestar. El uso de la capacidad de violencia militar que está haciendo Trump no solo está rompiendo las costuras de la convivencia de un mundo con algunas normas elementales de respeto y no injerencia sino también rompiendo algunas normas elementales de la ética política. Que el fin no justifica los medios, parecía que era ya un consenso mayoritario en nuestras sociedades. En nombre de Dios, de la libertad, del socialismo, de la democracia o de la fraternidad, la humanidad ha sufrido guerras, destrucción, humillaciones y torturas sin límite. El fin no está directamente a nuestro alcance, sólo disponemos de los medios para llegar a él. Unos medios que si no tienen un mínimo de coherencia con el fin, nos alejarán de él. El recurso a la violencia es un atajo que nos aleja del fin y nos conduce al despeñadero. A estas alturas, al menos desde la izquierda, deberíamos reconocer que la violencia vale más para someter y destruir que para empoderar y construir.
Lo mismo ocurre con la moda de la mentira, utilizada descaradamente como herramienta política para cualquier fin. Si la violencia y la guerra destruyen a pueblos, personas, a la naturaleza y hasta a la propia utopía, con la mentira sólo podemos construir sociedades inseguras, con la confianza en las personas y las instituciones rotas, abocada a la sospecha permanente, al miedo, negando las más elementales necesidades de seguridad y confianza para crecer personal y colectivamente.Rechazar el uso de la violencia y de la mentira han sido dos constantes a lo largo de las distintas luchas noviolentas y debe formar parte de la resistencia a esta nueva versión de la dominación, de la violencia estructural y económica, y de la brutalidad militar. Con la verdad por delante, debemos organizar la resistencia denunciando sus abusos de poder, organizando el boicot, la no-cooperación y la desobediencia civil contra sus sistemas de opresión. Debemos organizar la protesta contra la amenaza a nuestra seguridad humana, a nuestras vidas y a nuestros servicios públicos, que supone el nuevo rearme en auge, conscientes de que sólo será plenamente eficaz si forma parte de un programa más amplio de desmilitarización de las sociedades que produzca una superación del modelo patriarcal de dominación. No estamos solas. Sólo unos pocos se benefician del modelo de dominación-violencia en el que vivimos. Nos toca animar, convencer, asociarnos, sumar fuerzas con los miles de colectivos que abogamos por un nuevo modelo de cooperación-noviolencia para ir construyendo sociedades sanas mientras denunciamos y combatimos la nueva realidad que se nos quiere imponer.













