La madrugada del 6 de diciembre de 2025, una embarcación inflable con decenas de migrantes fue descubierta semihundida a unas 36 millas náuticas al suroeste de Ierapetra, en las aguas al sur de Creta, tras ser avistada por un carguero de bandera turca que pasó por la zona. La hallaron envuelta en el silencio del mar: la balsa estaba parcialmente desinflada, con agua en su interior, sin rastro de provisiones para sobrevivir, y en un contexto de fuerte oleaje.
Las autoridades de la Hellenic Coast Guard, con el apoyo de la agencia europea de fronteras Frontex —desplegando patrulleras, un avión, un helicóptero Super Puma— y varios buques mercantes que acudieron al llamado, rescataron con vida a dos hombres de nacionalidad egipcia, quienes fueron hospitalizados en estado crítico por hipotermia, deshidratación e inanición. Al mismo tiempo, se recuperaron 17 cuerpos sin vida, todos varones, cuya muerte se atribuye preliminarmente a la combinación de la inestabilidad de la embarcación, la exposición al mar, y la falta de agua y alimentos.
Según los dos sobrevivientes, la balsa había partido desde Tobruk, en Libia, la noche del 1 de diciembre, con al menos 34 personas a bordo. Indican que al día siguiente el motor falló y la embarcación quedó a la deriva, tras lo cual 15 personas cayeron por la borda, y hasta ahora permanecen desaparecidas. El recuento trágico de esta ruta migratoria —que cada vez incluye trayectos más largos y peligrosos desde África del Norte hacia Europa, evitando las patrullas en el Egeo y optando por rutas centrales a través del Mediterráneo— se incrementa con este naufragio.
Este desastre pone nuevamente de relieve nuevamente la urgencia de mecanismos internacionales de rescate, de vías seguras y legales de migración, y de políticas humanitarias sensibles frente a quienes huyen de la guerra, la pobreza o la persecución. Organismos humanitarios advierten que episodios como este podrían repetirse si sigue imperando la política de contención, el cierre de rutas y la criminalización del rescate en alta mar. Asimismo, recuerda la necesidad de responsabilidad compartida entre los países de la Unión Europea y del Mediterráneo para evitar que el mar continúe cobrando vidas inocentes.













