Hay libros que funcionan como ventanas y otros que operan como espejos. «Las mujeres que me habitan«, de Mariana Schkolnik (Ediciones de la Lumbre, 2025), es ambas cosas, pero sobre todo es un ejercicio de mediumnidad. A lo largo de sus 171 páginas, Schkolnik no solo narra; presta su cuerpo y su voz para que una multitud de mujeres —históricas, ficticias, rotas y redimidas— tomen la palabra. La autora se convierte, como bien dice en uno de sus relatos, en una mano ejecutora que escribe lo que otras dejaron, trazando una ancestrología que viaja desde la Rusia zarista hasta el caos moderno de Haití.
Conocemos la línea editorial de Ediciones de La Lumbre y, por lo tanto, esperábamos un trabajo editorial de excelencia; no es de extrañar entonces que este compendio narrativo abra con una fuerza inusitada. En «Los buitres«, Schkolnik establece un contrapunto delicioso y macabro entre el Holocausto nazi y el apocalipsis surrealista y estático del 2020. Guiados por una solterona de edad dorada, la autora nos muestra cómo se navega en los recuerdos cuando el presente se vuelve distópico. La frase del padre de la protagonista, “¡bueno, al final todos estamos solos!”, resuena como una sentencia que atraviesa el tiempo y así la narración construye frases con sentidos de multiverso… “El terror en la garganta es el mismo ayer y hoy”, por ejemplo.
Esta inmersión en el pasado se vuelve una clase de historia escalofriante en «Una patada en el trasero«. Aquí, bajo la sombra de las decisiones del zar Nicolás II, vemos cómo la frustración acumulada de un marido resignado tras muchos hijos nacidos muertos sucumbe a las transgresiones más oscuras y violentas, donde la fe colapsa en manos de la contingencia y del cálido silencio hogareño.
La identidad y la búsqueda del origen encuentran su síntesis en «La saga«, relato donde la narradora se reconoce apenas como transmisora: “ella fue la que investigó y yo escribo lo que ella dejó”, indica, refiriéndose a la madre. Judaísmo, comunismo y territorio se entrelazan en una búsqueda de identidad que va más allá de la sangre. Y la autora, que hace gala de un lenguaje pulido, brillante y culto, inserta como accidente casi el término «pogromo”. No seré yo quien prive a los lectores de su descubrimiento, ya que para muchos puede ser desconocido hasta esta lectura y en el cuento mencionado cobra una dimensión física y casi dolorosa.
Schkolnik disecciona la política chilena de modo tangencial, testimonial, desde la intimidad de sus protagonistas y en distintos tiempos. En «Dudú«, ofrece una radiografía adolescente y feminista de hace medio siglo, mostrando un testimonio brutal de cómo las circunstancias de 1973 convirtieron a una joven en adulta en apenas unos días, alertando además sobre las consecuencias del amor y el despecho en tiempos de crisis. La mutación del tono es notable, con un ojo agudo que es capaz de relatar casi en tono de crónica los tiempos donde los piropos “no eran acoso sino socialismo”. Esa tensión testimonial salta al presente en «La Moneda«. El cuento describe la fragilidad de trabajar en cargos de confianza como si se equilibrara una caminata sobre la cuerda floja. Schkolnik ilustra cómo el edificio del poder público no es más sólido que un castillo de naipes, siempre a punto de derrumbarse bajo la presión crónica de la odiosidad hacia la mujer: “no duró nada, típico, es mujer”. Y, dado que la política siempre es social, el cuento «La compañera» se alza como una de las narraciones mejor logradas del conjunto. Es que el choque entre los hediondos ponchos campesinos, orgullosos de su tiempo, y los expertos urbanos que llegan con teorías de avance sin preguntar qué necesitan los lugareños, es magistral. Y como este libro versa sobre mujeres allí está Francisca, buscando su propio camino, atrapada entre un pasado estático y un futuro impuesto.
El legado de las migrancias
La autora, a lo largo de este hilván de historias femeninas, aborda el desplazamiento con una sensibilidad desgarradora. «Día de los Muertos» es brillante en cómo podemos desfigurarnos en el exilio, ya que dejar atrás el origen no garantiza la construcción de un nuevo yo. La mención a Ray Bradbury como compañero para disociar la presencia física en un país ajeno es un hallazgo notable. Este recurso se repite de modo intermitente entre los cuentos, reflejando la pasión de la escritora por la lectura; tal es el caso de «La levedad«, donde un enroque de voces literarias convierte un viaje entre Miami y Santiago en una amenidad llena de posibilidades.
El libro no teme entrar en la carne. «El asco» es una denuncia necesaria sobre los desafíos de la endometriosis en el siglo XXI, exponiendo esas «letras chicas» —estéticas, emocionales y humorales— hasta que la compuerta colapsa. Como contraparte, encontramos un erotismo suave y sincero en «Una y mil noches atrás«. En ese sexo de medio siglo, donde “no era necesario hablar ni hacer falsas promesas”, la protagonista busca “recordar el idioma de los ojos para olvidar un cuerpo adolorido por la soledad”. «La ventana» ofrece una bocanada refrescante: el encuentro de dos noches y un día, el tiempo perfecto para mantener intacta la frágil brisa del recuerdo. Y no podemos olvidar la valentía melancólica de «Nadar«, con esa niña huérfana que el mundo insiste en llamar Pedro, una metáfora potente sobre la identidad impuesta.
El tramo final de este viaje por el mundo y la historia nos dirige al Caribe. «Llevo media hora en la piscina del hotel Karibe» abre la puerta a los vericuetos sobrenaturales de Haití, terreno conocido para la autora, preparando el cierre de «El club de los suicidas«. Este último cuento es una declaración de amor a las mujeres haitianas, donde Schkolnik desnuda la fragilidad de los voluntariados y la búsqueda de sentido de quienes viajan con una mochila cargada de privilegios. La admiración por la vida en la precariedad estructural lleva a la narradora a desear una metamorfosis total: “Yo quería ser una de ellas… Fortalecida, valiente y negra”.
Entre la reflexión profunda sobre los caminos insondables de la vida en «La trascendencia» y el humor hilarante de hacer el chilenísimo perro muerto en la peluquería francesa de «Vía Véneto«, Mariana Schkolnik demuestra una capacidad única para transitar por todos los registros emocionales. Las mujeres que me habitan es un libro de voces múltiples, que convergen en una sola verdad: la resistencia. Es una lectura que invita a mirarse en los ojos de la otra, a entender la historia desde la sangre y a reconocer que, a veces, la literatura es la única forma de no estar solos. Se trata de una lectura imprescindible para entender cómo la Historia, con mayúscula, se escribe siempre sobre la piel de las mujeres.
Ficha técnica:
“Las mujeres que me habitan”
Mariana Schkolnik
Ediciones de la Lumbre
171 páginas
Cuento/Narrativa contemporánea













