Un país que respira bajo tierra

  1. El silencio que asusta más que el ruido

Chile está quieto. Tan quieto que incomoda. Los discursos dicen que volvimos al orden, que la normalidad regresó, que las calles están calmas porque la gente maduró. La verdad es otra. El silencio chileno nunca es inocente. Chile se queda callado cuando acumula presión y espera el instante exacto para romperse. Chile no es un país domesticado. Es un país que aguanta hasta que deja de aguantar.

Quien crea que el estallido está muerto no entiende nada. Un país desigual no se pacifica porque un presidente lo diga en cadena nacional. Un país cansado no se vuelve obediente por decreto. Un país herido no perdona sin reparación. Y Chile sigue herido.

  1. La ultraderecha sopla fósforos en una pieza llena de gas

La ultraderecha dice que puede evitar otro estallido. Que lo puede contener. Que su receta de mano dura es la salvación. Lo que no dicen es que su discurso es el combustible perfecto para encenderlo de nuevo. Prometen orden con más castigo, seguridad con más miedo y democracia con menos democracia. Venden certezas mientras corroen instituciones, fanatizan a sus seguidores y demonizan al resto.

Sus líderes saben que la rabia social existe. Y la usan, la moldean, la manipulan y se alimentan de ella. La convierten en odio contra migrantes, contra movimientos sociales, contra cualquiera que no hable su idioma. Y mientras lo hacen, acusan a la sociedad de ser un polvorín. Un polvorín que ellos mismos sacuden todos los días.

  1. ¿Y si el estallido vuelve? La pregunta que nadie quiere contestar

Si vuelve, ¿qué hará el poder político?

No lo dicen en televisión porque suena feo. Pero la respuesta está escrita en la historia de Chile. Sacarán a los militares. Dirán que es por seguridad, por estabilidad, por defensa nacional, por proteger la democracia. Lo mismo que decía la Junta en los setenta mientras llenaba estadios de prisioneros y convertía cuarteles en centros de tortura.

Los de hoy no son Pinochet, pero la lógica del miedo es la misma. Basta revisar los discursos, basta escuchar cómo hablan de los jóvenes, de los pobres, de los que protestan. Basta ver sus fantasías de Estado fuerte y obediencia social, basta oír cómo se les ilumina la voz cuando hablan de orden público como si fuera una limpieza moral.

La verdad es que muchos políticos sueñan con un país donde nadie proteste, donde nadie moleste, donde nadie cuestione. Y si la calle vuelve a rugir, defenderán ese sueño a costa de los cuerpos que haya que poner.

  1. Un país no estalla porque quiere, estalla porque no puede más

Los salarios siguen abajo, los precios arriba, la vivienda inalcanzable, la salud un laberinto caro, la educación un juego de privilegios, la justicia una puerta que se abre solo para algunos, la política una élite que se repite y la vida diaria una carrera que agota sin recompensa. Chile no estalla por ideología, estalla por sobrevivencia.

Cualquier chispa puede desencadenar algo mayor. Un alza del transporte, una muerte injusta, una represión mal calculada, una filtración de corrupción, un abuso comprobado. Chile no necesita un mártir para moverse, le basta una injusticia visible.

  1. El miedo verdadero no es el estallido, es el regreso de los uniformes

El mayor cuco no es la protesta. Es la respuesta que el poder podría elegir. Si Chile vuelve a estallar, la tentación de militarizar la política será enorme. La historia latinoamericana es un museo lleno de gobiernos que usaron las Fuerzas Armadas para reprimir ciudadanos. La ultraderecha chilena coquetea permanentemente con esa fantasía. Les fascina la idea del enemigo interno, les gusta hablar de guerra, de orden, de disciplina, de fuerza. Hablan con nostalgia de épocas donde los uniformes mandaban y la ciudadanía obedecía por terror.

El riesgo es real. Un estallido sin conducción social podría ser el pretexto perfecto para quienes sueñan con un país temeroso y encerrado.

  • Un país sin protesta.
  • Un país donde la democracia exista solo en el papel.
  • Un país que confunda paz con obediencia.

Chile ya vivió eso y nadie tiene derecho a repetirlo.

  1. ¿Cómo se defiende una democracia que tiembla por dentro?

No con violencia, no con odio, no con fanatismos. Una democracia se defiende con una sociedad despierta, con memoria viva, con medios que no se arrodillen ante los poderosos, con jóvenes que no acepten mentiras disfrazadas de orden, con ciudadanos capaces de distinguir seguridad de autoritarismo y con movimientos sociales que no permitan que el miedo los silencie.

La defensa empieza en la calle, pero también en la conversación familiar, en el trabajo, en el barrio. Empieza cuando la gente deja de repetir que da lo mismo quien gobierne, empieza cuando se entiende que la democracia no se pierde con un golpe. Se pierde con apatía, con indiferencia, con normalizar discursos que promueven la exclusión y con aplaudir la represión porque afecta a otros y no a uno mismo.

  1. Chile está dormido.

El país no volvió a confiar en la élite. Solo guardó silencio. Porque la rabia cansa, protestar cansa, perder cansa. La desilusión es una herida que no cicatriza rápido. Pero la calma no significa derrota. La calma es gestación, es pausa, es un animal que respira bajo la tierra esperando el momento de emerger.

Chile no está pacificado, está suspendido en un equilibrio frágil y cuando un país está suspendido, cualquier movimiento brusco lo puede desatar todo.

El país que late bajo el pavimento

El estallido no es un fantasma del pasado. Es una posibilidad real, una advertencia, un latido. Puede volver con fuerza. Y lo más peligroso no será la gente en la calle, lo más peligroso será lo que el poder decida hacer con esa gente. Si el Estado responde con dignidad, Chile puede transformarse. Si responde con botas, chile retrocede medio siglo. La historia ya mostró lo que puede pasar cuando un gobierno ve a su propio pueblo como enemigo.

El país debe decidir si quiere futuro o quiere repetir su peor memoria porque la calle no está muerta.

Solo espera y cuando despierte, despertará completa…