Ampliación de la crónica ya avanzada por Pressenza International Press Agency, a medida que van llegando las noticias en los diversos Medios, sobre la situación en Madagascar. El presidente Andry Rajoelina huyó el pasado lunes del país tras su destitución parlamentaria. Los militares prometen una transición de dos años en medio de la pobreza, la frustración juvenil y un ciclo histórico de inestabilidad.

Antananarivo, 14 de octubre de 2025.

Madagascar atraviesa estos días una de sus mayores crisis políticas desde 2009, luego de que una facción del ejército anunciara la toma del poder, disolviendo las principales instituciones del Estado. El presidente Andry Rajoelina, en el cargo desde 2019, habría abandonado el país tras ser destituido por el Parlamento en medio de protestas masivas contra el deterioro económico, la inflación y los cortes generalizados de agua y electricidad.

El coronel Michael Randrianirina, líder de la unidad de élite CAPSAT (Cuerpo de Protección y Apoyo de los Servicios Técnicos de las Fuerzas Armadas), declaró en la radio nacional que las fuerzas armadas “han asumido sus responsabilidades para proteger a la nación” y que el ejército “toma el control de las instituciones hasta nuevo aviso”. (Fuente: AP News)

Instituciones disueltas y promesa de transición

Según informó Reuters, los militares han disuelto la Constitución, la Corte Constitucional, el Senado y la comisión electoral, dejando operativa únicamente la Asamblea Nacional, mientras se establece un “consejo de transición”. Este órgano estaría encargado de “restaurar el orden y preparar elecciones libres en un plazo máximo de dos años”. (Fuente: Reuters)

El movimiento rebelde CAPSAT, pieza clave en los equilibrios internos del ejército, ya había mostrado semanas antes su negativa a reprimir las manifestaciones civiles que se extendían por todo el país. Analistas locales interpretaron ese gesto como una señal de ruptura con el poder político, preludio de la declaración militar del lunes. (Fuente: The Guardian)

La generación que desafía al poder

Las protestas que desembocaron en la crisis comenzaron el 25 de septiembre en Antananarivo y se extendieron rápidamente a otras ciudades. Al principio, los manifestantes reclamaban por los cortes prolongados de electricidad y la escasez de agua, pero las demandas se transformaron en un movimiento más amplio contra la corrupción y el aumento del costo de vida.

Los protagonistas de las movilizaciones son en su mayoría jóvenes urbanos, autodenominados “Generación Z Madagascar”, que utilizan redes sociales para coordinar concentraciones y expresar su rechazo a las élites políticas. Su movimiento, sin estructura formal, se ha convertido en un símbolo de hartazgo frente a la desigualdad y el estancamiento.

Madagascar, con unos 30 millones de habitantes, es uno de los países más pobres del mundo pese a su riqueza natural. Más del 70 % de su población vive bajo el umbral de la pobreza, y los efectos del cambio climático —sequías prolongadas y ciclones devastadores— han agravado la inseguridad alimentaria, especialmente en el sur del país.

Un ejército que vuelve a la política

El cuerpo de élite CAPSAT, el mismo que en 2009 contribuyó al ascenso del propio Rajoelina tras la caída de Marc Ravalomanana,  ha vuelto a colocarse en el centro del poder. Su comandante, el coronel Randrianirina, justificó la toma del poder como una “intervención patriótica” para evitar un “baño de sangre” y “restaurar la soberanía popular”.

Sin embargo, la Unión Africana y la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC) han condenado el movimiento, calificándolo como una “ruptura del orden constitucional” y solicitando el “retorno inmediato a la legalidad democrática”. (Fuentes: Reuters, The Guardian)

Impacto inmediato en las ciudades

Antananarivo amaneció con puestos de control y patrullas militares en los principales cruces. Los bancos y oficinas públicas permanecen cerrados, mientras el aeropuerto internacional fue temporalmente clausurado. Aunque no se han reportado enfrentamientos graves en la capital, la tensión es palpable y se registraron saqueos aislados en los puertos de Toamasina y Mahajanga. (Fuentes: AP y Reuters)

En el sur, las organizaciones humanitarias advierten que la crisis política puede agravar la escasez alimentaria y frenar la distribución de ayuda. La ONU y la Cruz Roja Internacional han pedido garantías de seguridad para los convoyes humanitarios. (Fuente: declaraciones de la ONU recogidas por AP News)

Reacciones internacionales y aislamiento diplomático

La Unión Europea, Estados Unidos y Francia —antigua potencia colonial— expresaron “profunda preocupación” y llamaron a la moderación. París suspendió temporalmente su cooperación militar, mientras Washington advirtió que “la toma del poder por medios no democráticos podría conllevar sanciones”.

En contraste, China llamó a “mantener la estabilidad y el diálogo”, evitando condenar directamente a los militares. En el ámbito regional, la SADC convocó una reunión de emergencia para evaluar posibles sanciones o la suspensión de Madagascar del bloque.

Un país atrapado en su propia historia

La crisis actual repite un patrón conocido: un gobierno civil que pierde apoyo popular, un ejército que se proclama garante del orden y una población que, cansada de la corrupción, oscila entre la esperanza y el miedo.
El golpe de 2025 parece ser la reedición de un ciclo que Madagascar no logra romper desde hace dos décadas: el de la militarización de la política como respuesta a la descomposición institucional.

“Queremos un cambio, pero no queremos otra dictadura”, declaró a AP una joven manifestante que pidió mantener el anonimato.
“La gente ya no tiene miedo. Pero tampoco tiene esperanza.”

Un espejo africano

Más allá de la inmediatez del golpe, la situación de Madagascar refleja una tensión común en varias democracias jóvenes del continente: fragilidad institucional, desigualdad estructural y tentaciones autoritarias bajo la bandera del orden. En ese espejo, Madagascar se mira una vez más, con el desafío —y la urgencia— de romper el ciclo.

Un país joven que busca su voz

Pese a la gravedad del momento, la irrupción de la llamada “Generación Z Madagascar” introduce una nota inédita en la historia política del país. Jóvenes urbanos, conectados por redes sociales y canales digitales, han convertido su frustración en una forma de participación colectiva que desborda los marcos tradicionales del poder. Su movimiento, aunque aún difuso y sin liderazgo visible, representa una energía social nueva, más horizontal y menos dispuesta a aceptar la corrupción como destino.

Es cierto que su organización digital plantea interrogantes, sobre la autenticidad de su espontaneidad, la posible influencia de actores externos o el papel amplificador de los medios e “influencers”. Pero entre tanto, nadie duda de que su malestar es genuino y profundamente local. En una sociedad marcada por la desigualdad y la desconfianza, estos jóvenes han demostrado que la indignación también puede transformarse en una búsqueda de dignidad y cambio.

Si logran mantener su independencia y canalizar su energía hacia un proceso democrático real, Madagascar podría hallar en ellos la semilla de una renovación política largamente esperada. Tal vez esta vez, el impulso no venga de los cuarteles, sino de las calles y las pantallas donde un país entero intenta reaprender a creer en sí mismo.

Fuentes consultadas: