“Cada generación debe, en relativa oscuridad, descubrir su misión, cumplirla o traicionarla” — Frantz Fanon.
Sudán, con una población de 46 millones de habitantes (ONU, 2024) es un país partido por la historia y devorado por la geopolítica. En 2011 perdió el 75% de sus reservas de petróleo tras la independencia de Sudán del Sur. Lo que fue un gigante energético en África quedó reducido a un Estado con un PIB que cayó de US$ 66.000 millones en 2010 a apenas US$ 35.000 millones en 2012. El oro pasó a ser su nuevo salvavidas, pero también su nueva condena, ya que el 70% de la producción anual que se estima en 90 toneladas, sale por contrabando hacia Emiratos Árabes Unidos y otros mercados que se enriquecen con la miseria sudanesa.
La guerra no terminó con la partición. En Darfur, las milicias Janjaweed y sus herederas (las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) dejaron más de 300.000 muertos y casi 4 millones de desplazados. El oro financió armas y las armas multiplicaron la violencia. La comunidad internacional se limitó a condenas y sanciones, mientras el pueblo sudanés se hundía en una espiral de hambre. Por eso hoy más de 24 millones de personas necesitan ayuda humanitaria urgente: la mitad de la población total.
El Nilo Azul y del que depende el 80% del agua de Sudán, se ha convertido en otro frente de disputa, atrapando al país entre Etiopía y Egipto en la batalla por la Gran Presa del Renacimiento. A esa presión regional se suman potencias globales como, Rusia con Wagner en el oro, China con más de US$ 10.000 millones en proyectos de infraestructura y minería y Estados Unidos con sanciones intermitentes que refuerzan la inestabilidad.
Sudán es un espejo de África y un territorio inmenso, rico en recursos pero con un pueblo empobrecido y castigado. Es también un laboratorio geopolítico donde el oro, el agua y la violencia se entrelazan. Su futuro dependerá de si la dignidad logra imponerse sobre las cadenas de la dependencia.
Sudán antes y después del sur
La independencia de Sudán del Sur en 2011 fue el punto de quiebre de la economía sudanesa. Con esa separación, Jartum perdió el 75% de sus reservas petroleras y la mayor parte de los ingresos fiscales que sostenían al Estado.
El petróleo, que aportaba más del 50% de los ingresos públicos y el 90% de las exportaciones, desapareció casi de un día para otro, dejando al país sin su columna vertebral productiva. El golpe fue inmediato. El PIB nacional se redujo de US$ 66.000 millones en 2010 a apenas US$ 35.000 millones en 2012 (Banco Mundial). El ingreso per cápita pasó de US$ 1.800 a menos de US$ 900 en el mismo periodo, hundiendo a millones de familias en la pobreza. Las reservas en divisas se desplomaron y el gobierno se vio obligado a imprimir dinero para cubrir gastos básicos.
La consecuencia fue una inflación descontrolada que alcanzó el 47% en 2012, situando a Sudán entre las economías más inestables del planeta. Los precios de los alimentos básicos (como el sorgo y el trigo) se duplicaron en menos de un año, empujando a más del 40% de la población urbana a la inseguridad alimentaria.
La pérdida del petróleo no solo fue un desastre económico, también profundizó la fragilidad política. Los escasos recursos en manos del Estado se convirtieron en botín de élites militares y redes de clientelismo, mientras la población sufría desempleo masivo, salarios pulverizados y un deterioro acelerado de los servicios públicos.
La partición de Sudán no resolvió viejos conflictos, simplemente cambió de escenario ya que donde antes fluía el petróleo, ahora crecen la pobreza y la desesperanza.
El oro como salvavidas
Tras la pérdida del petróleo, Sudán encontró en el oro su nuevo sostén económico. El subsuelo del país es uno de los más ricos de África y en 2022 la producción alcanzó las 90 toneladas, un volumen que lo ubica como el tercer productor africano después de Ghana y Sudáfrica, y dentro de los diez principales del mundo. La minería aurífera ocupa a más de 1 millón de trabajadores artesanales en condiciones precarias, sin seguridad ni control ambiental.
Las exportaciones oficiales de oro generaron US$ 2.500 millones en 2022, equivalente al 35% de las divisas del país. Sin embargo, esa cifra es apenas una parte de la riqueza real ya que se calcula que el valor total de la producción supera los US$ 7.000 millones anuales. Mientras tanto, el ingreso per cápita nacional se mantiene en apenas US$ 750 al año, reflejo de que la riqueza mineral no llega a la mayoría.
El gran agujero está en el contrabando. Investigaciones de Global Witness y la ONU señalan que hasta el 70% del oro extraído sale ilegalmente, lo que equivale a unas 60 toneladas al año. Ese flujo paralelo alimenta una economía clandestina que genera más de US$ 4.500 millones fuera de los registros estatales.
Emiratos Árabes Unidos figura como destino principal, absorbiendo el 90% de las exportaciones no declaradas y convirtiéndose en el eje de la triangulación financiera del oro sudanés. La paradoja es brutal en un país donde el oro circula en cifras multimillonarias, pero en el que más del 55% de la población vive en pobreza extrema. El oro que debería financiar hospitales y escuelas se transforma en fusiles Kalashnikov, contratos de mercenarios y cuentas secretas en Dubái.
La guerra interna y los Janjaweed
El conflicto de Darfur, iniciado en 2003, convirtió a Sudán en sinónimo de violencia masiva. Según Naciones Unidas, más de 300.000 personas fueron asesinadas en dos décadas de ataques sistemáticos contra aldeas enteras. A la cifra de muertos se suman 3,7 millones de desplazados internos y casi 700.000 refugiados en Chad y otros países vecinos (ACNUR, 2023).
En el corazón de esa violencia están las milicias Janjaweed, responsables de campañas de limpieza étnica que arrasaron pueblos, robaron ganado y quemaron cosechas. Con el tiempo, estas milicias fueron institucionalizadas como Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), que hoy no solo actúan como brazo armado del poder, sino como un actor económico central. Diversos informes documentan que las RSF controlan parte clave del comercio aurífero, con ingresos estimados en US$1.000 millones anuales, suficientes para financiar armas, logística y alianzas políticas.
En Darfur, el oro extraído por mineros artesanales bajo condiciones de semiesclavitud es canalizado por las RSF y vendido en mercados paralelos que terminan en Dubái. El ciclo es perverso, ya que la riqueza mineral alimenta las armas, las armas producen más desplazados y los desplazados se convierten en mano de obra vulnerable para nuevas minas.
Cifras duras. Guerra interna y Janjaweed
Muertos en Darfur (2003–presente): 300.000 personas. Genocidio documentado por Naciones Unidas.
Desplazados internos: 3,7 millones de personas. Cientos de aldeas arrasadas y familias sin retorno.
Refugiados en países vecinos: 700.000 personas. Principalmente en Chad, en condiciones precarias.
Ingresos de las RSF por comercio de oro: US$ 1.000 millones anuales. Financiamiento directo de la economía de guerra.
Mientras tanto, la comunidad internacional se limita a resoluciones y sanciones. La Corte Penal Internacional mantiene órdenes de arresto contra líderes sudaneses por crímenes de lesa humanidad, pero en el terreno la impunidad sigue siendo norma. En Darfur, la vida vale menos que una pepita de oro.
Egipto, Etiopía y el agua
El agua del Nilo es para Sudán un recurso tan vital como el oro. El país depende en un 80% del Nilo Azul para su riego agrícola, consumo humano y generación de energía. Cualquier alteración en el caudal significa inseguridad alimentaria y tensiones políticas.
En este contexto, la Gran Presa del Renacimiento Etíope (GERD) se ha convertido en un punto de fricción regional. Con una capacidad de 74.000 millones de metros cúbicos, es la mayor infraestructura hidroeléctrica de África. Para Etiopía simboliza soberanía energética, pero para Egipto y Sudán significa un riesgo existencial. Las disputas han sido constantes. Egipto teme que la presa reduzca el caudal necesario para abastecer a sus 110 millones de habitantes, mientras Sudán advierte que un manejo unilateral podría aumentar las sequías o provocar inundaciones aguas abajo. Los intentos de mediación de la Unión Africana han tenido poco éxito, y cada ronda de negociaciones termina en acusaciones cruzadas.
Cifras duras. Agua y geopolítica en Sudán
Capacidad de la GERD (Etiopía): 74.000 millones m³. La mayor presa de África, clave en la disputa regional.
Dependencia hídrica de Sudán: 80% del Nilo Azul. El riego y el consumo dependen casi totalmente de este río.
Población afectada aguas abajo: 46 millones en Sudán y 110 millones en Egipto. Un conflicto que involucra a más de 150 millones de personas.
El Nilo no es solo un río, es un campo de batalla diplomático que puede definir el futuro de la región. En Sudán donde la mitad de la población ya sufre inseguridad alimentaria, el control del agua se convierte en una cuestión de vida o muerte.
Rusia, China y Estados Unidos en Jartum
Sudán no solo es escenario de conflictos internos, también es pieza codiciada en el tablero global. Desde hace dos décadas las potencias rivales se disputan su oro, sus rutas estratégicas y su acceso al Mar Rojo.
Rusia encontró en Sudán un socio clave para sortear sanciones internacionales
Desde 2017, el grupo Wagner firmó acuerdos con autoridades sudanesas para explotar minas de oro. Informes de la ONU señalan que toneladas de metal precioso salieron hacia Moscú y Dubái, generando ingresos clandestinos de hasta US$ 1.000 millones anuales. Ese flujo financia la guerra en Ucrania y fortalece a las milicias locales, sin dejar beneficios para la población sudanesa.
China, por su parte, consolidó su influencia mediante infraestructura y minería
Desde 2005 ha invertido más de US$ 10.000 millones en carreteras, presas, oleoductos y proyectos extractivos. Su estrategia es simple: recursos a cambio de obras visibles que aseguran lealtad política y dependencia económica.
Cifras comparativas. Rusia y Estados Unidos en Sudán
Rusia – Oro vía Wagner (desde 2017): hasta US$ 1.000 millones anuales. Extracción y contrabando de oro hacia Moscú y Dubái, fuera de estadísticas oficiales.
Comercio oficial Rusia–Sudán: ~US$ 300 millones (2021). Principalmente exportaciones rusas a Sudán (combustibles, trigo).
Estados Unidos – Exportaciones sudanesas hacia EE. UU.: US$ 55 millones (2024). Café, chicle arábigo y manufacturas menores; flujo marginal.
Negocio real de EE. UU.: mínimo por sanciones desde los 90. Washington no extrajo recursos estratégicos; más bien aisló al país.
Estados Unidos optó por otro camino y son las sanciones. Desde los años 90, Sudán ha estado bajo bloqueo financiero y comercial. Hubo un breve alivio en 2017, pero las restricciones volvieron tras el golpe militar de 2021. El comercio bilateral es marginal y en 2024, las exportaciones sudanesas a EE. UU. apenas sumaron US$ 55 millones, concentrados en café, goma arábiga y manufacturas menores. Washington no extrajo recursos estratégicos ya que su política fue más bien aislar al régimen.
El dilema de la soberanía
La ONU calcula que 24 millones de personas necesitan asistencia urgente, mientras que la FAO advierte que el hambre amenaza directamente a 19 millones de sudaneses, en algunas regiones al nivel de hambruna total.
El costo humano es devastador. El número de desplazados internos alcanzó los 7,1 millones, la cifra más alta en toda África, y al menos 3,5 millones de niños sufren desnutrición aguda según UNICEF. Las imágenes de familias enteras huyendo de la violencia, buscando refugio en campamentos sin agua ni electricidad, se repiten en Darfur, en Jartum y en las fronteras con Chad y Sudán del Sur.
El dilema de Sudán no es solo económico ni militar, es de soberanía. El oro está en manos de redes paramilitares y extranjeras, el agua en disputa entre vecinos y la política secuestrada por generales que responden más a potencias externas que a su propio pueblo. El Estado existe en los mapas, pero en el terreno son otros quienes mandan. El futuro se juega en dos caminos y es consolidar una paz construida desde abajo, con dignidad y justicia social, o continuar atrapado en el círculo de guerra, saqueo y dependencia. Lo que está en juego no son solo cifras, sino la vida misma de millones de sudaneses que cargan con la historia de un país rico en recursos y empobrecido en derechos.
Sudán es el espejo de un continente atrapado entre riqueza mineral y hambre colectiva
El oro que debería alimentar hospitales financia fusiles. El agua que podría ser fuente de cooperación se convierte en motivo de guerra. El pueblo que sueña con dignidad vive sitiado entre sanciones, paramilitares y potencias que disputan sus recursos.
Sin embargo, la historia de Sudán no está escrita en piedra. Los movimientos sociales que resurgieron en Jartum en 2019, las comunidades campesinas que aún resisten y la juventud que reclama un futuro distinto muestran que la soberanía no es un ideal abstracto, sino una lucha diaria.
La paz en Sudán no llegará como un regalo internacional ni como resultado de acuerdos entre élites. Llegará cuando la dignidad de millones de personas prevalezca sobre el saqueo, cuando el oro deje de ser motor de guerra y cuando el Nilo vuelva a fluir como fuente de vida y no de conflicto.

Wikipedia
Bibliografía
• Banco Mundial, Sudan Economic Data (2010–2024).
• ACNUR, Sudan Situation Report (2023).
• FAO, Hunger Hotspots Report (2024).
• Global Witness, Sudan’s Gold and the RSF Networks (2022).
• Naciones Unidas, Darfur Conflict and Humanitarian Updates (2023).
• Reuters, Sudan’s Gold Trade and Wagner’s Role (2022).
• UNICEF, Sudan Nutrition Crisis (2024).
• International Crisis Group, Sudan’s Transition in Peril (2023).













