“La pobreza no está escrita en la naturaleza, es obra de los hombres” – Ryszard Kapuściński

Malawi es un país sin salida al mar, rodeado por Zambia, Tanzania y Mozambique. En sus mapas no hay costas ni puertos que conecten al mundo, solo fronteras que encierran a más de 21,1 millones de habitantes según datos del Banco Mundial (2023). Su territorio, de apenas 118.000 kilómetros cuadrados es más pequeño que Cuba, pero alberga una de las densidades rurales más altas del continente con 230 personas por km².

El PIB total ronda los 11.000 millones de USD y el PIB per cápita apenas llega a 508 USD que es uno de los cinco más bajos del mundo. Más del 70 % de la población vive bajo la línea internacional de pobreza (2,15 USD/día). La agricultura representa el 30 % del PIB y da empleo a más del 80 % de la población activa, pero solo el 4 % de la tierra está irrigada, lo que hace al país extremadamente vulnerable a sequías y ciclones.

Los problemas de salud son igualmente contundentes. El VIH/SIDA afecta al 8 % de los adultos ya que la malaria causa más de 4 millones de casos anuales y la desnutrición crónica afecta al 37 % de los niños menores de cinco años. La expectativa de vida se sitúa en 65,7 años y es por debajo del promedio mundial pero ligeramente superior al africano.

El contraste más brutal es el Lago Malawi, de más de 29.600 km² y con 700 especies de peces endémicos, un ecosistema único que podría ser motor turístico y económico. Sin embargo, en sus orillas la mayoría vive en pobreza extrema, sin electricidad (solo el 12 % de la población rural tiene acceso) ni servicios básicos. Malawi es un espejo roto ya que tiene riqueza natural junto a una pobreza que parece perpetua.

De Nyasaland a la independencia

La historia de Malawi comenzó bajo otro nombre y es Nyasaland. Desde finales del siglo XIX los británicos convirtieron este territorio en un protectorado. En 1930, menos del 10 % de las tierras fértiles estaba en manos de agricultores africanos ya que el resto fue acaparado por colonos europeos para cultivos de exportación como algodón y té. La educación formal era casi inexistente, desde 1950 la tasa de alfabetización apenas alcanzaba el 15 %.

La lucha por la independencia se gestó en ese vacío. Hastings Kamuzu Banda, médico formado en el extranjero, encabezó el movimiento que culminó con la independencia en 1964. Dos años después el país se declaró república. Banda instauró un régimen de partido único que duró hasta 1994. Durante su mandato el PIB per cápita osciló entre 200 y 300 USD, la esperanza de vida se mantuvo por debajo de los 45 años y la mortalidad infantil superaba las 150 muertes por cada 1.000 nacidos vivos, una de las más altas del mundo.

El régimen construyó algunas carreteras y hospitales, pero bajo una lógica autoritaria que castigaba toda disidencia. La represión dejó miles de presos políticos y un exilio que vació al país de profesionales.

La transición democrática llegó en 1994 tras un referéndum en el que más del 60 % de los votantes rechazó el sistema de partido único. Desde entonces Malawi ha celebrado elecciones periódicas, con una alternancia pacífica en el poder que contrasta con sus fragilidades económicas. Pero el Estado heredó un esqueleto institucional débil y una economía atada a la agricultura de bajo rendimiento. Medio siglo después de su independencia, todas las promesas de desarrollo siguen siendo cuentas pendientes.

Un pueblo atrapado en la pobreza

Malawi es un país donde la pobreza no es estadística, sino paisaje. Los mercados están llenos de productos baratos, los caminos se inundan con cada lluvia y las casas de barro recuerdan que la modernidad apenas ha tocado las aldeas. El PIB total ronda los 11.000 millones de USD y el PIB per cápita se sitúa en 508 USD, lo que lo ubica entre los cinco países más pobres del planeta. Más del 70 % de su población vive en pobreza extrema con menos de 2,15 USD al día.

La precariedad se mide en la vida misma. La esperanza de vida es de 65,7 años, casi una década menos que el promedio mundial. La mortalidad infantil se mantiene en 35 muertes por cada 1.000 nacidos vivos y una tasa cuatro veces superior a la de Chile o España. La desnutrición crónica afecta al 37 % de los niños menores de cinco años, lo que significa que más de un millón de pequeños crecen con retraso físico y cognitivo.

La educación ofrece otra fotografía del rezago. El analfabetismo alcanza al 35 % de los adultos, aunque entre los jóvenes la tasa ha bajado al 20 %. Los niños se matriculan en primaria, pero menos del 40 % llega a la secundaria y apenas un 5 % accede a la universidad. La media de años de escolaridad es de 5,5 años y significa un techo bajo para un país con una población tan joven.

El acceso a servicios básicos es limitado. Solo el 27 % de los hogares tiene agua potable segura y menos del 12 % de la población rural accede a electricidad. La mayor parte del país vive sin luz artificial, sin refrigeración, sin conexión al resto del mundo. Malawi es un país joven  (más del 65 % de su población tiene menos de 25 años), pero la falta de infraestructura y empleo condena a esa juventud al círculo vicioso de la pobreza.

El lago y las promesas incumplidas

Malawi es un país pobre sentado sobre riquezas que no sabe (o no puede) aprovechar. El Lago Malawi, con más de 29.600 km² de superficie, es el tercer lago más grande de África y alberga más de 700 especies de peces endémicos y un patrimonio biológico único en el mundo. Podría sostener una industria pesquera y turística millonaria pero en la práctica solo genera ingresos modestos para comunidades locales que venden pescado seco en los mercados rurales.

La agricultura sigue siendo el eje de la economía, pero es una economía atrapada en un monocultivo. El tabaco representa cerca del 50 % de las exportaciones y aporta más de 500 millones de USD anuales, una cifra enorme para un país de este tamaño pero riesgosa por su dependencia en un solo producto cuyo consumo global está en declive. Los cultivos de té, azúcar y café complementan la canasta exportadora, aunque juntos no superan los 200 millones de USD al año. El resultado es un sector agrícola que genera divisas pero no alimentación suficiente para su propia población.

El potencial hidroeléctrico del país es notable. El río Shire que es afluente del Zambeze y el propio Lago Malawi podrían producir miles de megavatios de energía limpia. Sin embargo, la capacidad instalada apenas supera los 400 MW que es insuficiente para un país de 21 millones de habitantes. Como consecuencia se producen los apagones cotidianos y la mayoría de las zonas rurales sigue desconectada.

Bajo la tierra también hay promesas. Se han identificado yacimientos de uranio, carbón y bauxita que tienen potencial de atraer miles de millones de inversión extranjera. Pero la falta de infraestructura y los temores ambientales han frenado la explotación a gran escala. Malawi vive así una paradoja cruel y rico en recursos naturales, pero su población sobrevive en pobreza extrema y su riqueza no se traduce en bienestar colectivo.

Hambre en tiempos de ciclones

En Malawi el hambre no es un fantasma, es una estación más del calendario. Cuando la lluvia llega tarde o un ciclón arrasa los cultivos y millones de personas se quedan sin comida. En 2019, el ciclón Idai destruyó más de 100.000 hectáreas de maíz y arroz. En 2023 el ciclón Freddy dejó un saldo de 1.200 muertos y desplazó a más de 500.000 personas, arrasando aldeas enteras en el sur del país. Los daños agrícolas superaron los 500 millones de USD con una cifra devastadora para una economía tan frágil.

La inseguridad alimentaria es estructural. Según la FAO (2023) y más de 4,4 millones de malauíes (uno de cada cinco habitantes) no tiene garantizada la comida diaria. En las regiones rurales el hambre se agrava con cada sequía. El maíz, que representa más del 60 % de la dieta nacional pero depende casi exclusivamente de lluvias estacionales. Solo el 4 % de la tierra cultivada cuenta con sistemas de riego, lo que hace imposible planificar cosechas estables.

La falta de tecnología agrícola multiplica la vulnerabilidad. Los campesinos usan semillas tradicionales de bajo rendimiento y herramientas rudimentarias. Mientras tanto la población crece a un ritmo de 2,6 % anual, lo cual significa que cada año nacen más de 500.000 nuevas bocas que alimentar. El resultado es un país atrapado en un círculo de hambre y dependencia de ayuda externa.

En las emergencias los alimentos llegan en sacos con sellos de USAID de parte del Programa Mundial de Alimentos o de la Unión Europea. Cada crisis climática obliga a importar toneladas de maíz para evitar hambrunas. El cambio climático no es un concepto abstracto en Malawi ya que es la certeza de que los desastres naturales seguirán golpeando a un país sin defensas. En un territorio con tierra fértil y agua abundante donde el hambre es una contradicción que desnuda el fracaso de sus élites y de la comunidad internacional.

Salud frágil y aulas vacias

La salud en Malawi es una carrera de obstáculos. El VIH/SIDA afecta al 8 % de los adultos, lo que significa que más de un millón de personas vive con el virus en un país de 21 millones. El acceso a antirretrovirales ha mejorado gracias a programas financiados por donantes pero el estigma y la precariedad del sistema de salud mantienen la epidemia viva. A eso se suma la malaria, que cada año provoca más de 4 millones de casos y miles de muertes, especialmente en niños menores de cinco años.

La infraestructura médica es mínima. Malawi cuenta con apenas 0,1 médicos por cada 1.000 habitantes, es decir, un médico para cada 10.000 personas. En comparación, Chile tiene 2,5 y España 4,5. Los hospitales suelen carecer de medicamentos básicos y los equipos de diagnóstico son escasos. La mortalidad materna alcanza 439 muertes por cada 100.000 nacidos vivos, una de las más altas del continente. En las zonas rurales muchas mujeres dan a luz en sus casas sin asistencia profesional.

En educación, las cifras muestran avances y límites. La tasa de inscripción en primaria es casi universal ya que más del 90% de los niños asiste a la escuela. Sin embargo, la calidad es baja ya que en promedio hay 65 alumnos por profesor y muchas clases se realizan al aire libre y bajo árboles. En secundaria la cobertura se reduce drásticamente porque solo el 38 % de los adolescentes logra matricularse. A nivel universitario la cobertura apenas llega al 5%, con tres universidades públicas que no alcanzan a absorber la demanda.

El resultado es una sociedad atrapada en un techo bajo. Ni la salud ni la educación logran sostener a la población en condiciones mínimas de dignidad. Malawi sobrevive gracias a programas externos pero el futuro depende de que se construyan sistemas sólidos y propios.

Vivir de los donantes

El Estado de Malawi no se sostiene por sus propios recursos, sino por la asistencia internacional. Más del 40 % del presupuesto nacional proviene directamente de donantes externos, lo que lo convierte en uno de los países más dependientes de ayuda en el mundo. Sin esos fondos el aparato estatal colapsaría en cuestión de meses.

Los principales benefactores son Estados Unidos, la Unión Europea, el Reino Unido y el Banco Mundial. A través del programa PEPFAR, Washington financia gran parte de la lucha contra el VIH/SIDA. Entre 2004 y 2022, Estados Unidos destinó más de 3.000 millones de USD en medicamentos, prevención y apoyo a comunidades afectadas. La Unión Europea y el Reino Unido canalizan cientos de millones adicionales para la educación básica, infraestructura rural y asistencia humanitaria en emergencias.

El Banco Mundial aporta financiamiento concesional ya que solo en 2023 desembolsó 270 millones de USD para proyectos agrícolas y de conectividad digital. El FMI por su parte ya ha aprobado programas de asistencia para estabilizar las finanzas de un país cuya deuda pública ya supera el 90% del PIB. Estas instituciones sostienen el equilibrio fiscal pero también condicionan las políticas internas con exigencias de austeridad.

El riesgo de esta dependencia es estructural. Cada cambio de gobierno en Washington, Bruselas o Londres repercute directamente en las escuelas rurales y en los hospitales de Lilongüe. Cuando un donante congela fondos por acusaciones de corrupción son miles de maestros quedan sin sueldo y los pacientes se quedan sin medicamentos.

Malawi vive entre la gratitud y la vulnerabilidad. Agradece la ayuda pero no puede planificar su futuro sin ella. Un país que delega casi la mitad de su presupuesto a voluntades extranjeras camina siempre al borde del abismo y sin verdadera soberanía financiera.

Semilla del futuro

Malawi es uno de los países más pobres del mundo pero no está condenado al fracaso. Hay rutas de salida que exigen voluntad política y una inversión sostenida que hasta ahora ha sido esquiva. El primer camino es la educación y ampliar la cobertura secundaria y universitaria podría cambiar el destino de una generación. Si el país duplicara la tasa de matrícula en secundaria (hoy en 38%), en diez años tendría más de un millón de jóvenes adicionales con formación básica para ingresar al mercado laboral.

La agricultura ofrece otra ventana. Malawi tiene el 75 % de su tierra cultivable sin explotar. Con sistemas de riego y semillas de alto rendimiento que podría alimentar a toda su población y generar excedentes para exportar. Invertir en irrigación para apenas un 10% del territorio agrícola permitiría triplicar la producción de maíz y reduciría la dependencia de ayuda externa.

El turismo es un recurso dormido. El Lago Malawi tiene 700 especies de peces endémicos y playas de agua dulce para atraer cientos de miles de visitantes. Hoy el turismo representa apenas el 7% del PIB pero con inversión en infraestructura podría duplicarse en menos de una década.

La energía renovable es otro frente. Con un potencial hidroeléctrico de miles de megavatios y una irradiación solar constante, Malawi podría instalar proyectos capaces de electrificar aldeas y reducir la brecha rural. Un plan de 1.000 MW en hidro y solar al 2035 costaría unos 2.500 millones de USD que es menos de lo que gasta la Unión Europea en subsidios agrícolas en una sola semana.

El motor principal será la juventud. Más del 65% de los malauíes tiene menos de 25 años. Si ese capital humano se organiza en cooperativas agrícolas y en proyectos turísticos y empleos energéticos, Malawi podría dejar de ser un país asistido y convertirse en un laboratorio de resiliencia africana.

Invertir para romper el circulo

Malawi sabe lo que necesita, lo difícil es encontrar los recursos. El país requiere una hoja de ruta con metas claras y presupuestos definidos. Los números son grandes para una economía de apenas 11.000 millones de USD de PIB pero pequeños en la escala de un mundo que gasta trillones en armas y subsidios agrícolas.

La educación demanda inversión inmediata. Construir 2.500 escuelas primarias, 300 liceos y 3 universidades públicas nuevas costaría alrededor de 1.200 millones de USD. Esto permitiría absorber la presión de una población escolar en expansión (más de 500.000 niños ingresan al sistema cada año)  y reducir el hacinamiento de aulas con 60 o 70 alumnos por profesor.

La salud exige todavía más. Levantar 60 hospitales regionales y 800 clínicas rurales tendría un costo de 2.500 millones de USD a 2035. Con ello se podrían duplicar los médicos en ejercicio (hoy apenas un millar) y reducir drásticamente la mortalidad materna e infantil.

En agricultura tanto la inversión en irrigación como el almacenamiento y agroindustria rondaría los 1.800 millones de USD. Con eso se aprovecharía una fracción de las tierras fértiles hoy abandonadas y se avanzaría hacia la autosuficiencia alimentaria.

El sector energético necesitaría unos 3.500 millones de USD para instalar 1.500 MW en hidro y solar de aquí a 2035. Este salto permitiría que más del 60 % de la población rural acceda a electricidad, frente al escuálido 12 % actual.

Finalmente es la juventud que reclama su espacio. Programas de empleo y capacitación para dos millones de jóvenes costarían unos 1.000 millones de USD. Esta inversión reduciría la presión migratoria y la tentación de sumarse a economías informales de supervivencia.

El costo total a 2035 se calcula en 10.000 millones de USD y a 2050 casi se duplicaría a 20.000 millones. Para Malawi parecen montañas imposibles pero en la escala global son apenas un grano de arena. Lo que falta es voluntad para transformar la caridad en justicia.

 Malawi es un país pequeño en el mapa y grande en sus contradicciones.

La pobreza se palpa tanto en los caminos de tierra como en las casas de barro y en las aulas repletas de niños sin pupitre. Pero también se respira una vitalidad que resiste y que son campesinos que siembran maíz con las manos, jóvenes que sueñan con estudiar más allá de la primaria y pescadores que cada mañana lanzan sus redes en el Lago Malawi.

Su historia la han escrito colonizadores que fueron tanto dictadores como donantes y prestamistas, pero mientras su pueblo carga con las consecuencias. Malawi encarna esa sentencia. Sin embargo, el futuro no está sellado. Si la comunidad internacional invierte en educación, salud y energía con la misma intensidad con que subsidia mercados lejanos y si los propios líderes de Malawi logran romper con la corrupción y la dependencia, este país podría convertirse en ejemplo de resiliencia africana.

El Lago Malawi seguirá brillando al sol. La pregunta es si ese brillo iluminará también la vida de su gente o si quedará como una postal turística sobre un país olvidado. El futuro de Malawi no está en la ayuda-caridad, sino en la justicia. No en la limosna, sino en la dignidad de un pueblo que tiene todo para levantarse si el mundo y sus propios gobernantes dejen de darle la espalda.

Kapuscinski decía que los pobres no escriben la historia, pero la sufren….

 

Bibliografía

Banco Mundial, Malawi Country Overview (2023)

Fondo Monetario Internacional, World Economic Outlook Database (2024)

Naciones Unidas, Human Development Report 2023/24 (PNUD)

UNICEF, Malawi Country Programme Document (2023)

FAO, Malawi Food Security and Nutrition Report (2023)

OMS, Global Health Observatory – Malawi (2023)

Programa Mundial de Alimentos (WFP), Malawi Situation Report (2024)

African Development Bank, Malawi Country Brief (2023)

Reuters, Malawi debt crisis and IMF deal (2024)

The Guardian, Malawi hit by climate shocks and hunger crisis (2023)

International Crisis Group, Malawi: Democracy under Strain (2023)