La libertad política no significó libertad económica. Las cadenas cambiaron de manos pero siguieron apretando el cuello del Perú.
1700 a 1800
El siglo XVIII fue el siglo del equilibrio imposible. España desgastada por sus propias guerras en Europa, mantuvo al Virreinato del Perú como su mina personal. Ya no era el siglo de la conquista violenta sino de la extracción sistemática. Las rutas, los impuestos, los gremios y las leyes estaban diseñados para un solo objetivo: que nada quedara en Perú salvo el eco de las campanas de las iglesias y el polvo de las minas.
La minería siguió siendo el eje. Potosí todavía entregaba plata aunque ya no con la abundancia del siglo anterior. Los filones se agotaban y las vetas eran cada vez más profundas, más peligrosas, más mortales. Miles de indígenas y mestizos trabajaban en condiciones que no diferían en nada de las del siglo XVI. La mita colonial seguía operando: trabajo obligatorio, turnos inhumanos y castigos físicos para quien intentara escapar.
Huancavelica continuó suministrando mercurio para refinar la plata. Ese veneno líquido que mataba lentamente a los trabajadores por envenenamiento pulmonar y neurológico, seguía fluyendo hacia las minas. Cada tonelada extraída implicaba docenas de muertes silenciosas. No eran asesinatos con espada, eran ejecuciones a cámara lenta.
Las cifras del saqueo (1700–1800)
No existen registros completos —el contrabando era parte del sistema—, pero las estimaciones permiten dimensionar el robo:
• Plata: más de 8.000 toneladas salieron oficialmente rumbo a España, valoradas hoy en más de US$ 250.000 millones. El contrabando podría haber duplicado esa cifra.
• Oro: unas 120 toneladas, equivalentes a unos US$ 9.000 millones actuales, fueron enviadas a la península o vendidas a comerciantes británicos y portugueses.
• Mercurio: alrededor de 15.000 toneladas, valor actual de US$ 2.000 millones, extraídas casi en su totalidad de Huancavelica.
• Producción agrícola: más del 25% de los cultivos de la sierra y la costa eran enviados a las ciudades mineras o al puerto de El Callao para exportación.
• Trabajo forzado: al menos 600.000 personas pasaron por la mita en este siglo, con una pérdida social estimada en US$ 50.000 millones actuales.
Cifras de exterminio humano – 1700 a 1800
• Población indígena estimada al inicio del siglo: 1,8 a 2 millones.
• Etnias más afectadas: quechua, aymara, chanka, huanca, chachapoya, tallán, mochica.
• Muertes por explotación y enfermedades: entre 500.000 y 700.000 personas.
• Supervivencia al final del siglo: alrededor de 1,2 millones de indígenas, muchos ya mestizados forzadamente y sometidos a un sistema de castas rígido.
La rebelión que sacudió el virreinato
No todo fue silencio ni resignación. En 1780 estalló la rebelión de José Gabriel Condorcanqui, conocido como Túpac Amaru II. No fue un simple levantamiento indígena sino una insurrección contra el sistema colonial entero. Denunciaba los abusos de la mita, los impuestos desproporcionados, el monopolio comercial y la humillación cultural.
La respuesta española fue brutal. Túpac Amaru II fue descuartizado vivo en la plaza de Cuzco, su familia exterminada y sus seguidores perseguidos hasta el último rincón. El mensaje era claro: ningún desafío al orden colonial sería tolerado. El precio de la dignidad fue la sangre.
Pero la rebelión dejó una herida en el sistema, España comprendió que el control total era imposible sin una represión constante. Y cada acto de represión alimentaba el odio que, décadas después, se convertiría en el combustible de la independencia.
La independencia que no liberó
Cuando en 1821 San Martín proclamó la independencia del Perú, el saqueo no terminó. Cambiaron los administradores pero no la estructura económica. Las minas siguieron en manos de criollos ricos y comerciantes extranjeros, la tierra permaneció concentrada y el indígena continuó siendo mano de obra barata, marginada y sin derechos políticos reales.
El Perú no entró a la república como nación libre sino como botín a repartir entre nuevos y viejos amos. La maquinaria de extracción siguió intacta. Los puertos siguieron enviando riquezas a Europa y poco después a Estados Unidos. La independencia política no trajo independencia económica.
El saqueo invisible
El siglo XVIII y los primeros años del XIX fueron sobre todo un saqueo silencioso. No siempre se contaba en lingotes; muchas veces se trataba de rutas comerciales monopolizadas, de impuestos que drenaban las arcas locales, de préstamos obligatorios al gobierno colonial que nunca se devolvían.
La Iglesia continuó como aliada del poder, legitimando el orden y acumulando tierras que luego arrendaba a precios usureros. La educación seguía reservada para las élites y la cultura indígena era reprimida o invisibilizada.
El virreinato dejó al Perú empobrecido, con una población indígena reducida a menos de una quinta parte de la que había antes de la llegada española y con un sistema económico diseñado para servir al exterior.
La independencia trajo banderas nuevas pero no trajo pan, ni tierra, ni justicia. El Perú entró al siglo XIX arrastrando la sombra del virreinato y lo que parecía libertad se transformó en un nuevo ciclo de dependencia. En la Parte 5 veremos cómo la joven república se convirtió en escenario de un saqueo distinto pero igual de feroz, con nuevos actores y una economía atada a los intereses extranjeros.













