El siglo XVI fue el amanecer de un imperio y la noche eterna para millones.
1500 a 1600
El genocidio español oro y muerte para un imperio ajeno
Cuando llegaron los españoles, comenzó el fin. No fue un descubrimiento, fue una invasión. No fue un intercambio, fue una masacre.
En 1532, Francisco Pizarro pisó tierras del Tahuantinsuyo con un puñado de hombres y un hambre feroz por la riqueza. Llegó a un imperio que, aunque joven, estaba sólidamente organizado: caminos que unían miles de kilómetros, terrazas agrícolas que alimentaban millones, depósitos estatales que aseguraban grano en tiempos de sequía y un sistema político basado en el ayllu, donde la tierra era de todos y el hambre casi inexistente.
En el actual territorio peruano vivían entre 10 y 12 millones de personas. En menos de un siglo, más del 85% había muerto: entre 8 y 10 millones de vidas extinguidas por guerra, hambre, trabajo forzado y epidemias traídas de Europa.
No vinieron a aprender, vinieron a saquear. No vinieron a convivir, vinieron a matar. Tras el secuestro de Atahualpa y la caída del Cusco, comenzó el reparto de tierras, pueblos y mujeres. El sistema de encomienda asignó indígenas como propiedad privada a cambio de lealtad a la corona. Bajo este régimen, el encomendero recibía tributos, trabajo y obediencia, y a cambio debía “proteger” y “evangelizar” a sus asignados. En la práctica, fue esclavitud con ropaje legal.
Los hombres fueron obligados a trabajar en cultivos pero sobre todo en minas. Allí empezó uno de los mayores crímenes coloniales de la historia.
Potosí. Cerro Rico. Sangre y plata.
Desde 1545, la montaña fue abierta a punta de explosivos, látigos y esclavos. En apenas 50 años, los españoles extrajeron más de 16 mil toneladas de plata y grandes cantidades de oro. Las condiciones eran infernales: 20 horas diarias de trabajo, sin luz, sin descanso, respirando mercurio. Al menos 8 millones de indígenas y esclavos africanos murieron dentro de ese cerro. Muchos fueron enterrados allí mismo para no interrumpir la extracción.
No fue solo Potosí. Cajamarca, Ayacucho, Huancavelica, Huánuco y Arequipa también fueron arrasadas. El oro extraído se fundía en lingotes y cruzaba el Atlántico rumbo a Sevilla, bendecido por la Iglesia y custodiado por virreyes. Huancavelica, con sus minas de mercurio, se convirtió en un infierno rojo y tóxico: el metal servía para amalgamar la plata, pero mataba lentamente a quienes lo respiraban.
La viruela, el tifus, la gripe y el sarampión hicieron lo que las espadas no alcanzaron. Las enfermedades viajaron más rápido que los invasores y arrasaron pueblos enteros. En menos de tres generaciones, el mapa humano del Perú quedó irreconocible.
La destrucción cultural como arma
A la destrucción física se sumó la destrucción cultural. Se quemaron quipus, templos y lenguas. Los amautas fueron perseguidos y ejecutados. Las ceremonias ancestrales fueron declaradas herejía. Mujeres violadas, hijos mestizos despreciados y un orden social destruido para siempre. El quechua sobrevivió como lengua, pero reducido y vigilado. El poder colonial impuso el castellano como idioma oficial, junto con la cruz como símbolo de autoridad.
El virreinato no construyó comunidad, construyó una máquina de extracción. Todo salía, nada quedaba. La Biblia justificaba el saqueo y la cruz marchaba junto al arcabuz. La mita minera, que obligaba a comunidades enteras a enviar hombres por turnos a las minas, completó el sistema de muerte lenta.
Cifras compactas del saqueo (1500-1600)
• Plata: más de 16.000 toneladas extraídas del Cerro Rico, valor actual superior a US$ 500.000 millones.
• Oro: cerca de 200 toneladas desde las cuencas andinas, hoy equivalentes a US$ 15.000 millones.
• Mercurio: unas 25.000 toneladas desde Huancavelica para refinar plata, valor actual de US$ 3.000 millones; más de 100.000 indígenas murieron por envenenamiento.
• Alimentos y fuerza de trabajo: entre 20% y 30% de la producción agrícola anual fue saqueada; valor actual superior a US$ 4.000 millones.
• Trabajo forzado no remunerado: más de un millón de indígenas esclavizados, pérdida social estimada en US$ 80.000 millones.
Total estimado del saqueo español en el Perú del siglo XVI: más de US$ 602.000 millones actuales, sin contar lo que nunca se registró.
Cifras de exterminio humano – 1500 a 1600
• Población inicial estimada: 10–12 millones.
• Etnias principales afectadas: quechua, aymara, chanca, huanca, tallán, culle, mochica, uru, chachapoya, cañari, puquina, muchik.
• Muertes: entre 8 y 10 millones por guerra, epidemias, trabajos forzados y hambre inducida.
• Supervivencia al final del periodo: 1,5–2 millones de personas, en su mayoría bajo régimen de encomienda o mita.
Resistencia y final de una era
En medio de ese saqueo, todavía quedaba un último Inca que resistía en Vilcabamba. El Tahuantinsuyo, aunque herido de muerte, aún tenía un heredero legítimo que mantenía encendida la llama del imperio. Los españoles no podían tolerarlo: no bastaba con robar el oro ni con matar millones, había que decapitar el símbolo.
En 1572, Túpac Amaru I fue capturado y ejecutado públicamente en la Plaza de Armas del Cusco. Con su muerte, la corona española proclamó el fin del linaje real incaico. Pero la ejecución no apagó la memoria: en secreto, en los Andes, las historias del último Inca siguieron vivas, pasadas de boca en boca, como semillas que algún día volverían a germinar.
En la Parte 3, el último Inca enfrentará su final y con él caerá la cabeza del imperio. Túpac Amaru I no murió solo: con él, los españoles quisieron enterrar la memoria de un pueblo que, cinco siglos después, sigue luchando por levantarse.













