Hay ruinas que no solo son el final de un edificio, sino también el comienzo de una nueva era. En este momento histórico, las ruinas humeantes de Gaza no son la evidencia de una guerra, sino el epitafio de la arquitectura internacional de derechos humanos tal y como la conocimos. La distinción es vital y debemos ser claros desde el principio: no hay dos ejércitos enfrentados, ni dos estados con el mismo estatus de beligerancia. Lo que existe es un pueblo oprimido, y la resistencia que de forma legítima se levantó contra la opresión.
Durante más de medio siglo, la humanidad se aferró a la ficción de que había creado un andamiaje legal y moral lo suficientemente robusto como para contener el impulso de la barbarie. Un entramado de tratados, instituciones y normas que, incluso en el fragor del conflicto, obligaba a los Estados a reconocer límites infranqueables: los Convenios de Ginebra, los mandatos de relatores especiales, los corredores humanitarios, la inmunidad de periodistas y personal médico. Era un sistema imperfecto, agrietado desde su concepción, pero que se sostenía sobre la creencia compartida de que existía un núcleo intocable. Gaza nos ha arrebatado esa creencia, demostrando que ese andamiaje no colapsó por una violación puntual, sino que ha sido demolido de forma sistemática y consciente. Lo que ha quedado no es una versión dañada del sistema, sino su cáscara vacía, y nuestra tarea, como testigos, es documentar su derrumbe y señalar a quienes lo han perpetrado.
El andamiaje de la libertad y el precepto de la resistencia
El edificio de los derechos humanos no era una fortaleza impenetrable. Nació con grietas estructurales, como el poder desproporcionado de las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial y el veto en el Consejo de Seguridad. Como ha analizado el politólogo Ian Hurd (2017), la parálisis del Consejo es la grieta más profunda, un mecanismo que permite a los estados poderosos evadir su responsabilidad colectiva. Sin embargo, su funcionalidad se basaba en tres pilares operacionales que, durante décadas, lograron preservar una apariencia de orden:
– Normas codificadas: Un cuerpo legal que definía lo intolerable, desde el genocidio hasta los crímenes de guerra.
– Mecanismos de verificación: Instrumentos como las misiones de la ONU, el trabajo de ONG y, sobre todo, la presencia del periodismo internacional que documentaba y hacía visible el horror.
– Pactos mínimos de protección: Acuerdos operativos que garantizaban zonas inviolables en medio del conflicto, como hospitales, refugios y corredores humanitarios.
El fundamento ético y jurídico de este andamiaje, sin embargo, se encuentra en un punto que a menudo se olvida. El preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos lo expresa con claridad: se considera «esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión». Este precepto no solo legitima la defensa de un pueblo oprimido, sino que coloca la responsabilidad de protegerlo sobre la comunidad internacional.
La demolición en tiempo real
Gaza ha sido el escenario donde estos tres pilares han sido derribados de manera simultánea y sin ambages. Este no es un simple caso de incumplimiento, sino de anulación de la función misma de la arquitectura. Los tratados siguen escritos en papel, pero son letra muerta ante un poder de veto que los neutraliza antes de que puedan tener consecuencias reales. Las resoluciones del Consejo de Seguridad, bloqueadas por Estados Unidos y Reino Unido, se han reducido a meros comunicados sin dientes, mientras la máquina de guerra continúa. La verificación, el mecanismo fundamental para la rendición de cuentas, ha sido desmantelada con saña: la ONU y su personal son objetivos de ataque, y los periodistas, lejos de ser testigos protegidos, se han convertido en blancos militares.
Como ha documentado Nick Turse en su ensayo News Graveyards, “cada periodista asesinado es un observador menos de la condición humana” (Turse, 2023, p. 1), en un análisis que examina la erosión global de la libertad de prensa. Lo que Turse describe como un fenómeno global ha alcanzado en Gaza una dimensión de política de exterminio. La eliminación física de quienes registran y narran se ha vuelto una estrategia para controlar el relato. El derecho internacional humanitario, concebido como un freno, ha demostrado ser un cascarón vacío que no pudo proteger a más de 220 periodistas asesinados en los últimos diez meses, la mayoría de ellos, corresponsales locales que eran la última línea de defensa de la verdad. Cuatro periodistas y dos nuevos colegas de Al Jazeera yacen desde hace 48 horas bajo tierra. Siempre se me hace horrible pensar en esto y más aún escribirlo.
El último pacto roto: Zonas seguras como trampa mortal
Si hay un símbolo palpable de este colapso, es la destrucción del concepto de «zona segura». Este era, tal vez, el último pacto operativo que funcionaba. La idea de que, incluso en el fragor del conflicto, existían santuarios donde los civiles, el personal médico y los reporteros podían resguardarse. Gaza ha borrado ese consenso de la manera más brutal posible. Los ataques a hospitales, refugios de la ONU, escuelas y centros de distribución de alimentos no son «errores operacionales» o «daños colaterales»; son, como lo ha demostrado la minuciosa labor de investigación de Forensic Architecture, parte de una estrategia deliberada para convertir la salvaguarda en una trampa (Forensic Architecture, 2024).
Cuando un hospital, que debía ser un espacio inviolable, es bombardeado, no se anula solo una norma; se anula la confianza de la población en la posibilidad de la protección. Cuando una «zona segura» se convierte en un señuelo para concentrar a los civiles antes de atacarlos, el término pierde su significado y se transforma en un ejercicio de cinismo perverso. Sin zonas seguras, no hay testigos. Sin testigos, no hay pruebas. Sin pruebas, no hay justicia. La «zona segura» ha dejado de ser un espacio real para convertirse en un título semántico vacío, un concepto relegado a la historia de un mundo que ya no existe. El silencio que se impone es la prueba de que el poder armado ha logrado secuestrar la narrativa, eliminando a quienes, como Lawrence Abu Hamdan ha argumentado, son capaces de escuchar y documentar, incluso, el sonido de los bombardeos como testimonio en sí mismo (Abu Hamdan, 2017).
Una propuesta para un mundo posveto
Ante la evidencia del colapso, el diagnóstico es claro: la arquitectura existente es irreformable. Reparar sus grietas es inútil cuando sus cimientos han sido dinamitados. La única respuesta coherente con la magnitud de la tragedia es construir algo nuevo. En un momento en el que figuras como Emmanuel Macron y el gobierno español han propuesto la creación de una misión internacional bajo mandato de la ONU para Gaza, se abre una ventana política que debemos empujar para exigir una transformación real, y no solo una curita superficial.
Como hemos analizado, documentado y reflexionado quienes formamos este grupo de vanguardia, desde el trabajo de investigación de Forensic Architecture hasta los reportajes en Pressenza y la labor de intelectuales como Nick Turse y Lawrence Abu Hamdan, nuestra conclusión colectiva es unánime: la única salida coherente es la creación de un nuevo organismo internacional, radicalmente autónomo y sin derecho a veto para las potencias implicadas en conflictos. Como el politólogo Amitav Acharya (2017) ha defendido, las instituciones globales deben adaptarse a un orden multipolar para seguir siendo relevantes. En los ensayos que he publicado en Pressenza, he sostenido que la neutralidad mediática y la inacción ante la impunidad son las grietas definitivas que erosionan la credibilidad del sistema. La evidencia de Gaza es la materialización de lo que advertimos en papel: si el periodismo es silenciado, la justicia no puede ser servida.
Este nuevo organismo tendría que operar bajo el principio de mayoría calificada, eliminando el poder de bloqueo de un único estado y devolviendo a la diplomacia su potencial constructivo. En el contexto del fin del mundo hegemónico y la emergencia de un orden multipolar, este cambio estructural no es una quimera, sino una necesidad existencial. La diplomacia dejaría de ser un juego de intereses particulares para convertirse en un plano real de compromisos colectivos, donde el bien de todos es igual al bien individual. Esto devolvería a los estados su gravitancia ejecutiva y su capacidad para imponer parámetros frente a la codicia extrema. Es esencial que este organismo incluya misiones permanentes de prensa y observación, con garantías verificables y protección real para quienes documentan la situación. Esta no es una utopía, es la única vía para preservar la posibilidad misma de que la humanidad se documente y se defienda.
El mundo que ya no queremos, pero que estamos creando
Si no se actúa ahora, el futuro que se avecina es aterrador, pero predecible. Las zonas seguras serán una reliquia semántica, un concepto nostálgico de un pacto quebrado. El periodismo de guerra, en su función de testigo, desaparecerá de los conflictos más peligrosos, dejando un vacío que será llenado por la propaganda. La ONU seguirá siendo un foro de discursos impotentes, incapaz de intervenir donde más se la necesita. El derecho internacional humanitario, la última defensa contra la barbarie, quedará reducido a una ficción decorativa, incapaz de frenar crímenes de guerra o, más grave aún, genocidios.
La situación en Gaza no es solo un conflicto más; es un punto de no retorno. Estamos en la era posterior a los derechos humanos. Si la arquitectura ha colapsado, la disyuntiva es simple, y la elección está en nuestras manos: o reconstruimos sobre nuevas bases, o aceptamos que el mundo se gobierne, a partir de ahora, por la ley de la fuerza, donde la vida humana no es un derecho inalienable, sino una variable táctica. La pluma no puede ser neutral cuando se enfrenta a esta realidad, porque la neutralidad en este contexto es complicidad.
Referencias
– Abu Hamdan, L. (2017). Saydnaya (the missing 19dB). Turner Contemporary.
– Acharya, A. (2017). The End of American World Order. Polity Press.
– Forensic Architecture. (2024). Investigation on the Attack on al-Shifa Hospital.
– Hurd, I. (2017). How to Do Things with International Law. Princeton University Press.
– Pressenza. (2024). La parálisis de la ONU y el silencio cómplice del periodismo en Gaza.
– Turse, N. (2023). News Graveyards. The Intercept.













