Un sistema que lucra con la enfermedad no está en crisis, está en su esencia.
Las ISAPRES no están colapsando. Están cumpliendo su ciclo. Hicieron lo que vinieron a hacer. Lucraron, excluyeron, seleccionaron, acumularon ganancias obscenas con el dolor ajeno. Y ahora que el negocio empieza a temblar, gritan crisis. No porque el sistema sea inviable. Sino porque ya no pueden seguir extrayendo utilidades sin control.
Durante décadas, el sistema privado de salud en Chile vivió del privilegio. Cobraba más a las mujeres por ser fértiles. Castigaba a los mayores por envejecer. Rechazaba a los enfermos por no ser rentables. Y todo esto con contratos unilaterales, sin regulación real, sin fiscalización efectiva y con respaldo político transversal. Se vendieron como opción libre mientras obligaban a cotizar con ellos a millones de trabajadores.
Hoy con los fallos de la Corte Suprema que exigen devolver cobros indebidos, las ISAPRES amenazan con colapsar. Dicen que no pueden pagar. Que no hay recursos. Que si caen, caerá todo el sistema de salud. Es el chantaje de siempre. El que usaron las AFP, las eléctricas, los bancos. Si se tocan sus privilegios se derrumba el país.
Pero no es el país el que está en peligro. Es el modelo. Es la idea de que la salud puede ser un bien transable. Es el dogma de que el mercado puede regular la vida y la muerte. Es el negocio de unos pocos que hicieron fortuna vendiendo camas clínicas, bonos reembolsables y seguros que no aseguran nada.
Las ISAPRES no deben ser salvadas. Deben ser reemplazadas. No con otro negocio. Sino con un sistema distinto. Público, universal, sin fines de lucro. Donde nadie quede fuera por su edad, historial médico o ingreso. Donde la salud no sea privilegio sino derecho.
No se trata de expropiar. Se trata de ordenar el caos. De terminar con la doble vía. De unificar recursos. De construir una red digna. De fortalecer los hospitales públicos. Hoy el sistema está fragmentado, duplicado, descoordinado. Gasta más en gestión que en atención. Y reproduce desigualdades cada vez más profundas.
La solución no es perdonar las deudas de las ISAPRES. No es regalarles nuevos tramos de cotización. No es subir los planes. Es terminar con el modelo. Dejar de financiar con recursos públicos a empresas privadas que no rinden cuentas. Construir una red que funcione con base en la equidad, la prevención y la atención oportuna.
Los fondos de salud deben concentrarse en un solo ente. Autónomo, transparente, con gobernanza mixta. Donde el Estado garantice atención y los prestadores, públicos o privados, compitan por calidad no por ingresos. Se puede pagar más al que atienda mejor, sí. Pero sin negar atención al que no puede pagar.
La discusión no es técnica. Es política. Y ética. ¿Vamos a seguir permitiendo que el lugar donde uno nace determine si tendrá o no acceso a una clínica o un tratamiento? ¿Vamos a seguir dividiendo a los chilenos en asegurados VIP y asegurados descartables?
La transición debe ser gradual, justa, cuidada. Pero debe hacerse. Y debe empezar. Porque si seguimos atrapados en la defensa de lo que ya fracasó no habrá reforma posible. Solo parches. Solo más rabia.
No se trata de eliminar las clínicas privadas. Se trata de que no sean financiadas con aportes obligatorios de los trabajadores. Que nadie gane millones administrando el miedo. Que la salud deje de ser un campo de batalla ideológico para convertirse por fin en un terreno de justicia.
Las ISAPRES no colapsan. Colapsamos nosotros. Cada vez que postergamos un examen. Cada vez que nos endeudamos por una cirugía. Cada vez que elegimos entre medicamentos y comida. Colapsamos cuando el Estado prefiere salvar empresas antes que proteger a los pacientes.
Chile puede tener un sistema de salud digno. Hay ejemplos en el mundo. Hay capacidad técnica. Hay voluntad social. Falta decisión política. Y sobra temor a tocar intereses. Pero si no lo hacemos ahora, lo haremos después. Con más dolor. Con más muertes. Con más vergüenza.
Se puede. Se debe. Y se hará. Porque un país que se respeta no deja que la salud dependa del saldo de una cuenta ni del humor de una aseguradora.
Un país que se respeta, asegura que su gente viva. Y que viva bien.













