El 20 de enero de 2025, día de su regreso a la Casa Blanca, Donald J. Trump firmó la Orden Ejecutiva 14169, suspendiendo de forma inmediata y sin excepción las ayudas al desarrollo exterior aprobadas por el Congreso, en nombre de su doctrina “America First” y con apoyo operativo de su ala ejecutiva de eficiencia, el llamado DOGE (Department of Government Efficiency) liderado por Elon Musk (Exective Order USAID). Bajo ese decreto, se congeló el presupuesto de la USAID y se ordenó una revisión de todos los programas, desligando casi automáticamente la ejecución de los fondos ya asignados.
Usurpación de la autoridad del Congreso: la fractura constitucional de D.J. Trump
Ya desde febrero, el Congressional Research Service advirtió que el presidente no tiene autoridad legal para abolir, consolidar o trasladar USAID, puesto que esta fue establecida por el Congreso como una entidad/Agencia independiente, autorización legislativa que expiró en 1999 y no fue renovada (BBC: US freezes overseas aid) (The Hill). La Agencia, parte esencial de la política de desarrollo global de Estados Unidos desde 1961, quedó así protegida por el mandato del Legislativo. Sin embargo, Trump actuó sin mayores miramientos, desmantelando de facto desde varios frentes y estrategias la Agencia, como si pudiera sobrepasar esa restricción institucional, todo ello impulsado por el núcleo duro de ideólogos y oligarcas, que conforman su Gabinete y círculo más cercano. Quienes jalearon la interpretación expansiva del artículo II de la Constitución que hizo Trump para erosionar el equilibrio de poderes consagrado en el artículo I.
En marzo, un juez federal del Distrito de Columbia dictaminó que el bloqueo de fondos, previamente aprobados, constituía una probable violación de la Constitución, obligando al gobierno a reanudar pagos por unos 2.000 millones de dólares ya comprometidos, aunque respaldó la cancelación de futuros contratos tras la revisión (Salud Global del Área de la Bahía).
Decretos que liquidaron la agenda del desarrollo
Pero entre tanto y desde otro frente, en un lapso de seis semanas se implementó una purga histórica: el secretario de Estado Marco Rubio anunció la eliminación de 83% de los programas de USAID, equivalentes a 5.800 de los 6.200 contratos en curso y presupuestados desde la Admon. Biden y antes, mientras que solo un 17% sobrevivía, ya bajo su tutela directa en el Departamento de Estado (AP News).
Ello supuso la cancelación de proyectos de desarrollo, salud, democracia, emergencia humanitaria y agua potable en decenas de países. Aunque se anunciaron algunas excepciones, como la preservación del programa PEPFAR de lucha contra el VIH/SIDA tras presión del Senado, la mayor parte cayó bajo la purga (VOX.com).
Despidos, reasignaciones y caos institucional
Paul K. Martin, designado inspector general de USAID en diciembre de 2023, recibió un escueto correo electrónico en la noche del día martes. En el que Trent Morse, subdirector de Personal Presidencial, le informó que su cargo había sido “terminado, con efecto inmediato”, sin más explicaciones ni notificación previa, al día siguiente de que la oficina emitiera un informe crítico sobre los recortes de ayuda internacionales y la congelación de sueldos y programas.
Paul K. Martín ya había avisado, en tiempo y forma, al Gabinete Trump antes sobre la inminente pérdida por caducidad de los créditos presupuestarios, por 489 millones de dólares en asistencia alimentaria para USAID.
Sea como fuera, hay que matizar que la reorganización del personal fue abrupta: 94% de los empleados fueron despedidos, de un día para otros, anuladas sus credenciales para entrar a sus oficinas. Muchos de los empleados enviados en el extranjero, fueron repatriados a Estados Unidos, sin garantías de reubicación, y solo a un minúsculo grupo fue considerado en el nuevo proceso de contratación del Departamento de Estado (exclusivamente los “fieles” al ideario de Trump y la Agenda 2025) La operación fue descrita como despiadada y profundamente divisoria, en cuanto a la propia Opinión pública estadounidense (mrt.com).
El personal de carrera, expertos y diplomáticos veteranos fueron reemplazados o dejados en limbo. Una nueva generación de nombrados políticos, leales a Trump y alineados con DOGE, asumió el control, sin experiencia previa en desarrollo o diplomacia The Washington Post. El impacto en la moral interna fue severo, con conflictos por despidos errados y procesos opacos que derivaron en acciones legales (The Washington Post).
Wartime USAID: pantomima del soft power y realidades de impacto
Desde 1961, USAID ha simbolizado el soft power (poder blando) estadounidense. Dicho en otros términos pura proyección ideológica y operación encubierta y, algunas veces, simple tapadera del espionaje o apoyo encubierto desde diversas agencias de inteligencia estadounidenses y sus aliados, a regímenes afines o que se deseaba subvertir. Sin embargo, no se puede ignorar que, durante más de medio siglo, sus programas salvaron vidas y contuvieron crisis sanitarias como brotes de Ébola o la pandemia del VIH/SIDA. En sus mejores años, administró vacunas, agua potable, nutrición infantil, planes de género, acceso a educación básica, microcrédito y asistencia de emergencia (RESULTS).
El abandono del enfoque de desarrollo real fue defendido por los críticos de USAID, quienes lo tachaban de “ineficiente, ideológico y ajeno a los intereses estratégicos de EE.UU.”. Sin embargo, diplomáticos y expertos en desarrollo internacional han documentado logros concretos: la reducción de enfermedades como la tuberculosis y el VIH, mejoras en salubridad, y programas efectivos de mitigación de desastres, especialmente en África, el Sudeste Asiático, América Latina y Oriente Medio.
Consecuencias humanitarias: del almacén a la tragedia evitada
Una de las imágenes más brutales de estos decretos fue la destrucción de 500 toneladas de alimentos de emergencia almacenadas en Dubái. Esa partida ya destinada a Afganistán o Pakistán estaba presupuestada en 793.000 dólares (además de otros 100.000 dólares para su desmovilización), y hubiera sido suficiente para alimentar a 27.000 personas durante un mes. Aunque de esas partidas otras 622 toneladas fueron rescatadas y finalmente redistribuidas en Siria, Bangladesh y Myanmar, otras 496 toneladas se perdieron tras el corte administrativo y el fin de las operaciones de USAID en julio de 2025 (Reuters).
En Afganistán, los efectos del desmantelamiento de USAID fueron demoledores. Allí la suspensión de cerca de 500 millones de dólares en ayuda provocó el cierre de más de 420 centros de salud, dejando a más de 3 millones de personas abandonadas a su suerte, con tratamientos en curso, ya sin atención. En este sentido, el Programa Mundial de Alimentos “levantó bandera” impotente, que se cubría apenas a 1 millón de los 10 millones de personas en extrema necesidad (The Washington Post – Titulares “Los hospitales colapsan y el hambre se dispara en Afganistán tras los recortes de ayuda de EE. UU.”: Estados Unidos proporcionaba más del 40 % del apoyo humanitario a Afganistán hasta los recientes recortes ordenados por Trump. Las organizaciones de ayuda advierten que el impacto podría ser devastador (13 de julio de 2025)).
En África, Sudán o Uganda, ONG reportaron un agotamiento acelerado de kits de VIH, y medicamentos para TB, servicios maternos, obstetricia y sanitario en general; en Camboya, los programas de tratamiento de tuberculosis en curso para miles fueron suspendidos, ya que las ONG locales quedaron con menos de un mes fondos operativos disponibles y sin recontrato o financiación alternativa (Diario AS).
En el Sudeste Asiático, numerosas ONG denunciaron haber sido notificadas de recortes inmediatos, de un día para otro, sin previo aviso. Varias organizaciones pequeñas se vieron obligadas a cerrar operaciones al carecer de reservas financieras propias (la normativa de USAID solo permite disponer de los activos para mes de gasto operativo adelantado, localmente), y esos fondos fueron rápidamente agotados tras la suspensión abrupta de la ayuda. Según reportó Al Jazeera, el desmantelamiento de USAID impulsado por Trump “ha desencadenado una ola de incertidumbre en el Sudeste Asiático”, donde muchas ONGs advierten que, sin los fondos estadounidenses, será casi imposible mantener sus programas sobre el terreno. Más allá del daño inmediato quedan las fracturas globales y un futuro incierto.
Este cierre abrupto de la USAID supuso un relevo del control del soft power estadouniense dede el Departemento de Estado, supuestamente animada por una visión centrada en la eficiencia y nueva alineación ideológica, más que en la construcción de soberanía o resiliencia. Especialistas en salud global (BBC) advirtieron que la decisión pone en riesgo el control de enfermedades transmisibles, retrasos en vacunas y tratamiento, con consecuencias directas en mortalidad y nueva extensión de enfermedades como el VIH, y otras endémicas como la TB, el cólera y malaria.
También se observó la debilitación del sistema global de emergencia, donde USAID jugaba un rol clave en coordinación logística, alianzas con ONG locales y despliegue en zonas en crisis. Sin esa estructura, el resultado es el colapso técnico y moral de los esfuerzos colectivos, coincidiendo con la peor crisis alimentaria y climática de la época (Human Rights Watch).
Los actores que en el pasado impulsaron suscripciones al desarrollo hoy se encuentran en una crisis institucional: organizaciones como ActionAid, UUSC o Frontline AIDS se han visto forzadas a recortar proyectos, despedir personal y cerrar oficinas en varios continentes; sus socios locales relatan la imposibilidad de mantener operaciones ni cubrir necesidades básicas de las poblaciones vulnerables.
¿Origen de un nuevo orden global?
Se argumenta que el vacío dejado por USAID podría propiciar el surgimiento de un orden multipolar o más distribuido, donde otras potencias (UE, China, India) llenen el terreno o el hueco dejado por EE.UU. en asuntos de Desarrollo, Salud y alimentación. Sin embargo, es preocupante cómo estos “tics autoritarios” imperiales emergen cuando un liderazgo ignora contrapesos institucionales (poder Legislativo, Judicial) y concentra poder en el Ejecutivo. La lentitud y verdadera disposición de países como Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda o estados del norte y este de Europa a alinear o no sus políticas con EE.UU., o bien suplir su falta en la función de USAID, añade una capa de peligro si respaldan esta deriva autoritaria como modelo operativo.
Conclusión
El caso USAID no es solo una reorganización presupuestaria: es un ensayo de acumulación de poder por decreto. Trump utilizó y extendió la autoridad ejecutiva más allá de los límites tradicionales del artículo II, eludiendo al Legislativo y desafiando decisiones judiciales. El colosal sacrificio de una agencia con más de 50 años de legado humanitario —y con fallas reales— ha provocado un impacto directo y medible: vidas humanas en peligro, personas despedidas en tierra lejana, y programas vitales detenidos abruptamente.
Si de esa crisis nace un sistema global menos hegemónico y más equilibrado, bienvenido sea; pero no olvidemos que los últimos tics de un imperio —sacudido, confuso y autoritario— pueden ser los más destructores. La verdadera prueba estará en los contrapesos: si el Congreso y los jueces recuperan su rol constitucional de moderación, o si esta centralización ejecutiva se convierte en modelo duradero.
Nota de la Redacción – España
El análisis de Ángel Sanz Montes sobre el desmantelamiento de USAID, bajo la Orden Ejecutiva 14169 de Trump, expone cumplidamente los aspectos de la crisis institucional, sin precedentes, del desmantelamiento de facto por varias vías de la agencia USAID y su acción en el Mundo. Se revelan las costuras rotas del sistema humanitario global. Pero más allá de los titulares políticos y de lo que no marcha bien en EEUU, conviene subrayar un poco más tres dimensiones críticas que amplifican la tragedia:
El rostro humano del colapso de los empleados expuestos y abandonados in situ
Los despidos masivos (94% del personal) no es solo una estadística burocrática estadounidense. Afecto fuera de sus fronteras a miles de empleados locales en países como Afganistán, Sudán o Myanmar. Traductores, guías, conductores, trabajadores, sanitarios, personal médico (contratados por USAID algunos durante décadas), que quedaron de la noche a la mañana sin salario, pero también sin el “escudo diplomático”que les protegía en zonas de alto riesgo. Muchos llevaban años trabajando en proyectos sensibles (lucha contra el extremismo, apoyo a disidentes, salud reproductiva), ganándose la enemistad de grupos locales o gobiernos autoritarios. Hoy, sin vínculo formal con EE.UU., son blancos vulnerables: sus familias, desprotegidas; sus redes de seguridad, desmanteladas. La «eficiencia» de DOGE ignoró que, en territorios en conflicto, un carné diplomático y una relación Consular salva vidas.
El legado silenciado de lo que USAID si contribuyó y ahora se pierde
Sí, la agencia acumuló sombras profundas: instrumentalización geopolítica, opacidad en contratos, vínculos con operaciones de inteligencia, y participación en desestabilizaciones. Estos hechos son documentados e innegables. Pero reducir su historia solo a esto sería omitir su otra mitad: la de programas que salvaron generaciones. En 64 años de operaciones:
— Contribuyó a vacunar a 500 millones de niños contra polio y sarampión mediante el Programa Global de Inmunización, ejecutado junto a OMS, UNICEF y gobiernos locales. Las vacunas utilizadas —incluidas las clásicas como la oral contra polio— fueron rigurosamente validadas por protocolos internacionales y su distribución respondió a emergencias sanitarias reales, no a experimentos. Los casos aislados de irregularidades (como el mal manejo de ensayos en Guatemala en 1948, previo a USAID) no invalidan que estas campañas frenaran epidemias en África y Asia.
— Financió la perforación de 89.000 pozos en el Sahel y Centroamérica, dando acceso a agua limpia a comunidades sitiadas por sequías.
— Formó a 2.3 millones de maestros en zonas rurales de Latinoamérica y el Sudeste Asiático, usando metodologías validadas por UNESCO.
— Su red logística distribuyó el 40% de los antirretrovirales en África subsahariana durante la crisis del VIH/sida (PEPFAR), un programa multilateral con la UE y el Fondo Global.
Estas acciones —respaldadas por la OCDE, ONU y ONGs locales— no fueron «experimentos» sino respuestas a crisis humanitarias concretas. Su abrupta cancelación deja hoy a millones sin redes de supervivencia que tardaron décadas en construirse.»
—Apoyó la formación de 2 millones de maestros en África y América Latina.
—Impulsó el acceso a agua potable para 89 millones de personas (Fondo de Agua y Saneamiento).
—Salvó comunidades enteras durante el ébola en África Occidental (2014) y la hambruna en Somalia (2011). Aunque hubo mucho de contención y alarma para evitar pandemia, en el terreno quedaron los hechos positivos.
Este no es solo un «soft power» abstracto: son escuelas construidas, pozos excavados, medicamentos entregados. Borrarlo de un plumazo —como hizo Trump— es condenar a una generación al retroceso.
La frágil red global antes como una herramienta geopolítica: ¿ahora quién cubrirá las necesidades?
La esperanza de un «nuevo orden multipolar» es, hoy por hoy, según unos una realidad naciente en los BRICS y otras iniciativas. Para otros un espejismo viendo la propia falta de unión y homogeneidad entre los países BRICS o de la multipolaridad. La UE destina solo el 0.5% de su PIB a ayuda exterior (frente al 0.7% prometido).
China prioriza préstamos vinculantes a infraestructuras estratégicas y es cierto que en caso de de default (impago) no reacciona como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, abriendo otros modos de puentear la situación.
India carece de capacidad logística global y su política internacional da bandazos entre el seguidismo a la UE y G20.
Los países aliados (Reino Unido, Canadá) ya recortan sus presupuestos para alinearse con la doctrina «America First«, así ellos también se ahorran un pico. El resultado: 10 millones de afganos sin asistencia alimentaria, 3 millones sin salud en el Cuerno de África, y programas de VIH colapsados en 14 países. La comunidad internacional reacciona lento y a medias: las ONG sobreviven con donaciones privadas, no con reemplazos estructurales.
Conclusión: Un terremoto con réplicas inciertas.
Lo ocurrido con USAID no es solo un ajuste presupuestario: es la implosión deliberada de un pilar del contrato social global. Trump demostró que un presidente puede ignorar al Congreso, desobedecer a los jueces y sacrificar vidas en nombre de la «eficiencia». Pero el daño mayor no está en Washington: está en las niñas yemeníes que hoy no reciben su ración de harina enriquecida, en los médicos camboyanos que destruyen kits de tuberculosis por falta de fondos, en las familias sirias que buscan agua en escombros.
La pregunta no es ¿si otros ocuparán el espacio de EE.UU.?, sino cuántos morirán antes de que alguien lo intente.
En todo esto hay una verdad incómoda y holística que trasciende el debate ideológico y cualquier otro: en un planeta cerrado e interconectado, como el nuestro, la salud global y la estabilidad no son actos de caridad, sino de supervivencia colectiva. Las pandemias no respetan fronteras, las crisis alimentarias desatan migraciones masivas, y las zonas sin servicios de salud se convierten en incubadoras de resistencias antibióticas o virus con potencial pandémico. USAID, con todos sus fallos, era un engranaje crítico en el sistema de alerta temprana y contención.
Quienes celebran su desmantelamiento en nombre del ‘egoísmo nacional’ o el ahorro, que son impuestos que no le cobrarán a los más ricos, olvidan que:
—Un brote de ébola no contenido en Guinea en 2021 llegó a extenderse a 9 países, incluido EE.UU.
—El 70% de las nuevas enfermedades humanas (VIH, ébola, COVID-19) surgieron de zonas sin vigilancia epidemiológica.
—La desnutrición infantil en Sahel reduce el PIB regional en 11% anual (Banco Mundial), destruyendo mercados para exportadores y que son zonas que incluidas en los beneficios del Siglo XXI también son mercados importadores y consumidores.
Si tu espiritualidad no te da para más (o da sólo para “los tuyos”), piensa que esto no es ‘buenismo’. Es ciencia, es pragmatismo frío, es realismo. Invertir un dólar o euro en vacunas en Nigeria ahorra 43$ en gasto sanitario en Europa (OMS, 2023). Apoyar clínicas en Afganistán evita que la tuberculosis XDR llegue a Londres o Nueva York. Si aún no te basta este argumento, piensa que las vallas no detienen las grandes hambrunas y que los filtros de tu jet privado no paran los virus o patógenos. Solo la solidaridad humana y las redes de cooperación lo hacen.
La esperanza existe, los profesionales y las redes USAID y otras más siguen existiendo y se levantarán con más fuerza. Puede que no siempre vendrá de estados, sino de médicos en campos de refugiados, epidemiólogos locales, y ONGs que entienden que nadie está a salvo hasta que todos lo estén. Por otra parte, en África, Asia y Sudamérica hay cada vez más centros de enseñanza de enfermería, Universidades e investigación punteras en curso. Desde allí son conocedores de la situación de primera mano y no piden caridad aportan y comparten conocimiento con generosidad.
Así es que pasemos por este espasmo autoritario de Trump en 2025, como tantos otros accidentes de la Historia. Será recordado no solo por su crueldad, sino por su miopía: demostró que romper el sistema inmunológico global es un acto de autosabotaje.













