Hace un par de semanas en la exigente altura de Bogotá, a una de las personas más importantes de mi vida le sacaron el corazón de su cuerpo para reparárselo y luego volvérselo a poner. Imagino esa secuencia y se me corta el aire. De pronto, a una de las mujeres que más cuidados y amor ha sabido dar, le sacaron por un rato el corazón, el epicentro que esta especie ha designado para esas emociones. ¿Qué sería de nosotros, como humanidad, si no existiera el corazón? No el órgano, sino el símbolo. Músculo involuntario lleno de electricidad que pesa entre 250 y 300 gramos y que es fuente y depósito del enorme universo metafórico de nuestros sentimientos e irriga sangre al cuerpo entero, fragilidad con fortaleza y que, salvo que haya terminado su vida útil, es muy parecido a una heladera, nunca para.

Del corazón se ha dicho todo y, sin embargo, no alcanza. La lengua no alcanza para él y lo que tenga que decir la ciencia en todo caso es limitado porque el corazón es muchísimo más que un órgano y es vital porque es un punto de referencia para lo que sentimos. Nuestra especie primero conoció la fe y el amor, mucho tiempo después nos enteramos de que existen las arterias, las venas, las aurículas, los ventrículos y todo lo demás a lo que clasificamos, diseccionamos y le pusimos nombre, y es que cuando nos rompen el corazón no vamos al cardiólogo, a lo sumo, al psicólogo. Vive atrincherado en el tórax entre las costillas y el estoico esternón que ha sido relegado a un lugar un poco ingrato, protector silencioso y alejado de los flashes de las tragedias de amor, no hay una sola canción que lo mencione.

El corazón se trata de tiempo, lo señala, es un ritmo y por eso el “marcapasos” se llama así. Es hueco, requiere estar vacío para llenarse y volverse a vaciar como cualquier espacio en el que se empiece algo. El primer sonido fue el del corazón ajeno. ¿Cómo habrá sido el primer asombro al escuchar ese retumbar mientras vivimos adentro del cuerpo de quien nos gestó? Debe ser por eso que el corazón también es un vehículo, porque nos permite transportarnos a un otro. Necesitamos que nos repiquetee recordándonos la vida, ningún latido es igual a los demás porque los latidos del corazón no son una repetición, son la expresión de una singularidad.

Lo cardiocéntrico nos vincula con nuestro mundo. Hay personas cordiales, se llega al corazón de las frutas, lo hacemos dibujo en todo lado, existe el dedo corazón y los emojis de varias versiones de un corazón, hasta puede que siga en pie el árbol en el que mis padres tallaron un corazón cuando siendo novios fueron a pasear a un bosque, los osos de peluche que se encienden cuando se les aprieta el corazón, decirle a alguien “corazón”, Ricardo Corazón de León, recordar, concordar y discordar, llevar a alguien adentro del corazón, pero también, sacarlo de ahí. La imagen bellísima y tremenda del Sagrado Corazón de Jesús que más que honrar al ser, honra a su corazón y que hace parte de nuestro lenguaje, aunque no se adscriba a la religión. Piedra angular de todos los géneros musicales, el punto elegido por el poeta José Asunción Silva para marcarse una equis, el palo de corazones en la baraja, estar con el corazón en la mano como lo estuve yo mientras unos cirujanos durante horas tuvieron en sus manos el corazón de una de las mías.

Esa mujer fuerte ahora tiene un corazón que empezó a acostumbrarse a un nuevo ritmo de trabajo y yo agradecí, con todas las fuerzas del mío, que el suyo, siga encendido y siga siendo el hogar que nos abrasa y nos recibe. Ser conscientes de portar un corazón hace a la experiencia humana. Tenemos pálpitos y corazonadas. ¿Nos precede el corazón? Estar vivos es algo que mientras ocurre lo encuentra a él latiendo, vive en gerundio, el corazón. Somos nosotros los obligados a seguir su ritmo y no al contrario. En realidad, no tenemos un corazón, él nos tiene a nosotros.