Por Ricardo Serruya/Se presume inocente

El viernes 7 de marzo por la madrugada, cuando muchos dormían, la ciudad de Bahía Blanca sufrió un terrible temporal. En muy pocas horas llovió lo que llueve en meses: 300 milímetros de agua cayeron en menos de doce horas. Para que se tenga dimensión del hecho, esa cantidad de agua suele caer en esa ciudad en  seis meses.

El desborde de arroyos y las precipitaciones causaron –al momento de publicar esta nota– 16 muertos, todavía hay gente desaparecida y ya llegan a 1500 las personas evacuadas. Además los servicios están colapsados y la ciudad parece haber vivido una contienda bélica.

Se trata de una tragedia social, económica y ambiental que vuelve a interrogarnos sobre las causas que generan estas catástrofes naturales. La periodicidad de este tipo de eventos en distintas partes del mundo hacer caer de manera categórica los argumentos irracionales de aquellos que –aún ante tanta evidencia– niegan la existencia de una crisis climática.

“Llovió mucho en pocas horas” se expresa en diferentes rincones. El diagnóstico es tan cierto como evidente. La pregunta que debiera aparecer es por qué ocurre esto. ¿Por qué sufrimos calores al borde de la tolerancia humana, por qué tenemos períodos de sequías abrumadoras, por qué llueve de manera excepcional?

La respuesta, una vez más, se encuentra en una serie de acciones que la humanidad está llevando a cabo. Nuevamente se debe afirmar que si no se cambian pautas de producción y de consumo sufriremos este tipo de eventos de manera regular.

La explotación de energías fósiles, el desmonte y la quema de espacios verdes son apenas algunas de las operaciones generadas por la humanidad que  generaron y profundizan este contexto de crisis climática.

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Ciudades arrasadas

El fenómeno de urbanizaciones sin control ni  estudios de impactos previos son una constante en la Argentina de hoy. En nombre de un supuesto progreso nuestras urbes crecen para arriba: edificios con departamentos, cocheras y locales comerciales se construyen sin concretar, previamente, análisis  que confirmen si  los sistemas de cloacas o de desagües  –en ocasiones con una antigüedad de más de un siglo– podrán ofrecer servicios para esta nueva escenografía.

Tampoco se crean espacios verdes directamente proporcionales a las edificaciones que se construyen, por el contrario, en algunos casos se devastan los  existentes ocasionando una pérdida de lugares de retención de agua en caso de precipitaciones abundantes.

Otras edificaciones se instalan en zonas inundables, en ocasiones en terrenos que en un pasado eran ocupados por cursos de ríos o arroyos que, se sabe, en algún momento vuelven para  ocupar su primigenio espacio.

A esta falencia se le deben sumar dos hechos que engrosan esta realidad. Las ciudades de la llanura pampeana, zona donde se desarrolla el modelo de producción agrotecnológico,  tala montes nativos  par extender la frontera agropecuaria: donde hace un tiempo existía un bosque o un monte, hoy se ha transformado en una árida llanura que alberga soja o trigo. Esos espacios retenían agua de lluvia que era absorbida por árboles o por una superficie terrestre, algo que no sucede cuando esos terrenos se transforman en sembradíos. El combo es letal, ciudades y campos cercanos a ella que expulsan el agua de lluvia donde viven centenares de personas.

Bahía Blanca

En Bahía Blanca se sumaron una batería de hechos endógenos y exógenos que generaron una catástrofe socio ambiental.  Se desarrolló una explosión edilicia sin planificación urbana, se ocuparon  zonas donde no se aconseja construir, se llevó a cabo desmontes en el ejido urbano y fuera de él y  se amplió la frontera agropecuaria. Un abanico de hechos que agrava un fenómeno natural inédito, consecuencia de la crisis climática.

La bolsa de Cereales  y Productos de Bahía Blanca (Bcpbb) informaba en 2024 que  2,6 millones de hectáreas era  la superficie destinada al cultivo de la soja. Este número representa un aumento del 5%, en las áreas de influencia de los distritos oeste, suroeste, centro y sur de la provincia de Buenos Aires y sectores de La Pampa. La explicación que se daba era que el aumento de esta producción tiene su explicación en  los bajos costos de producción, las expectativas de precipitaciones estivales,  la disminución de la superficie destinada a otros cultivos y a la extensión de frontera agropecuaria, o sea a la tala de árboles para convertir montes nativos en llanuras a sembrar o  la ocupación de superficies donde antes pastaba el ganado.

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Ojos que no ven y oídos que no escuchan

Lo ocurrido en Bahía Blanca había sido anunciado por los hoy vapuleados investigadores del Conicet que en el año 2012 publicaban un trabajo sobre hidrografía, en el  se  advertía que la ciudad era altamente vulnerable en su estructura urbana si se producían fuertes lluvias.

Los investigadores anunciaban que la ubicación de Bahía Blanca al sur de la Provincia de Buenos Aires,  en la parte baja de la cuenca del canal Maldonado y del arroyo Napostá, la convierte en un área propensa a la acumulación rápida de agua durante precipitaciones intensas. Además se informaba que el sistema de drenaje y  las características topográficas del terreno  agravaban la situación.

Como se explica en este artículo, el estudio también anuncia que la expansión urbana desordenada, sin planificación y la disminución de espacios naturales  agrava el panorama ya que no permite que el agua drene adecuadamente y, por el contrario, se acumula en zonas bajas.

Como se puede apreciar, sucedió todo lo anunciado  hace 13 años. Nadie puede decir, como lo dijo Reutemann en la inundación santafesina, “nadie me avisó”.

El artículo original se puede leer aquí