Cada mes de mayo la caribeña ciudad de Portobello, en la provincia panameña de Colón, se inunda de danzas, tambores y tradiciones religiosas durante los Festivales de Diablos y Congos, declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura en 2018.

La festividad revive el espíritu de los antiguos palenques, lugar de asentamiento de los negros cimarrones que escapaban a las montañas desde las plantaciones españolas en busca de libertad, y en donde la reina Congo presidía los rituales y la vida comunitaria, acogiendo también a visitantes de zonas vecinas que llegaban por vía acuática, con la hospitalidad y generosidad propia de los pueblos africanos.

El palenque se convertía así en sitio único para compartir costumbres, comidas, bebidas, danzas, música y juegos.

Este año la tradición se dedicará a la pollera Congo, vestimenta confeccionada con telas de diferentes colores —lisos y estampados—, con excepción del rojo, que en esa cultura representa al diablo o chamuco, y si alguien lo usa es como si admitiera que tiene algún pacto con él.

Para la fotógrafa Sandra Eleta, reconocida por reivindicar la mirada artística hacia la cotidianidad de los pueblos de origen afrocolonial e indígena, una de las maravillas que la atrajo a este puerto natural fue que sus pobladores —sin estar suficientemente conscientes de ello— respondían a raíces africanas.

Los festejos en la tierra del Cristo Negro sobrepasan las fronteras de la provincia de Colón para unirse a otros territorios como Panamá, Bocas del Toro o Veraguas, en el occidente del istmo.

Según la tradición, estas festividades son una oda a la resiliencia del negro esclavizado en los tiempos de la colonización y su lucha por la libertad, explicó el gestor cultural Jorge Montenegro.

Durante el baile, el Congo, vestido con tiras —simulando las prendas originarias hechas de retazos de telas de los amos— y la cara pintada de negro, se enfrenta con burla al Diablo (el mal), disfrazado con una gigantesca máscara rojinegra.

El festival alcanza su punto máximo con un gran espectáculo en la plaza central del pueblo, donde se instala una tarima y se realizan las representaciones del juego congo y el de diablos, acompañados del canto y el repique de tambores.

(Tomado de Orbe)

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