Este 15 de marzo Xi Jinping, con casi 71 años, cumplirá once al frente de la presidencia de la República Popular China. Desde su nominación es víctima de una campaña de desprestigio integral y sostenida por la casi totalidad de los medios de Occidente.

Elegido para el cargo por su política implacable de lucha contra la corrupción y numerosos éxitos de gestión en lugares tan disímiles como Shanghai, Fujian o Zhengjian, al frente de la organización de los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008 o siendo miembro del Comité Permanente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de China.

Hijo de Xi Zhongxun, ex vice primer ministro de China y uno de los fundadores de la guerrilla comunista, era considerado un “Príncipe Rojo”. Sin embargo a los diez años de Xi, su padre fue purgado y enviado a trabajar en una fábrica a Henan, para unos años después terminar encarcelado, lo que complicó la vida política de Jinping durante décadas.

Teniendo prohibida la entrada en la capital del país, fue atrapado en su adolescencia y enviado a un campo de reeducación y vivió durante años en las casas-cueva de Liangjiahe, donde terminaría erigiéndose como líder campesino.

Recién en 1974 logró incorporarse al Partido Comunista Chino, habiendo sido rechazado su ingreso en 16 oportunidades, y ese mismo año comenzó sus estudios de ingeniería química. En la Universidad Tsinghua, en Pekín, se graduó y también obtuvo el doctorado en teoría marxista y en educación ideológica y política en la Escuela de Humanidades y Ciencias Sociales.

Las tasas de desarrollo de las provincias de las que fue gobernador fueron brillantes. En 1993, por ejemplo, obtuvo un galardón nacional por los logros obtenidos en la mejora del bienestar de los adultos mayores. Su gestión también se destacó por la investigación de las empresas contaminantes, generando un progreso sin ciudades polucionadas.

La política pública que le dio reconocimiento nacional fue el programa de erradicación de la pobreza de 10.000 aldeas. Modelo que se siguió utilizando en el país, hasta que en febrero del año 2021, Xi Jinping pudo dar por concluida la tarea, explicando que en los últimos ocho años, casi 99 millones de chinos y chinas habían salido de la pobreza.

Bajo su mando China ha puesto en marcha algunos de los proyectos más ambiciosos de la historia humana, como son la Gran Muralla Verde 2050, que busca generar el bosque plantado más grande del planeta para equilibrar la situación ecológica del país o la Iniciativa de la Franja y la Ruta, que busca generar nuevas reglas de comercio y colaboración entre países. Este proyecto, unido al fortalecimiento del bloque de los BRICS, posiciona a China en una nueva situación geopolítica y económica, que le otorga un rol preponderante en la construcción del futuro de la humanidad.

El diseño de ese futuro para todos está plasmado en el libro que recopila el pensamiento del presidente chino “Xi Jinping: la gobernanza de China” donde hace alarde de los aportes de China para la construcción de un destino común para la humanidad. También despliega las adaptaciones que recibió el marxismo en su aplicación en el país asiático, entre infinidad de temas.

Bajo su batuta llegó la reconciliación con Rusia y la posibilidad de llevar adelante propuestas en conjunto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y otras instancias internacionales. Sometida a una guerra económica y de despliegue militar por parte de los Estados Unidos, China ha mostrado sus capacidades tecnológicas militares, que de momento están siendo suficientes para desalentar mayores provocaciones, además de contar con el ejército más numeroso del planeta.

El despliegue de relaciones en América Latina, en África y en Oriente Medio, se suman a la conformación de grandes bloques en Asia que han fortalecido mercados emergentes y que han modificado las influencias de las potencias coloniales.

Su gestión logró que se restablecieran relaciones entre países que llevaban décadas enfrentados como son Arabia Saudí y la República Islámica de Irán.

Si bien su conducción abreva de la tradición de los mandarines seleccionados por sus méritos para la conducción del Imperio Chino, su discurso no es mesiánico, ni pretende trasplantar sus fórmulas a otros pueblos y culturas. “No existe un manual al que podamos referirnos para promover la reforma y el desarrollo, ni necesitamos instructores paternales que sermoneen a nuestra gente”, dice al respecto.

Embarcada como está China en el crecimiento económico y la prosperidad que permitió vencer la pobreza, Xi Jinping también advierte sobre la necesidad de desarrollar la cultura. “Nuestro país prosperará solo si nuestra cultura prospera, y nuestro país será fuerte solo si nuestra cultura es fuerte. Sin plena confianza en nuestra cultura, sin una cultura rica y próspera, la nación china no podrá rejuvenecerse”.

Este es otro de los temas que se reformaron bajo el mandato de Xi Jinping, no hay más restricciones a la reproducción de sus habitantes. Al mismo tiempo se apela a valorizar a su población, convocando a que los artistas y escritores “miren más allá de sus propias vidas y profundicen en la vida de la gente común para contar historias sobre ellos, escuchar sus voces y celebrar sus méritos”.

Nos intentan convencer que China es una dictadura y Xi Jinping el dictador de turno, que pretende eternizarse en el poder para convertir al país es una potencia hegemónica.

Pero, un estudio de Blanca Marabini San Martín, graduada en Relaciones Internacionales y Traducción e Interpretación por la Universidad Pontificia Comillas y líder de equipo en el European Student Think Tank, deja entrever que “la reforma china de los mandatos presidenciales tendría un impacto relativamente limitado en comparación con la alarma que ha suscitado en el ámbito internacional. Indica que la conversión del puesto de presidente en cargo vitalicio podría carecer de grandes efectos en la práctica y realmente solo busca coordinarlo con los puestos de presidente de la Comisión Militar Central y secretario general del Comité Central del Partido Comunista de China, que ya son vitalicios”.

Para luego puntualizar que “estas medidas surgen en el marco de la campaña anticorrupción de Xi Jinping”, que justifica “la creación de la Comisión Nacional de Supervisión”. Un órgano que cuenta con un alcance mucho mayor a los existentes y que incluye, además del Partido Comunista Chino, a organismos estatales, empresas públicas y otros partidos políticos.

Si bien, las medidas amplían el poder del mandatario, se debe entender que su accionar es transformador y busca dotar de un nuevo sentido a la funcionalidad del Estado.

Además Xi Jinping no solo marca el rol que debe jugar China en el concierto de las naciones, sino que aboga por la colaboración y puesta en común de la Comunidad de un Destino para la Humanidad, que lamentablemente en los oídos occidentales suena a la hipocresía que suele caerse de la boca de los políticos de estas tierras, pero que para Oriente y, particularmente para los chinos, es una imagen inspiradora.