El desamparo de un pueblo frente al apetito desenfrenado e inmoral de la élite económica y política.
Cuando los poderosos sienten que las personas sobran, son estas últimas las que están en el desamparo absoluto y por ello mueren.
Parece impresentable que un estado como el chileno, que gasta miles de millones de dólares en “juguetes” para las FF. AA y Orden y Seguridad o pretende vehículos de alta gama para los jueces de la Corte Suprema, no mejore la situación en infraestructura, equipamiento, capacitación, prevención, campañas de información y planificación con los afectados en las zonas de más alto riesgo y mayor concentración demográfica, desoyendo por décadas las evaluaciones y propuestas de los expertos.
Las consecuencias del catastrófico mega incendio de la región de Valparaíso que empezó el 2 de febrero deja, hasta el momento de esta información, 131 personas fallecidas, y, además, en lo material el daño es cuantioso, alrededor de 12.000.- (doce mil) hogares destruidos o dañados.
Estos incendios que vienen afectando estos últimos años a diversas regiones de nuestro país, principalmente a la región de Valparaíso, dejan en evidencia lo que algunos científicos sociales, desde los años setenta, han subrayado con relación a que los desastres naturales, desencadenados de forma espontánea o intencional, provocan tragedias que evidencian las desigualdades sociales existentes en todo el mundo, cuando coinciden con la marginación social, la pobreza y la fragilidad, afectando principalmente a los segmentos más empobrecidos de la población , que al no tener la posibilidad de elegir donde vivir, ocupan terrenos de uso público o bien sin un uso aparente, ubicados en zonas de mayor riesgo, fragilidad y fuera de la zonas de interés estatal; que constituyen las poblaciones callampas o campamentos de las y los marginados, cuya suerte de vida o muerte, en realidad tiene importancia cero para quienes sustentan el poder.
Para estas comunidades, que viven en precariedad total, su prioridad es la sobrevivencia y, por lo tanto, está lejos de la preocupación por acciones de autocuidado asociadas a los desastres naturales estableciéndose una diferencia radical en las capacidades para mitigar, prepararse y responder frente a los eventos, así como para recuperarse de sus impactos.
La sospecha de la intencionalidad de estos incendios cobra fuerza en los dichos del Gobernador de la Región de Valparaíso, Rodrigo Mundaca, a distintos medios de comunicación. En sentido opuesto los expertos técnicos nos conminan a mirar los resultados de las investigaciones de los incendios en los últimos tiempos, los que arrojan porcentajes bajos de acciones intencionales, y muy altas las razones de desidia, negligencia del Estado fallido en manos de la elite, y la no atención de estos frente a cuadros de situación que es sabido, elevan las posibilidades de catástrofes.
Las especulaciones respecto de las causas van, como vemos, en distintas direcciones, pirómanos, las condiciones perfectas después de años de sequía, las “tomas” (donde se construyen casas los marginados y desplazados por este inhumano sistema), el voraz apetito de las inmobiliarias que compran a precio de huevo los terrenos siniestrados ahorrando millones y ganando cientos de veces los invertido.

La otra mirada, la del pueblo olvidado, su vida de abandono y su fortaleza increíble.
A pesar de todo, sigue en alto la lucha casi criminalizada en nuestro país de los dirigentes de “los sin casa” y que están disputando y haciendo frente al desinterés estatal por una parte y por enfrentar la codicia desquiciada e inmoral de las inmobiliarias. Otro frente se libra en el parlamento, donde se está tramitando hace años un proyecto de ley respecto de la prohibición de NO construir en 30 años en terrenos siniestrados.

La Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción de Riesgos de Desastres (UNISDR) orienta las acciones de los Estados, definiendo al riesgo como “las posibles pérdidas que ocasiona un desastre en términos de vidas, las condiciones de salud, los medios de sustento, los bienes y los servicios, y que podrían ocurrir en una comunidad o sociedad particular en un período específico de tiempo en el futuro” y en ese contexto los derechos humanos están en riesgo.
La recuperación y fortalecimiento de las comunidades se dará en virtud a la organización que se genere en ellas, pues poseen una enorme cantidad de conocimientos basados en sus experiencias, y prestando especial atención al empoderamiento de los grupos más marginados para que las ayudas y recuperación reduzcan las desigualdades, violencias y riesgos en vez de reforzarlo.
En este derrotero, y en la reflexión popular posterior, sobre estas monstruosas experiencias, y en simultáneo, las más cálidas respuestas por parte de buenas personas que llegan con su apoyo humano, para favorecer la construcción de un futuro distinto.
Ya hoy existen personas que constituyen la reserva moral y el futuro que sobrepase la amargura del tiempo crítico y sin sentido que nos invade.
La discusión sobre la necesidad de tomar el poder, de la necesidad de la soberanía popular, o como se le nombre a futuro, estamos seguros se abrirá paso, superando toda dificultad que hoy aparece como monolítica.
Sólo un gobierno en manos del pueblo, en una nueva forma que permita el trabajo conjunto, el hacer colectivo, el empoderamiento que hoy se alude por doquier, podrá atender estos temas, porque coinciden con sus intereses y necesidades, relegando los privilegios y negocios de la cúpula inhumana que hoy toma las definiciones para sí.

 

Redacción colaborativa de Ricardo Lisboa Henríquez; M. Angélica Alvear Montecinos; Guillermo Garcés Parada; Sandra Arriola Oporto y César Anguita Sanhueza. Comisión de Opinión Pública