Se cumplen 50 años de la aparición de Alternativa, uno de los medios más críticos, y criticados, en Colombia y que ejerció periodismo para el cambio social.

Un heterogéneo grupo que se situaba ideológicamente en la izquierda colombiana y que quería y creía en una comunicación alternativa se lanzó a la tarea de editar una revista diferente, comprometida y crítica. En sus poco más de seis años de vida, Alternativa fue un medio de referencia para “mostrar al país como es y no como dicen que es”, que se constituyó como un medio editorial ´distinto` en el escenario informativo imperante y que se propuso “cambiar el estereotipo de un periodismo de oposición acartonado y dogmático”.

Como sucede con todo lo que rompe con la rutina, la tradición y, sobre todo, con el statu quo, la revista Alternativa (1974-1980) tuvo en su contra no sólo a la clase política de la época sino a “todo el establecimiento que se agrupaba en torno a ella para usufructuar los recursos del país, incluyendo las Fuerzas Armadas, los terratenientes, los industriales y los gremios” (Agudelo Castro, 2020, p. 12). Pero también contó con una ´hinchada` fiel de gente ´progre´ e intelectual, de estudiantes universitarios y de personas pensantes, dentro y fuera del país, que “querían entender lo que realmente pasaba, más allá de lo que contaba a medias la prensa oficialista e institucional” (ibid.).

El primer número, de aparición quincenal en ese momento, de una de las revistas más relevantes del panorama periodístico colombiano vio la luz el 18 de febrero de 1974, a un precio de $10,00 pesos de entonces, con la nada fácil pretensión de “abrir una ventana por donde entre el viento fresco de un pensamiento de izquierda” buscando “contrarrestar la ´desinformación` sistemática de los medios de comunicación del sistema”. Tenía una portada en color rojo, con siluetas de guerrilleros en ese mismo tono sobre un fondo verde en el que destacaba la imagen de un helicóptero con miembros uniformados con el titular “La contra guerrilla en acción”. En la esquina superior derecha un aviso de “exclusiva” que daba cuenta de un artículo de García Márquez sobre el golpe de Estado en Chile. Esa ´subversiva` presentación provocó que la Policía retirara gran parte de los diez mil ejemplares lanzados e hizo que la publicación aumentara su eco y su tirada hasta los casi treinta mil de su número 18.

Alternativa aterrizaba en un panorama social y político convulso, como era casi costumbre en el país del sagrado corazón arado con surcos de dolores, en el que terminaba eufemísticamente el dominio de un Frente Nacional (en el poder desde 1958) que había oscilado entre reformismos y parálisis y que mantenía a Colombia sumida en un ambiente político congelado por ese bipartidismo y cubierta de un enquistado y trasnochado clericalismo.

En lo informativo, llegaba a un territorio que carecía “de una publicación nacional, periódica, independiente y crítica”, en el que la “progresiva concentración de los medios masivos de información en manos de quienes detentan el poder político y económico ha permitido que esta minoría oculte, deforme y acomode a su antojo los grandes hechos nacionales”, tal como recogía en la ´carta al lector` de la primera página de su primer número. Nada muy distinto a lo que sigue sucediendo medio siglo después.

Fue un gran referente en su momento y tal vez sea una gran ignorada después. Pese a contar con un plantel de grandes profesionales de la información y al impacto que supuso en la política, en los medios y en la vida diaria del país, su narrativa, como muchas de las narrativas que jalonan el territorio y que quedan ninguneadas por la historia oficial, no ocupa, a mi entender, el merecido lugar que le corresponde en el panorama mediático colombiano.

Una revista que marcó la historia de Colombia y que, por desgracia, continúa sin ser suficientemente conocida por su ciudadanía y por la academia y, por lo tanto, reconocida como paradigma del periodismo crítico y comprometido. Con la mirada que da el paso del tiempo Alternativa puede que haya sido “la más difundida publicación en la historia de la izquierda colombiana”, en palabras de Santos Calderón, quien fue uno de sus creadores y director por algún tiempo.

Pese a que, como afirma el propio Calderón, quienes la pergeñaron fueran “utópicos, arrogantes y hasta cierto punto irreales”, la revista logró en parte sus objetivos de ofrecer otra mirada del país y de cuestionar para intentar unir a una izquierda fragmentada que oscilaba “entre las urnas y las armas”. Algo que quedó plasmado en el editorial de su número 200 al reafirmar sus compromisos de “reinterpretar críticamente la realidad colombiana, difundir el pensamiento de izquierda, suministrar material de análisis a las organizaciones comprometidas con el cambio y explicar la manera como las tendencias económicas afectan las condiciones de vida de la gente” (Santos Calderón, 2020, p. 24).

La revista dio voz y presencia, con la dedicación que no recibían en los medios tradicionales, a las gentes de abajo. Las demandas y situaciones de trabajadoras y obreros, de las comunidades indígenas, de los colectivos campesinos y de las juntas y comités barriales ocuparon sus páginas a lo largo de los más de setenta meses, con algunas interrupciones, que estuvo presente en los quioscos.

En sus páginas, editoriales críticos, el humor denunciante de Antonio Caballero, las reflexiones de ´la historia prohibida`, la ironía de “¿Qué hay de nuevo en Macondo?” o los escritos políticos de García Márquez. Además, noticias internacionales, fotos con narrativa propia, intensas crónicas, profundos perfiles, trabajados reportajes de actualidad y reveladoras entrevistas a personajes como Botero, Cortázar, Dalí, Galeano o Torrijos. También difundió, “sin entrar a calificar un fenómeno político sobre el cual aún no existen suficientes elementos de juicio”, el comunicado y la foto que el M-19 envió a los medios tras la toma de la espada de Bolívar y que ningún otro publicó.

Alternativa no logró la unidad de la izquierda que ondeó como bandera, no se consolidó como el periodismo para la metamorfosis social que pretendía y, con su desaparición, dejó en el aire la tarea de ´acabar` con ese quiebre ético histórico que sigue lastrando el país. Pero pese a ello, como escribió y publicó Orlando Fals Borda, uno de sus fundadores, en el número 70 de la revista Credencial: “Colombia le debe mucho a Alternativa pues el país sigue necesitando ese periodismo crítico, rebelde y serio, que hizo de aquel semanario el fenómeno comunicativo de la época”.

García Márquez, a pesar de su pesimismo sobre este tipo de publicaciones que, en Colombia, tenían el “destino de los amores de verano y de los ministros de Educación: intenso y fugaz”, y de manifestar sus dos ´peros` a la revista -la periodicidad y el precio- mantuvo su respaldo a Alternativa, a la que consideraba “un órgano indispensable en las condiciones actuales del país y de la prensa de izquierda” y en la que, tras su relanzamiento en mayo de 1977 -número 112-, contó con una columna quincenal para “decir lo que me dé la gana por mi propia cuenta”.

Ni la presencia ni el apoyo, con su pluma y con su plata, del gran cronista que poco tiempo después fue reconocido con el premio Nobel de Literatura, pudo salvar de la desaparición a una publicación que iba del “optimismo desmesurado” al “fascinante macondismo”. La última edición, la número 257, echó el cierre a seis años de compromiso de un semanario que luchó con la palabra haciendo que muchas personas se atrevieran a pensar y que “demostró tanto su idealismo como su nefasta capacidad suicida”. Así, en marzo de 1980 se constató el triunfo de la ´lógica del mercado` que imponía o publicidad o desaparición, y Alternativa optó por lo segundo.