9 de enero 2024, El Espectador

Será un verdadero año nuevo cuando el mundo anuncie que los dictadores volvieron a sus cuevas, que el hambre quedó saciada y que ya no hay ríos plateados por el mercurio, ni bosques y hombres talados por las motosierras. Será un año nuevo importante cuando el cero sea el número sagrado, el que triunfe cuando preguntemos a cuántos niños se llevó la desnutrición, cuántos palestinos fueron bombardeados mientras huían entre su casa y la nada, y cuántos líderes sociales murieron por intoxicación de plomo en la espalda.

Será año nuevo cuando los dineros públicos no se despilfarren en cargos fantasmas ni en puentes que se caen, y se entienda que presencia de estado no significa más batallones sino mejores escuelas, y en las cárceles los derechos humanos no sean un lémur en vías de extinción.

Será año nuevo y valdrá la pena el festejo, cuando los firmantes de paz puedan salir a la calle sin que los asedien las balas, y se escriba en las pizarras, en las pantallas y en el corazón de los recién nacidos y de los recién envejecidos, que lo de ojo por ojo es otra de las grandes estupideces del homo sapiens, la víspera de quedarse ciego.

Será un año nuevo luminoso cuando a nadie se le queme el futuro en un destello de pólvora (festiva o asesina) y la vida se acabe sólo al final, cuando se tiene que acabar, cuando hasta el cansancio quiera cerrar los ojos y los pálpitos se detengan tan tranquilos y tan a tiempo, que ahí sí pueda uno decir alma bendita descanse en paz.

Y mientras todo eso pasa (“porque lo nuestro es pasar”) estaría bien ayudarle a este 2024 que acaba de llegar luego de 12 meses difíciles y un parto distócico. Aquí estamos, 2024, listos a trabajar por ti, por nosotros y por los otros a los que no conocemos. Tenemos el derecho y la responsabilidad de ser y estar libres, libres de odio –que es el peor cancerbero–, del miedo y de las traiciones que nos clava como un puñal el desconsuelo.

Y mientras todo eso pasa (“pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”) no vamos a suscribirnos a lamentos.com ni a quedarnos de brazos cruzados, acumulando abrazos pendientes como si quererse o perdonarse fuera un desperdicio y no una victoria. No vamos a quedarnos suspendidos en las cuerdas del destino porque el destino somos nosotros, si es que por fin nos despertamos. Y por infame y demencial que sea Netanyahu, por bárbaro que sea Hamás y por insensibles que sean quienes arrojan bombas sobre Ucrania, no cuenten conmigo para perder la fe en la humanidad. No pierdo la esperanza, y confío en que esas tenebrosas fábricas de agujeros negros y oquedades irreversibles se queden sin el oxígeno económico y político de las grandes potencias; que las asfixie el sentido común, la condena pública y explícita de millones de personas a lo largo y ancho del mundo censurando la crueldad de las invasiones, el horror de los genocidios y lo anacrónico y errado que resulta el terrorismo.

Así es que no cuentes conmigo, año 2024, para darme por vencida, ni para romperme ni romper a nadie en los laberintos de la violencia, ni para caer en las trampas que día tras día nos atraviesa el escepticismo en las escalas del camino.

Más bien cuenta conmigo, 2024, para ser un hilo más en esos telares que contra viento y marea insisten en tejer confianza. No quiero ahorrar para un después –que ni siquiera sé dónde queda– ni una sonrisa, ni una señal de amor, ni un solo paso que sirva para respaldar la vida de alguien. No quiero que me sorprenda la fecha de caducidad, con los sueños guardados en el archivador. Y quiero ayudar a concebir un año nuevo, que sea nuevo, de verdad.

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