por Ollantay Itzamná

Muy a pesar de la oposición política judicial grotesca, Bernardo Arévalo, hijo del «revolucionario» expresidente Juan José Arévalo, asumió la presidencia de Guatemala a 70 años de la decapitación de aquella «Revolución Nacional» que su padre emprendió. Lo paradójico es que el gobierno de Arévalo es promovido y patrocinado por el gobierno norteamericano.

Principales desafíos del gobierno de cambio

Arévalo, quizás inconscientemente, nomina a su gobierno como la segunda primavera democrática. La primera sería la Revolución Nacional (1944-1954) que su padre emprendió y que fue violentamente abortado por los EE. UU.

Esta segunda primavera democrática tiene entre sus desafíos urgentes:

Componer la institucionalidad del Estado acaparado por el crimen. A dos siglos de República, Guatemala no cuenta con una institucionalidad estatal, legal y seria. El crimen opera desde las estructuras internas del Estado. Esto se evidencia en los hallazgos criminales no investigados, ni castigados, por la extinta Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Se evidencia en la última y actual bochornosa confrontación político-jurídica entre facciones oligárquicas que obedecen y desobedecen al gobierno norteamericano.

Curar este «cáncer estatal» terminal, implica una cirugía casi «letal» del Estado, e incluso contra los intereses norteamericanos.

Humanizar y organizar la «estampida» guatemalteca hacia los EE. UU. Aunque nadie sabe a ciencia cierta cuántos niños y jóvenes, en lugar de ir a la escuela, se van caminando hacia los EE. UU., según cálculos se sabe que salen diariamente promedio de mil guatemaltecos en busca de la vida hacia los EE. UU. El control fronterizo de ese país habla de cerca de 300 mil migrantes guatemaltecos en 2023. Esto ya no es migración. Es una estampida humana ocasionada por los nefastos impactos del neoliberalismo violento, desocupación y anomia existencial.

Además, irremediablemente el país, al ser paso forzoso hacia México, está obligado a «permitir» oleadas de migrantes de otros países que vienen del Sur hacia el Norte.

Aparte de construir «sentido existencial y de pertenencia», Arévalo debe apostar a crear fuentes de trabajo. Y el libre mercado desregulado no crea oportunidades laborales decentes en ninguna parte.

Frenar la crónica desnutrición infantil del 65% de la niñez. En los departamentos demográficamente con mayoría indígena, 8 o 9 de cada 10 niños menores de 5 años de edad se encuentran desnutridos. Un país con niños desnutridos es un país con el «disco duro» dañado para el presente y para el futuro.

Esto se incrementa con el crecimiento imparable del «corredor seco» producto del impacto del cambio climático, más extensiones de suelos ya no producen alimentos por más esfuerzo de campesinos. La hambruna es una realidad latente en una Guatemala creciente que come solo dos veces al día.

Reorganizar el sistema de seguridad interna. Con hambre, desempleados, y sin Estado (autoridad), la violencia es la válvula de escape más cotidiana. Si a esta ecuación se incorpora el factor de la «libre tenencia y portación de armas» (constitucionalmente establecido), tenemos un país de «ejércitos de hambrientos armados» en el horizonte. Una consecuencia y caldo de cultivo para el crecimiento de la imparable «industria del narcotráfico». Y si a esto se suma la intervención político militar norteamericana, como ocurre, el destino de Guatemala es doloroso.

Salud y educación para la sobrevivencia. El sistema neoliberal impuesto con la firma de los Acuerdos de Paz (1996) destruyó todos los servicios públicos, y convirtió estos en negocios lucrativos para las narcoinversiones, no en pocos casos. Lo cierto es que las necesidades de salud, educación, vivienda, alimentación arrecia en la población, y los privados no pueden, ni quieren, responder. Además, los impactos del cambio climático, más los desastres «naturales», se suman y exigen una educación y una salud para la sobrevivencia.

Un cambio como «analgésico» para no curar lo que duele

Fue innegable la esperanza popular sembrada en la segunda primavera (en pleno verano) encabezada por Bernardo Arévalo. Muy a pesar de que públicamente, Arévalo dijo que su gobierno no sería antineoliberal, sino anticorrupción. Y, con la conformación de su Gabinete de ministros, y con el historial dudoso de su partido político Semilla, incluso lo de anticorrupción se desvirtúa, puesto, ahora, peligrosamente se instala en el imaginario del país la idea de la «corrupción buena», frente a la corrupción mala oligárquica de los desobedientes a Washington.

Su Gabinete de ministros está conformado por integrantes del sector empresarial (aglutinados en el CACIF, predador de derechos) y de consultoras de la USAID. Además, la gran mayoría de sus ministros fueron funcionarios de gobiernos anteriores. Ojo, en la campaña electoral, su partido prometió «gobierno sin CACIF» para Guatemala.

Otra señal que el prometido cambio es un eufemismo es la inesperada conformación de la Junta Directiva del Congreso de la República, encabezada por el Diputado Samuel Pérez, del partido oficialista. Dicha directiva fue producto de un «negociado oscuro» con políticos de partidos tradicionales de derechas, apadrinados (bajo amenaza) por la Embajada norteamericana, según denuncia pública por los mismos diputados.

Este acto afianza la sensación de: «la corrupción es buena» siempre que lo promueva y apadrine el gobierno norteamericano. Por cierto, descaradamente EE. UU., bajo amenazas, impidió que el Ministerio Público y el sistema judicial continuaran con los procesos contra Semilla, por falsificación de firmas, e investigaciones sobre las denuncias de fraude electoral.

La «ocupación política» de Guatemala, por parte del gobierno norteamericano, se notó mucho más en el bochornoso acto de la transferencia de mando último.

Mientras delegaciones internacionales se marchaban avergonzados de Guatemala por la chacota política (incluido el Rey de España), aviones norteamericanos aterrizaban, el 14 de enero, en Guatemala con diplomáticos gringos, amenazando públicamente a los «corruptos desobedientes a los EE. UU.» que dilataban la transmisión de mando. Al grado de dejar al país en el «limbo político» sin presidente, ni Congreso, por varias horas el 14 de enero pasado.

Indígenas manipulados por la USAID para «legitimar» el mínimo esfuerzo

La primavera democrática que opera como analgésico en Guatemala ya tiene su primera víctima. Y esas son «las autoridades indígenas ancestrales» que fueron y son financiadas por la USAID y manipuladas por algunos indígenas dirigentes que creen que «fortaleciendo la democracia patronal o al Estado racista» es que se logrará el desarrollo e inclusión para los pueblos.

La Embajada norteamericana, por más de 3 meses continuos, mantuvo en la acción colectiva denominada «resistencia de los pueblos» a decenas de empobrecidos mayas y campesinos, durmiendo en las calles de Guatemala ciudad, bajo el eslogan «en defensa de la democracia».

A cambio, la Embajada ofrecía, según información publicada, construirles edificios o les anunciaba más proyectos y becas. Son 16 programas de desarrollo que emprende USAID en Guatemala. Con esta «inversión» financiera es que logra instaurar su «progresismo norteamericano» en este país centroamericano.

En los hechos, es casi imposible que campesinos o indígenas abandonen sus cultivos para «protestar 3 meses» lejos de sus campos. No hay cuerpo, ni familia campesina que aguante.

Lo cierto es que esta protesta tenía la finalidad de opacar, silenciar, la demanda y a los actores indígenas que impulsan la propuesta de la plurinacionalidad, vía proceso de Asamblea Constituyente Popular y Plurinacional, en Guatemala.

Las galardonadas y aplaudidas autoridades ancestrales (loadas como héroes de la democracia, por los patrones, la Embajada y sus caporales) nunca levantaron la bandera de la defensa de los territorios indígenas, el autogobierno indígena, el consentimiento previo, ni mucho menos la necesidad de un Estado plurinacional, en los casi 100 días de protestas mayas.

La incomodidad momentánea para algunos caporales mayas al servicio del colonialismo norteamericano surgió cuando Arévalo presentó su Gabinete. No incluyó a ningún «héroe maya» que lo defendió desde las calles. Allí USAID tuvo que apaciguarlos.

Situación similar ocurre en el Legislativo. Ojo, Guatemala tiene una población con el 44% indígenas autoidentificados, y hay mayas profesionales, pero no hay indígenas en el actual Congreso de la República criolla (con excepción de Sonia Gutiérrez, por la coalición de la izquierda vieja).

Quizás para escamotear esta evidencia racista de Semilla, en el «negociado» para la Junta Directiva, el partido oficialista incluyó de relleno ornamental, como última vocal, a la única Diputada indígena del Congreso.

Por donde se mire, y por más esfuerzos que haga para legitimar este «mínimo esfuerzo» político para mantener a flote al Estado patronal de Guatemala, cambio para mejor es lo que menos se vislumbra por estos lares.

La clase media progresista, o bien portada con los EE. UU. recuperará la tradicional «esperanza laboral» en el Estado bajo un gobierno de la segunda primavera democrática. Pero, las grandes mayorías sociales del país, en especial indígenas, en los hechos, seguirán ensanchando las columnas de la estampida migratoria hacia los EE. UU. con destino incierto.

 

Ollantay Itzamná es Defensor de Derechos de la Madre Tierra y Derechos Humanos desde Abya Yala

@JubenalQ