23 de enero 2024, el Espectador

He debido escribir esta columna el 1º de enero… perdón por la demora, pero el Pazaporte de hoy va por Claudia López, ex alcaldesa de Bogotá.

Conocí a Claudia poco antes de las elecciones, una noche informal, en el apartamento de una común amiga. Antes de aceptar la invitación le dije a nuestra anfitriona que muy posiblemente yo no iba a votar por Claudia. Y me dijo algo, como “no importa, quiero que conozcas el ser humano que es”. Y así fui, pensando más en la persona que en las urnas.

Encontré en Claudia una mujer brillante y libertaria, de carácter firme y palabras puntuales, valiente y autoritaria, decidida a ser la alcaldesa de Bogotá, y preparada a ciencia y conciencia para ejercer el cargo. Sentí que, si llegaba a quedar al frente de la ciudad más compleja de Colombia, la suya no sería una gestión improvisada: años de estudio ganados a punta de excelencia académica, le habían forjado un sólido conocimiento de cómo se maneja una ciudad.

Me encantó que fuera hija de una maestra, porque las mamás maestras (sé por qué lo digo) enseñan a sus hijos a no tragar entero, a no “excelizar” el pensamiento ni los sentimientos y no perder jamás la capacidad de sorprenderse, de maravillarse o dolerse con el mundo. Las mamás maestras saben para qué existen las palabras, y las quieren y enseñan como buenas aliadas del pensamiento y la comprensión. Una mamá maestra es de los mejores tesoros que uno, como hijo, pueda tener.

Me gustó que Engativá y Ciudad Bolívar no fueran para Claudia un “perfomance” de campaña, sino un hábitat sentido y aprendido desde infancia y adolescencia.

Me gustó su relación con otra mujer inmensa, Angélica Lozano, porque ambas se veían auténticas, sintonizadas intelectual y emocionalmente, sin que ninguna de las dos fuera ni luz ni sombra de la otra.

Desde el principio había sido evidente que Claudia estaba dispuesta a jugársela toda, a explicar sus prioridades y plan de gobierno y someterse a cuanta pregunta inteligente, impertinente o idiota, le hicieran los medios. Pero esa noche sentí, además, que Claudia tenía la convicción y el espíritu más fuertes que cualquier paradigma, y por eso no tenía nada que temer.

Esa noche decidí votar por Claudia.

Claudia López fue elegida alcaldesa de Bogotá, y su firmeza, su capacidad de desafiar al destino y a la autoridad, nos ahorraron miles de muertos durante la pandemia. No quiero ni imaginar qué habría sido de nosotros, con un alcalde débil, que se preocupara más por los porcentajes de aceptación que por salvar la vida de miles de ciudadanos. Claudia tomó las decisiones correctas en medio de un país incierto y de un mundo que no estaba preparado para enfrentar un desastre biológico de semejante magnitud. La adversidad no le quedó grande.

Mientras el presidente de entonces transmitía cada noche un programa de televisión tan irrelevante como narcisista, la alcaldesa recorría hospitales y barrios, diseñaba planes de contingencia, y tomaba decisiones basada en argumentos científicos y no demagógicos.

Hubo también –hay que decirlo– cosas mal manejadas: la inseguridad se desbordó, y fue horrible la conducta de la policía frente al estallido social. No sé si Claudia dio las órdenes equivocadas, o si dio las correctas y los robocops no le obedecieron. Se perdieron ojos y vidas; la actuación del entonces ESMAD fue aterradora, y Claudia López ha pedido perdón por el abuso policial.

Así es que, a pesar de ese dolor irreversible, el balance de la gestión es positivo. Por eso hoy le digo gracias, Claudia, por haber sido rebelde y trabajadora 25 horas diarias, y por haberse tomado en serio la conducción de Bogotá.

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