La persistente negativa de parlamentar políticamente de igual a igual entre dos actores en pugna es un fenómeno clásico cuando una de las partes siente que tiene a la otra en el bolsillo, que puede hacer, o trapear, lo que quiera con ella. la racionalidad imperante pareciera decirnos que es de tontos sentarse a conversar de igual a igual cuando una de las partes tiene poderes y capacidades que el otro no tiene. Llega a ser natural que quien tiene más poder, más capacidad, impone las condiciones dejando de lado otras consideraciones, particularmente las que tienen relación con la justicia, con lo que es razonablemente justo, con ponerse en los zapatos del otro.

Bajo esta lógica, tenemos un mundo en el que pareciera que la guerra fuese un estado permanente. Si bien copan las portadas de los medios de comunicación dos guerras, la de Rusia en Ucrania y la de Israel en Gaza, lo que tenemos actualmente, según organismos internacionales que monitorean la realidad a nivel global, son 58 guerras, las que afectan al 15% de la población mundial.

Esta disposición proclive a zanjar conflictos por la vía de las armas ha sido fatal y seguirá siéndolo. Todas las victorias que se obtengan serán pírricas. Frente a contingencias de este tenor, la dirigencia política, militar, empresarial, al igual que la opinión pública tiende a dividirse entre palomas y halcones. Los primeros con propensión a conversar, los segundos, a rehuir todo diálogo, a imponer todo el peso de la ley, o de las armas. Suelen triunfar, en el corto plazo, los halcones. Sus propuestas energizan, aparentan seguridad, resolución, a diferencia de las posturas de las palomas.

Al escribir estas líneas no puedo dejar de recordar a Jimmy Carter, uno de los primeros mandatarios estadounidenses que fracasó en su intento de reelección por su imagen de paloma, de blandengue, de ingenuo, y no la de duro, que suele atraer más votos. Ser valiente, a mi entender, en estas circunstancias, aun teniendo toda la fuerza del poder militar, es sentarse a conversar de igual a igual sin asomo de pisotear a quien se tenga al frente. La convivencia humana y el bienestar de todos así lo exige.

No es un misterio para nadie que en lo inmediato los halcones tienen todas las de ganar, porque se inclinan a “cortar por lo sano” todo conflicto, pero en el largo plazo los triunfos que alcancen tienden a ser frágiles, por el simple hecho de que se obtuvieron aplastando a los rivales aprovechando una determinada correlación de fuerzas, la que en cualquier minuto puede revertirse. Correlación de fuerzas que no solo incluye el peso del poder duro -militar y/o económico-, sino que el blando -el del sentido común, el de la justicia-, que no es menor. Pero no van a las causas o raíces de los conflictos. Apagan fuegos, no las brasas.

El predominio de la mentalidad de los halcones no es gratis, puesto que es el que conduce a una realidad donde “una bomba que cuesta 100 mil dólares, lanzada desde un avión que cuesta 100 millones y vuela a un costo de 42 mil dólares por hora para matar a gente que vive con menos de un dólar diario”, como señalara recientemente Stefanos Kargakis, un destacado ingeniero griego. Como para agarrarse la cabeza.

En síntesis, la prepotencia existente en el mundo que vivimos, en el que prima la lógica de “arreglar un entuerto a como dé lugar”, nos cuesta caro. Lo vemos a diario. Las guerras se enmarcan en este sino, en pensar que la seguridad que todo ser humano ansía, se resuelve a punta de sembrar más y más inseguridad, que es la tesis de los halcones. Ejemplos tenemos por doquier. Israel, desde su creación, a punta de pretender más seguridad, de la mano de los halcones que la gobiernan, se halla sumida en una quemante inseguridad.

En España, el grupo terrorista vasco, ETA, nacido en tiempos de Franco, no pudo ser destruido por la dictadura imperante. Fue la democracia, de la mano del PSOE, que pulso a pulso, logró desarticularlo e insertar su vertiente política Herri Batasuna, hoy Bildú, dentro de la política democrática, abandonando las armas con la oposición de los duros, de los halcones.

Y para no ir más lejos, en nuestro país, el conflicto chileno-mapuche se rehúye, se niega, como si ya estuviese todo oleado y sacramentado, clásica postura de quienes se resisten a parlamentar. Del predominio de la visión de los halcones sobre las palomas.

A los halcones les gusta jugar al todo o nada, por lado y lado. Tanto por la izquierda como por la derecha, por el opresor como por el oprimido, por el victimario como por la víctima. Esta visión del todo o nada, si bien puede parecer exitosa en el corto plazo, a la larga no lo es. Chutea la pelota para más adelante. No atender, escuchar, analizar en su momento la mirada del otro, no es gratis.

No pocos en el mundo, claman por soluciones drásticas, a lo Bukele, erosionando con ello una democracia ya debilitada. Soluciones que no son tales. Son escapes, no son soluciones mientras no vayamos al fondo de los problemas que nos aquejan. Pero atraen, apelan a emociones, aplastando la racionalidad. Y así está el mundo, armado hasta los dientes.