Por Ricardo Baeza

En política muchas veces llama la atención el triunfo de candidatos demasiado extremos, algunos de ellos incluso impensables, o simplemente el de algún aparecido de último minuto con poca o ninguna trayectoria como aval. Pero no debemos minimizar el efecto, ampliamente extendido en estos días, del profundo rechazo ciudadano hacia quien está gobernando, lo que amplifica artificialmente el atractivo de cualquier alternativa que surja en oposición a ello. Entonces más que verlo como el triunfo de una idea novedosa habría que considerarlo como el fracaso de aquellas ideas que hasta ese momento administran el poder formal.

Ayer ocurrió en Argentina con el triunfo de Milei en las urnas. Pero en nuestro país ha estado ocurriendo regularmente desde hace ya muchos años en casi cada acto electoral que se desarrolle; pasando así por una situación extremadamente pendular de viraje de un polo político hacia el otro. No entender este fenómeno electoral como «un rechazo a» y caer en el error de considerarlo siempre como «un apoyo a», es parte de la agudización del problema. Porque quien triunfa en este tipo de escenarios de castigo puede verse tentado a considerar que el apoyo mayoritario es a sus ideas, legitimando así sus posturas; cuando en realidad ese apoyo es meramente electoral y no se traduce en una simpatía ciudadana real y consistente de esa misma envergadura.

Fue el error que cometió la Convención Constitucional, creer que el apoyo del 80% al cambio constitucional, y refrendado por una composición mayoritaria de izquierda en la Convención, significaba que la ciudadanía simpatizaba con sus ideas radicales para el cambio constitucional. Y es el mismo error que comete el Partido Republicano y los sectores conservadores con el Consejo Constitucional, actuando como si su mayoría circunstancial en dicho organismo implicara la legitimación ciudadana de sus ideas de extremo conservadurismo. Pues ni lo uno ni lo otro.

Mientras la clase política no entienda que hoy en día los procesos electorales únicamente representan un mecanismo para evitar que ciertas personas e ideas lleguen a ocupar posiciones de poder, pero que no implica automáticamente una legitimación mayoritaria en la ciudadanía ni de las personas ni de las ideas que salen triunfadoras en las urnas, volverán a caer una y otra vez en el error de creer que cuentan con un apoyo que en la práctica no es real. Con ello simplemente cavan su propia tumba para el siguiente proceso electoral, pues llevados a gestionar su poder creyendo contar con dicho apoyo, sólo construyen las condiciones ideales para extremar aún más el rechazo ciudadano e impedir cualquier tipo de continuismo de sus proyectos políticos.

No podemos crear estabilidad en un país pretendiendo meramente capitalizar los apoyos circunstanciales en las urnas, como si aquello legitimara automáticamente las ideas, sin estar atentos al sentir real de la sociedad. Esa falta de sensibilidad, de no poder captar las preocupaciones del ciudadano de a pie, de caricaturizar sus reclamos y sólo interpretarlos como un apoyo a las ideas propias y extremas, falsea la percepción y motiva acciones que no representan ni interpretan el sentir mayoritario de las personas.

En alguna época no fue así, el mundo era más simple, las ideas más definidas y los triunfos electorales si representaban el apoyo real y mayoritario a una sensibilidad ideológica particular. Pero la diversidad se ha extendido, la tecnología nos ha inundado, el acceso a la información ha explotado, el mundo se ha ido haciendo cada vez más global y la ciudadanía se ha ido empoderado paulatinamente; y en dicho escenario las clases políticas no han sabido dar respuesta a la complejidad de las crecientes necesidades, dejando en evidencia sus falencias y ampliando así la brecha de la deslegitimación de la autoridad.

Creo que vivimos en un país mucho más moderado de lo que han dejado entrever los procesos electorales de las últimas décadas. Quien logre verlo así e interprete correctamente ese espíritu moderado será quien podrá cortar con la lógica pendular que tanto daño lleva haciéndonos desde hace ya demasiado tiempo. Y a ver si alguna vez logramos mantener algo de continuidad en el apoyo en las urnas al menos por dos elecciones seguidas y aportar así algo más de estabilidad al proceso de desarrollo del país. Un desarrollo que no se puede sostener sólo en base a proyectos de corto plazo, marcadamente ideologizados y con la casi certeza de que en 4 años llegue alguien a intentar revertir todo lo avanzado.