10 de octubre 2023, El Espectador

Cuando uno entiende que vive en un país fragmentado no por las montañas sino por la inequidad, y unido no por los decretos sino por la valentía, comprende que es la “juntanza” lo único que puede rescatarnos hasta de nosotros mismos.

Este fin de semana nos reunimos 170 personas de distintas corrientes políticas, etnias y géneros. Comunicadores de Aguachica a Manzanares, de Arauquita y Popayán a Becerril y Lloró, de Buenaventura y Leticia hasta Valledupar, Guarandá y Cereté, respondieron al llamado que les hicimos desde el Comité Nacional de Participación en el marco de los diálogos de paz entre el gobierno y el Ejército de Liberación Nacional ELN.

Para este primer encuentro —de los 29 que tendremos— convocamos a los representantes de medios de comunicación alternativos, comunitarios y populares. La participación es el corazón del acuerdo actual y de un cambio que logre romper la jaula de lo teórico, y se tome la respiración y la convicción de lo cotidiano. A ver si algún día logramos que la guerra sea historia y no futuro.

Propusimos que fuera una jornada en clave de paz y aprendizaje, y así fue. Sabemos que la construcción, comprensión y adopción de un proceso de paz exige recoger la voz de la gente a la que nunca le preguntan nada, la que siempre queda lejos, la que mece el viento sin que nos demos cuenta. Y para eso tenemos que llegar a cientos de rincones de Colombia y construir juntos nuevas respuestas y nuevas realidades. Nuestro país no puede seguir siendo un eterno suspiro, un velorio de marginados financiado por quienes se lucran económica, social y políticamente, del miedo.

La voz se hizo para ser oída, pero enfrentarse a la corrupción y a la injusticia y plantear temas que incomodan privilegios violentamente adquiridos, sigue siendo actividad de alto riesgo; y son muy vulnerables quienes manejan la comunicación alternativa y comunitaria. Ellos y ellas saben lo que significa el sudor en la frente, las fosas abiertas y las escuelas descalzas; les dan voz, información y visibilidad a miles de campesinos e indígenas, a desplazados y afrodescendientes, a mujeres acorraladas por el machismo y otras violencias. Han sentido y visto las masacres y saben cómo suena, —cómo duele y cómo huele— el horror en los hornos crematorios. Han sido víctimas o testigos de una macabra economía en la que las balas y los sicarios cuestan poco, pero a quien recibe el disparo la muerte le cuesta todo.

Por siglos hemos sido cobardes para reconocer responsabilidades y todavía algunos piensan que al pueblo es mejor tenerlo callado, incomunicado y mientras más aislado, mejor. Por eso muchos de nuestros comunicadores comunitarios han sido amenazados; a 35 los han asesinado, y no hay cifras exactas sobre los exiliados. Cuidarlos es proteger una voz de la democracia.

Comparto algunos datos sobre el perfil del encuentro:

  • uno de cada cuatro de los asistentes, dijo haber sufrido alguna violación a sus derechos humanos.
  • El 54% vive en estratos 1 y 2 y más de la mitad se siente parte del campesinado.
  • El 25% vive en la ruralidad, 1 de cada 3 tiene un posgrado y el 36% formación universitaria (25% completa y 11% parcial);
  • el 29% es cuidador, el 10% indígena y el 5% tiene alguna condición de discapacidad.

Al final de la sesión se acordó trabajar por una red de comunicaciones por la paz, que desarme la palabra, promueva el debate constructivo y la información veraz.

La puerta de la participación está abierta y eso ya es un antídoto contra la exclusión. Colombia ha emprendido la más valiente de las obras: rompe el silencio y tiene la paz en construcción.

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