En vísperas de las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), los candidatos argentinos despliegan todas sus estrategias comunicacionales para enamorar a propios y ajenos, preocupados por dos situaciones: el creciente número de votantes indecisos que no se sienten atraídos por ninguna de las dos grandes coaliciones, y el discurso aporofóbico de la derecha.

Las elecciones primarias del domingo definirán a los candidatos que competirán en los comicios del 22 de octubre, pero también marcarán el tono de la campaña electoral, que comenzó con nervios, estridentes acusaciones y cierta apatía en la ciudadanía

La oficialista Unión por la Patria, la coalición derechista Juntos por el Cambio, los ultraderechistas de La Libertad Avanza, el Frente de Izquierda y los Trabajadores-Unidad,  y las demás fuerzas políticas se preparan para las elecciones primarias del domingo 13 de agosto. Los partidos se presentarán en 27 fórmulas y dirimirán sus internas para definir a los nombres que competirán por un cargo en las elecciones generales del 22 de octubre.

Lejos de la extrema polarización que rige en la política argentina desde hace varios años, existe entre un 5 y 15% de indecisos, según las diferentes encuestas. Desde su aplicación en 2011, y a pesar de contar con un régimen de obligatoriedad, en las PASO siempre se registra menor participación que en las elecciones nacionales. En las últimas elecciones, la participación en 15 de 17 provincias no superó el 70%, una caída que no se registraban desde inicios de la década del 2000.

En la mayoría de los casos, este porcentaje de ausentes es directamente proporcional al descontento que provocaron los últimos ocho años de gestión: los que deciden no sufragar no son apolíticos, sino están decepcionados de las gestiones de Mauricio Macri y Alberto Fernández y no hallan en la oferta electoral un candidato que los convoque y les proponga soluciones que respondan a sus necesidades y exigencias.

Desde la salida de la dictadura nunca se sintió con tanta intensidad que en “la calle no pasa nada” frente a un proceso de elecciones presidenciales: ya no se presentan grandes actos, ni muestras de trabajo incansable por parte de la (¿desaparecida?) militancia, ni convocatorias a desplegarse por los territorios. Y, para peor, las encuestas están descartadas como termómetro fiel: no son confiables.

Todo se reduce al escenario mediático y de las redes, evitando todo contacto físico, lo que marca del profundo distanciamiento entre “la gente” y “la política”. Quizá porque ninguno de los candidatos escapa al clima gélido electoral, la falta de ideas y/o intención de trascender los lleva a incurrir en declaraciones, contradicciones, arrebatos y gestos teatrales, a veces dirigidos a sus propios socios.

Para la derecha ya no tiene prioridad las constantes del mercado, sino que su meta es un asalto al poder, absolutamente dominado por el odio político que surge de no haber ganado una guerra que comenzó en 1955 y tuvo su punto más álgido en la genocida dictadura de 1976. Los problemas económicos a resolver quedan ahora postergado

El psicoanalista y escritor Jorge Alemán señala que sí es necesario que el país se incendie pero, ahora.Argentina se prepara -aprovechando la oleada mundial de neofascismo- una máquina de guerra que finalmente destruya un posible resurgimiento de lo nacional y popular.

Por ello ha privilegiado el aspecto ideológico-político sobre cualquier materia. El plan es acabar de una vez con el peronismo, especialmente después de su versión maldita: el kirchnerismo, añade.

Aporofobia, odio a los pobres

El odio a las personas pobres tiene nombre, se llama aporofobia. Es una palabra recién parida, pero por una herida  antigua que pareciera que no va a cerrarse nunca más.En un mundo con una lógica basada en el dar y recibir, se rechaza y se excluye a aquel que carece de algo para devolver como retorno. Es el atentado diario, casi invisible, contra la dignidad y el bienestar de las personas concretas a las cuales está dirigido.

En las democracias modernas la aporofobia invisibiliza a cierta población sin la necesidad de eliminar el cuerpo físico porque lo que elimina es el cuerpo identitario, a través de los discursos de odio.La Argentina, otrora granero del mundo, se ha convertido en una nación rica…en pobres.

El odio a los pobres (aporofobia) no proviene solo de las clases altas, sino que la triste realidad señala que también está inmersa en  un sector de la clase media, que si bien no se manifiesta explícitamente ni los sujetos no reconocen ser aporofóbicos. Se hace visible con algunos insultos y agresiones como “negros de m…”, “vagos de m…”, “hay que matarlos a todos”, etcétera.

Aporofobia es un término nuevo y recién en 2017 pasó a formar parte del Diccionario de la Lengua Española: fue la palabra del “año” ganándole en la pulseada a Bitcoin entre otras. Se rechaza a los pobres al no sacarlos de su pobreza, al no darles los medios necesarios para obtener un empleo digno en lugar de la dádiva estatal

En Argentina este fenómeno se plasma en las propuestas de campaña para las elecciones 2023: el ultraderechista Javier Milei irrumpió con un discurso caracterizado por la exaltación y la violencia más que por el contenido, obteniendo la atención de jóvenes y descontentos del statu quo político y económico del país. Pero la alianza derechista siguió el mismo camino, sobre todo su precandidata presidencial Patricia Bullrich.

En 1885 el país estaba entre las primeras potencias del mundo, y la metamorfosis sufrida queda demostrada en la degradación de las promesas electorales.”La aporofobia se evidencia en este tipo de situaciones que nos convierten en una nación marginal, distópica y poco apegada al cumplimiento de la ley. Somos lo que somos porque votamos como votamos, por eso vamos de fracaso en fracaso”, señala Jorge Grispo.

El odio a los pobres, entendido en su falta de inclusión en un nivel de vida digno, también se esconde detrás de un supuesto “nacionalismo” que rechaza a bolivianos, paraguayos y peruanos.No se trata solo de xenofobia (odio a los extranjeros) porque no se odia al estadounidense, al inglés o al alemán (y tampoco a las trasnacionales). Se odia al “cabecita negra” del interior argentino, al boliviano, al paraguayo y al peruano, es decir, a los extranjeros  pobres. Es odio de clase.

La clase media argentina odia a los pobres porque no son sumisos, se rebelan contra el sistema, no se someten a los mecanismos explotadores e indignos que les quieren imponer, señala Ernesto Bertoglio. No se trata solo de dinero, porque el dinero y el capitalismo no tienen sentido si no da poder-control sobre otros. Y si esos otros acceden al dinero, pierden la desesperación, y si la pierden ya no se puede jugar con esa desesperación para poder controlarlos-disciplinarlos; se insubordinan, añade.

Se odia a los pobres por los subsidios estatales para sobrevirir, como la Asignación Universal por Hijo, pero mediáticamente es más contundente odiar al progresismo y a Cristina Fernández por “corrupta”, con la ayuda del lawfare. Los medios de comunicación le dieron a los aporófobos un discurso moralmente correcto detrás del cual esconden su odio a los pobres.

Primarias

El Teorema de Baglini señala que las propuestas de un partido o dirigente son directamente proporcionales a sus posibilidades de acceder al poder. Cuanto más lejos está de ello, más duro el discurso. Lo difícil, lo responsable sería encontrar un punto medio entre la resignación y el panfletarismo.

La oficialista Unión por la Patria (UP), antes Frente de Todos, sale en desventaja, pese a deslastrarse del “cortesano” presidente Alberto Fernández, de pobrísima gestión, aunque su principal candidato es el ministro Sergio Massa, el de los acuerdos con el Fondo Monetario Internacional y la inflación de más del 100% en el año.

Está obligada a volcarse las calles, con mesas, timbreando puerta por puerta, con charlas en los barrios, porque tiene que convencer a escépticos y enojados, que son muchos y son los que pueden hacerle ganar. Aquella tracción que significaba la figura de Cristina Fernández de Kirchner -la última política, según Rubén Armendáriz-, desapareció.

La coalición de derecha parece estar en condiciones de vencer y no tiene ese problema, pero sufre el choques de egos, resentimientos personales y -porqué no- lucha por negocios. Pero no tiene nunca enfrentamientos ideológicos. Los cruces entre Rodríguez Larreta, jefe del gobierno capitalino, y las barbaridades de Patricia Bullrich  sirven como animadores mediáticos.

La derecha, más allá de sus pujas, avisa que intentará liquidar negociaciones paritarias, indemnizaciones, adicionales de salario, pero nada dicen cómo procederán con el monstruoso endeudamiento que dejaron en 2019 con el FMI.

Los precandidatos oficialistas tienen el  problema de cómo se proyecta futuro si está gobernando desde hace más de tres años y la percepción masiva, en consecuencia, es que se tuvo la probabilidad de arreglar las cosas.

Mientras, los distintos espacios de izquierda, fragmentada en varias alianzas, necesitarán conseguir el 1,5% de los votos para entrar en las elecciones generales.

En el Frente de Izquierda y de Trabajadores – Unidad (FIT-U) habrá una interna: dos fórmulas presidenciales que buscarán quedarse con un solo lugar disponible en octubre: Myriam Bregman y Nicolás del Caño representarán a la alianza del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) e Izquierda Socialista (IS), mientras Gabriel Solano y Vilma Ripoll irán por el sector del Partido Obrero (PO) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST).

Por su parte, los candidatos del Nuevo MAS y de Política Obrera irán por fuera. Libres del Sur, con Jesús Escobar como presidenciable, también buscará superar los 500.000 votos que lo habiliten a participar de las elecciones del 22 de octubre, mientras que Proyecto Joven, del que forma parte Mempo Giardinelli, tendrá una interna con tres precandidatos.

El frenesí mediático de una campaña electoral carente de mensajes esperanzadores y de ofertas que apasionen contrasta con la aporofobia y con el reclamo estructural de las comunidades originarias silenciadas desde siempre, las que ahora peregrinan desde la norteña Jujuy hasta la capital  para hacerse ver y escuchar. Pero los políticos están demasiado ocupados en mirarse al espejo como para preocuparse por unos indios, quizá pobres que muchos otros millones de argentinos.

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