Relieve Sigfrido en Xanten en Nordwall, Xanten. 

Javier Belda

En la mitología nórdica Sigfrido (Sigurd en Escandinavia) es el héroe que lucha contra el dragón. En la narrativa tradicional, el dragón es el máximo representante de la bestia, el terror, lo invencible, lo no humano, el caos, el mal.

Sigfrido lleva consigo el estigma de la mítica batalla contra la bestia. Tras matar al dragón, el héroe se baña en su sangre y su piel se vuelve tan dura que ningún arma puede herirla.

Quien mata a la bestia es por lo tanto un héroe que ha sido capaz de sobreponerse a las limitaciones humanas para superarlas en una terrible lucha. Este proceso, sin embargo, implica una cierta deshumanización: el héroe tiene que convertirse parcialmente en bestia para poder vencer a su oponente.

Después de vencer a la bestia, sin embargo, el héroe necesita pasar por un proceso de rehumanización a riesgo de quedar atrapado en un mundo antisocial. Para los alquimistas este proceso se representa como enfriamiento.

Así, a Tristán (personaje del folklore de Cornualles) se le sumerge en una laguna tras vencer al dragón y CuChulainn (héroe irlandés) tiene que ser enfriado en tres tipos de agua helada sucesivamente.

Otro elemento caracteriza al héroe es que la victoria sobre el dragón le permite llevarse el tesoro que este custodiaba. La bestia y el oro están asociados en la simbología alquímica, en la que el dragón representa al fuego que debe ser dominado. Más allá de una connotación negativa en muchas culturas el dragón es un símbolo de potencia ancestral.

Por eso, en la poesía épica del Cantar de los Nibelungos (entre otros textos) el oro no representa un valor material, sino algo esencial, un símbolo de pureza y poder infraccionable.

Esta mitología está intrincada en la música de Mussorgsky y Wagner, en los cuentos de Gógol y en los sueños. La danza mítica alcanza tanto al mago como a los astros que recorren la Vía Láctea con sus espirales dinámicas.

¿Cosas de otros tiempos o más bien lo opuesto? Sin duda apostamos por lo segundo.

Si tuviéramos que sintetizar en pocas palabras y de manera precisa la problemática humana actual diríamos que todo gira en torno a la violencia. Ese es el gran conflicto existencial en nuestro momento histórico.

Se considera que los homínidos conocidos como australopithecus, que habitaron en África hace 4 millones de años, fueron los primeros antepasados de la especie humana. Desde entonces el ser humano ha estado evolucionando. Pero a veces no vemos evolución por ningún lado. ¿Cómo es posible este nivel de violencia?

El ser humano, a medida que se organiza con otros para crear civilizaciones debe dominar el fuego. Dependiendo de la temperatura alcanzada en sus hornos así de rápido crecerá una civilización. Este no es un proceso concluido, por eso se invierten grandes esfuerzos en la fusión nuclear.

Algunos piensan que el proceso evolutivo ahora pasa por la supervivencia global intercultural. Por lo tanto la fase de competitividad entre civilizaciones ha llegado a su fin. Lo que se debe hacer ahora es cooperar para sobrevivir globalmente.

Por más que muchos piensen esto, la cuestión es: ¿Cómo hacer cuando el mundo está dominado por el anti-humanismo?

Se está pensando el problema sin comprender que uno mismo forma parte del problema. El dragón al que nos enfrentamos es el del autoconocimiento y la superación personal.

pexels

La violencia interna y la geopolítica

En lugar de lamentarnos ―con más o menos sinceridad― sobre lo que no hicimos, sobre los valores que dejamos atrás, o sobre lo que contaminamos… tratemos de comprender qué está pasando respecto a la violencia interna que experimentamos.

Cada uno de nosotros cuenta con su propio psiquismo. A pesar de todas las grabaciones culturales que han envuelto nuestras vidas, existe una (supuestamente pequeña) posibilidad de elegir. Especialmente cuando experimentamos violencia en nuestro entorno tenemos por delante dos posibilidades: la violencia o la no-violencia, como actitud.

Muchas personas subestiman el poder, casi mágico, de la no-violencia en la resolución de las múltiples paradojas en las que podemos encontrarnos.

Ante un determinado conflicto se requiere en primer lugar de serenidad interna, de comprensión de lo qué está pasando y de tratar de ver con una mirada compasiva a aquellos que, aparentemente, desean negar tu existencia (o tu criterio).

¿Por qué tanta debilidad? ¿Por qué esta fuga de lo esencial?

La no-violencia tiene pautas, más o menos básicas según el nivel de agresión a la que cada cual se enfrente. En principio, ante un determinado peligro será oportuno apartarse, y nada más, pero muchas situaciones tienen muchísimo más margen de maniobra del que suponemos a priori.

La no-violencia es un camino. Se trata de la inmersión iniciática del héroe que le lleva más lejos de lo que suponía en su lucha contra el dragón, el cual representa en esta analogía a la tendencia mecánica y al dejarse llevar sin intencionalidad. En cambio, en el recorrido evolutivo aparecen secretos que se desvelan y fuentes inesperadas de energía que le muestran la ruta correcta, ante los acechantes desvíos.

Esta actitud, en otras palabras, no es otra cosa que ponerse a disposición del espíritu. Las fuerzas evolutivas del universo participan de todo lo existente. Por lo tanto, cuando es el momento oportuno ellas se expresan y se produce una suerte de complementación entre el destino propio y el destino de lo existente.

¿De qué otra cosa va la vida sino de esto?

Desde la óptica no-violenta se comprende que el único problema de la humanidad en la actualidad es el problema de la violencia.

Una persona “normal” que se dedica a hacer su vida, dice: es increíble todo lo que pasa, el mundo está dirigido por locos y corruptos. Es de suponer que está pensando que él no haría lo mismo si manejara algún tipo de poder. Pero luego vemos que cuando obtiene una brizna de poder empieza a admitir ciertas cosas, a encogerse de hombros ante otras y finalmente a convertirse en un defensor acérrimo del sistema (de violencia instalada).

Otro prejuicio que tiene alguien «insignificante» es el de que él no puede hacer nada. Entonces “que sean otros los que hagan por mí”, a fin de cuentas ¡¿qué podría hacer él?! Entonces entona aquello de: “mira, yo no he nacido para mártir”.

La adaptación al sistema tiene varios niveles que van desde la desadaptación a la adaptación total decreciente.

Cuando el individuo, convencido de su insignificancia, se lanza sin pudor a la adaptación decreciente busca afuera aquello que no encuentra adentro; quiere hacer y decir cosas que le promocionen, que le otorguen reconocimiento externo.

Entonces el sistema le muestra las cosas que tiene preparadas para él. Le muestra qué palabras usar y cómo debe transformar el género de las mismas para ser un buen ciudadano; le explica que la destrucción de los ecosistemas sagrados no es el problema, sino el aire. Igualmente le indica cuando debe sentir calor o frío y cuando hay que prevenirse o entrar en pánico ante una gripe. Finalmente, le muestra guerras que hay que aceptar, pues de ellas depende el sustento de sus hijos. “A fin de cuentas, los poderosos no pueden ser tan malos, no seamos conspiranoicos”, dicen.

La mayoría de conflictos personales y sociales provienen de la ignorancia sobre el autoconocimiento. Esta ignorancia es suplida por un sistema de creencias y una forma mental asociada a ese sustrato.

Por ejemplo, se cree que recibir es mejor que dar. Por todos lados vemos a la gente obsesionada con eso. En cambio uno de los grandes problemas de la humanidad es que no se sabe a quién dar.

Toda persona pasa unas cuantas décadas haciendo cosas en este tiempo y espacio. Mínimamente acumula unas propiedades y algunos recursos. Es a lo que ha dedicado su vida. Entonces “¿algún sentido tendrá eso?”, se dice. Así, el sentido de su vida, en última instancia, son sus herederos.

A veces una familia puede acaparar grandes recursos, entonces el problema ya no es una persona, sino que la dimensión de esos bienes afecta a un país o a una cultura completa.

El problema existencial es el legado, “¿Cómo legar aquello que creí poseer en mi tiempo vital?”, ya sea porque lo heredé, o lo construí, o lo robé. En este caso se ejerce una violencia sin límites para tratar de darlo exclusivamente a «los míos”.  Así se pretende solucionar el sinsentido de la vida que se experimenta.

Sin ningún género de duda “dar es mejor que recibir”, como estrategia vital y para el alcance de condiciones evolutivas más abiertas. Este principio siloista es aplicable tanto a un individuo pobre o como a uno rico, como para una determinada civilización o proyecto colectivo. Va más allá de lo material. La pervivencia de algunas culturas se debe más a tener presente este principio que a ningún otro factor. De ello depende la cohesión social, la familia, la alegría, etc.

El dar, a veces está teñido de cálculo, con mil matices. Se trata entonces de una inversión para «acrecentar mi poder» de influencia, de lo que sea… Esta forma torpe o incompleta no está exentas de consecuencias para quien cree así ser «más listo».

La contracción está relacionada con el sufrimiento y el soltar con la salud y la libertad. Cualquiera que comienza a comprender esta nueva actitud revoluciona todo a su alrededor con un alcance difícil de predecir.

Señales fijadas en tiempo I

El artículo original se puede leer aquí