24 de julio 2023, El Espectador

“Tranquila, Gloria, ponga mi nombre; no ando con temores y no le corro a la muerte”. Wilmar ha sufrido lo indecible, tiene 47 años, una familia, y el rostro atravesado por un proyectil. Estuvo 18 meses en el Ejército, un tiempo en las plantaciones de coca en el Guaviare y 22 años en la guerrilla. Es hijo de una Colombia que le daba portazos a la gente pobre y que partió en bandos enemigos a miles de campesinos.

Desde el combate del 2006 le han practicado 21 cirugías; 20 de ellas en hospitales a los que ingresó con identidades falsas, porque la guerra destruye los derechos a lado y lado del conflicto. Las FARC contactaron a los médicos y pagaron las cirugías. Hoy Wilmar les agradece a sus comandantes que nunca lo dejaron solo, y me dice: “ellos me enseñaron a ser humano”.

Siete años después de la firma del Acuerdo él sigue esperando que quienes puedan darle empleo dejen de llamarlo guerrillero y le den una oportunidad para ejercer alguno de los oficios que aprendió en la vida civil: carpintería y manejo de maquinaria pesada. Por ahora, y luego del desplazamiento de los ETCR del Meta, confía en la tierra prometida y trabaja en una planta de cerveza, proyecto productivo de la reincorporación.

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