por Juan Espinosa

Hace más de un año, en un análisis al inicio de la guerra de Ucrania afirmé la posibilidad de que Rusia estalle en una guerra civil. Esa posibilidad que algunos calificaron de imposible hoy está cerca. A esa conclusión se pudo llegar conociendo la historia de Rusia, sus tendencias históricas y también la tendencia de muchos imperios a descomponerse en guerras civiles en los años de decadencia por aumento de la entropía.

La rebelión explicita y por los hechos de los mercenarios de Wagner es el inicio de otras rebeliones que pueden aparecer en el ejército ruso. Quizá en las próximas semanas veremos cómo otros jefes militares regionales se revelan ante el poder de la cúpula central de Moscú. Si esto ocurre, sería muy fácil que respectivos ejércitos entrasen en combate como ya pasó en otros momentos de su historia. No nos olvidamos de la guerra civil que sufrió Rusia después de la revolución comunista de 1917.

Para algunos esta posibilidad es una barbaridad. Desde luego que es una barbaridad pero estas barbaridades están pasando y la reciente guerra de Ucrania lo es. También lo fue la guerra de los Balcanes que reflejó la descomposición de un intento ingenuo, totalitario y fallido: la antigua Yugoslavia que negó el respeto a las minorías.

La posible guerra civil en Rusia pone a nuestra civilización en una situación difícil por las consecuencias en las economías pero sobre todo por el peligro nuclear que se vuelve más presente aan dada la inestabilidad psicológica de los posibles caudillos regionales militares.

Pero resulta que en la otra superpotencia las cosas están también peligrosas. El irracionalismo en sus políticos nos pone en una situación difícil. Estados Unidos es una sociedad con profundas contradicciones y con síntomas de descomposición. No es una posibilidad tan lejana la fractura de Estados Unidos en varias agrupaciones de estados dadas sus fracturas Norte‐Sur y Este‐Oeste. Comprendiendo el afán por la violencia como método de resolver los conflictos, todos nos imaginamos lo violento y cruel que puede ser este proceso.

En cuanto al tercer gigante, China, parece que tiene las cosas más tranquilas. Pero hay que poner de manifiesto que el intento por la cultura y la etnia Han de uniformar el país no ha resultado, ya que esto se ha intentado, como siempre, por la vía de la violencia y el aplastamiento de las minorías. La aparente calma interior de China puede romperse si es que circunstancias externas, como la posible guerra civil en Rusia u otras, desacelera la economía y empiezan a aparecer enormes bolsas de millones de desempleados. Este es un factor de grave inestabilidad para China como los mismos dirigentes reconocen. El otro es la desaparición del líder actual. Cuando deje de gobernar veremos si las tensiones subterráneas aparecen desestabilizando el país.

Estas situaciones que describimos son el resultado de la acumulación de contradicciones en las estructuras del sistema social. Estas contradicciones tienen que ver con el sistema económico, pero además son contradicciones del sistema de valores y con los mitos reinantes que maltratan al ser humano. Un ser humano que por milenios ha sido cosificado y humillado. Este ha sido el signo del patriarcado que ahora está en una crisis irreversible.

Estamos en un momento social sumamente inestable e irracional. Estamos observando comportamientos difícilmente comprensibles en amplias capas sociales que prefieren apoyar a un político de roles fuertes pero de opiniones irracionales y radicales. ¿Cómo si no se puede explicar en España, por ejemplo, que después de los 4 años en los que hemos asistido al gobierno más social de nuestra historia crezca la derecha y la ultraderecha? ¿Acaso las poblaciones se olvidan de quienes han mejorado su situación estos años? Sí, la irracionalidad parece que es el signo de los tiempos.

Y nosotros, comunes seres humanos, ¿qué podemos hacer ante este afán de violencia y de irracionalidad? El destino del mundo desgraciadamente no está en manos de la buena gente. A lo más que podemos aspirar es a que aparezcan políticos y dirigentes de calidad humana capaces de proponer y orientar las políticas hacia la no‐violencia.

A nivel particular, proponemos lo que ya propuso Silo en 1969 ante este afán de violencia: “Lleva la paz en ti y llévala a los demás”. No apoyemos ni justifiquemos ningún tipo de violencia o discriminación; no apoyemos ni justifiquemos ningún bando en lucha violenta; una vez más diremos que no hay que buscar culpables, no hay culpables. Cada cual es responsable de su acción, de su opinión y de su voto, pero no hay culpables. Y por último, más que dedicar nuestras energías a denunciar, dediquemos nuestros esfuerzos a construir, a reconstruir la hermandad entre los seres humanos, a poner fe en lo mejor del ser humano, a poner fe en una nueva sociedad que es posible.

Y sí, a pesar de este feo panorama, de este momento crítico, triste y oscuro de nuestra historia, ¡Sursum Corda!