Comenzaré anticipándome a las malas interpretaciones o chismes. Defiendo y defenderé los derechos básicos de todos nosotros para escoger libremente nuestras ideas, nuestra fe o nuestra sexualidad, que no pueden ser impuestas desde ninguna supremacía moral, ideológica o religiosa. Desconfío profundamente de cualquier discurso moralista para exigir a otros una supuesta «normalidad» que tan seguido suele justificar solamente los intereses del poder que, reprimiendo, anda con su eterno cuento del «bien común».

Nuestro verdadero amor al prójimo no reside en el narcisismo frente al espejo de los predicadores del «como uno», sino en la capacidad de respetar y admirar al otro que es diferente, que tiene otra manera de pensar y sentir. Creo que así siempre aprendemos más, incluso de nosotros mismos. Por eso, respeto y defiendo la libre definición de la sexualidad de las personas adultas y creo que eso debe ser un asunto netamente personal, libre de cualquier juicio o prejuicio.

Justamente desde este respeto de las libertades de los adultos, exijo también el derecho de los niños a ser libres de la manipulación sexista de los adultos, que utilizan a los niños para justificar su propia perversidad, que violentamente invaden su mundo de inocencia creativa y de aprendizaje sin límites para imponerles temas y sentimientos que no son de niños.

Hace poco, la conocida marca danesa de juguetes infantiles LEGO sacó una línea de un nuevo producto LGBTQIA+ con juegos transgénero para niños mayores de 5 años, publicitándolos con modelos homosexuales que se presentan como personajes del sexo contrario (para ser específico, no sólo homo, sino de la inmensa variedad de letras que componen esta definición y que no tengo por qué conocer y reconocer frente a prácticas que no son de mi interés). Ahora los niños podrán armar sus juguetes cambiándoles el sexo, convirtiendo libremente de niños a niñas o combinándolos. Podrían incluso comenzar a ponerles la cabeza de un perrito, la colita de un ratón, pero bueno, cuándo ha sido eso un obstáculo en el juego de un niño.

Así nos presenta su producto Matthew Ashton, el vicepresidente de diseño del grupo LEGO y diseñador del modelo «Todos somos increíbles»:

«El punto de partida fue mi sensación de que, como sociedad, podríamos hacer más por apoyarnos los unos a los otros y apreciar nuestras diferencias. Siendo yo mismo LGBTQIA+, sabía que tenía que dar un paso al frente y hacer una declaración real sobre el amor y la inclusión, y en general difundir un poco de amor LEGO® a todos los que lo necesitan. Los niños son nuestro modelo y acogen a todo el mundo, sea cual sea su origen. Algo a lo que todos deberíamos aspirar.

La representación es muy importante. Yo crecí en los 80 y, obviamente, era un niño gay… Si alguien me hubiera dado este set en ese momento de mi vida, habría sido un gran alivio saber que alguien me apoyaba…

…En cuanto al diseño, me encanta lo atrevido y simplista que es el conjunto. Transmite un mensaje poderoso, pero también es divertido y extravagante, y no se toma a sí mismo demasiado en serio. Nos hemos asegurado de incluir colores negros y marrones para representar la amplia diversidad de todos los miembros de la comunidad LGBTQIA+. También hemos añadido el azul claro, el blanco y el rosa para apoyar y acoger a la comunidad trans. Puse a propósito la drag queen morada como un claro guiño al lado fabuloso de la comunidad LGBTQIA+. Espero que sea un placer construirlo y mirarlo, y espero que traiga mucha alegría a la vida de la gente…»

Seguramente, se podrían escribir varios libros analizando el discurso del vendedor del producto, donde prácticamente cada letra es una muestra de la manipulación e hipocresía. Como advertí desde el principio, nuestro análisis no viene desde la moral, mucho menos desde la alteración emocional, que no aportan.

Para ser precisos y no discriminar a nadie, según la lógica de los inventores del «lenguaje inclusivo» y sus largas abreviaturas, habría que seguir ampliando el criterio y de una vez reconocer que la sexualidad de cada ser humano es única y diferente de otras, y por una clara falta de todas las letras de nuestro alfabeto, inventar unos 8.000 millones de signos y así asegurarnos que nadie será ofendido u olvidado por no ser «nombrado».

El trillado discurso del «amor y la inclusión» en una sociedad cada vez más individualista, donde los verdaderos sentimientos de modo hipócrita y políticamente correcto se esconden detrás de la máscara de la «tolerancia», es una farsa. La palabra «amor» es mucho más peligrosa. El Occidente, inventor de la pornografía como estilo de vida de millones y millones (junto con la drogadicción y el alcoholismo, etc., pues toda conducta en su visión es viciosa), suele confundir, incluso dentro de su lenguaje, el amor con el sexo, y en un mundo clasista y racista de una bestial desigualdad entre unos y otros, los principales consumidores de la prostitución infantil y las mil perversidades de todo tipo son los ciudadanos de las sociedades ricas, moralistas y mojigatas, y sus víctimas, como siempre y en todo, son los pobres, que tienen sus cuerpos como el único producto requerido para participar en la carnicería mundial capitalista. «Amor e inclusión» se convierten en algo tan imposible como la prometida «economía social de mercado».

El desgarrador cuento autobiográfico del niño gay discriminado es otra técnica infalible de venta. El ser humano y su funcionamiento hormonal es un universo lleno de misterios. Con seguridad podemos hablar de que los niños gay suelen ser discriminados, como también lo son las niñas, los pobres o los de otras razas, y el problema no está en la falta de uno u otro producto didáctico, sino en la naturaleza de la sociedad occidental, que es extremadamente discriminadora e hipócrita. El respeto hacia las diferencias debería estar en los modelos del comportamiento de los adultos, pero la realidad suele mostrar a los niños otra cosa, la que educa mil veces más que cualquier juguete. La falta de amor de verdad no es reemplazable con modelos de plástico.

Hablar con niños de 5 años de trans y drag queens es un directo proselitismo y abuso sexual de la temprana infancia, algo que debería ser penado por la ley.

Ofrecer juguetes así a niños pequeños es no tener respeto ni piedad con la infancia, y con argumentos demagógicos y tan superficiales e irresponsables, normalizados en las «sociedades democráticas», es cerrar las puertas al futuro. Más que nada, es un experimento sexual con la infancia.

Un sistema basado en el dinero como valor central no distingue entre un niño y adulto ni entre el amor y el sexo. Es simplemente parte de su naturaleza. Es más, apunta con más crueldad al niño, quien es el futuro consumidor o quien más presiona al adulto para que compre.

Las cuatro pulsiones del ser vivo (humano, en este caso) -temperatura, sueño, hambre y sexualidad- para el sistema no son más que fuentes para su negocio, y es muy fácil encontrar ejemplos. Vendiéndonos el falso cuento de «amor e inclusión» se hace un tenebroso y frío comercio de lo que más sueña o necesita un ser humano, con las necesidades básicas de unos y los deseos groseros de otros. Un juguete de plástico multicolor para destruir las infancias e idiotizar las adulteces es sólo un caso más.

El futuro se nos plantea como el modelo de LEGO: existen sólo A, B y C y nada más. Es mentira. El ser humano es infinito y las posibilidades de la imaginación y del futuro también son infinitas. Que se nos ofrezca para la «diversidad» o la «inclusión» sólo SUS posibilidades es la prueba de la trampa.

El sistema capitalista mundial es un gran LEGO para armar todo tipo de muros que nos tapen el futuro. Los colores, las figuras y los conceptos que nos ofrecen siempre terminan formando la construcción final de la soledad, del miedo y del sinsentido. El modelo social no tiene otros juguetes para ofrecernos. Con la excepción de uno más, el que más promociona y vende: el de la guerra.

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