Nuestro ritmo no da tregua. No hay paréntesis posible cuando el reloj de la violencia 2023, marca en Colombia la masacre #41 y 16 firmantes de paz han sido asesinados en los primeros 5 meses del año.

Mancuso dice lo que dijo, y le bajamos el volumen con el argumento de “nada es nuevo”, y es verdad: nada es nuevo. Uribe no es nuevo, ni el paramilitarismo, ni la cooptación de la justicia, ni el asesinato de jueces y periodistas son tragedias nuevas. A la corrupción podrían darle una placa no de “clásica y antigua” sino de “clásica y vigente”.

Y luego nos inunda la historia denigrante de la semana pasada. Todo es tan turbio que no voy a detenerme en sus protagonistas… solo mencionar que no podían faltar la fiscalía, las chuzadas y las amenazas que se barren bajo el tapete; el polígrafo en el sótano, las groserías en las entrevistas, el descrédito y el humo, en forma de cortina y de asfixia mediática y política.

Hace 10 meses llegó el gobierno del pueblo y para el pueblo, el sueño cumplido de medio país. Entonces muchos se dedicaron a clavarle estocadas desde adentro y a embestirlo desde afuera, como si importara más hacer quedar mal a la izquierda, que el futuro de Colombia.

Mientras nos demoramos en entender que ya no somos oposición, que es preciso reciclar el discurso de la lucha de clases, y caímos en la tentación de rasgarnos las propias vestiduras negándonos el derecho y el deber de la autocrítica, mientras tanto –digo– la derecha medieval, y una muy extrema izquierda que no ha entendido nada de nada, se frotan las manos y retoman las viejas tácticas: confunde y reinarás; miente y reinarás; asusta y reinarás. Escenario perfecto para que la desinformación y la inducción del pánico sigan siendo la moneda de mayor circulación.

Presidente Petro, usted tiene el temple necesario para gobernar un lugar tan insólito como Colombia. Usted ha vivido el país en casi todas sus dimensiones.

Lo ha sentido, lo ha sufrido, lo ha recorrido física y emocionalmente. Tiene todo en sus manos para hacer un buen gobierno, y es nuestro deber contribuir a que así sea.

Seguramente mañana saldrán miles de personas a las plazas a respaldar las reformas, y será importante después de esta semana tan horrible, sentir el apoyo popular.

Pero lo clave ahora será que usted sepa elegir muy bien a sus prójimos más próximos; los que un día lo verán triste, cansado, errático, sabio o eufórico, y seguirán apoyándolo, gracias a ese don exótico llamado lealtad. Parece obvio decirlo, pero sus coequiperos deberán ser, ante todo, buenos seres humanos.

Quienes le ayuden a desarrollar el libreto de su gobierno dentro de los márgenes democráticos, deben tener el conocimiento necesario, pero principalmente, un espíritu incapaz de serle desleal. Que jueguen con las cartas sobre la mesa. Que le sean críticos, escuderos, veraces y confiables. Que no lo encumbren y sí lo acompañen cuando sea preciso reconocer un error.

La búsqueda de la equidad y de la justicia social, están en su historia de vida. Presidente, respetuosamente le pido que no le de miedo ser tan frágil y tan fuerte, tan humilde y tan cierto, tan niño y tan adulto, como para distinguir entre la traición y la confianza; apóyese en quien no lo deje caer en las trampas, en las serpientes y serpentinas de la adulación y la infamia.

Usted no será el primero ni el último en sentir la soledad del poder, pero, por favor, ayúdese y déjese ayudar; porque lo merece, y porque usted –ni más ni menos– representa la reivindicación del pasado, es la respiración del presente y marcará el rumbo de nuestro futuro.

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