Desde la infancia nos han mantenido al margen de nuestro destino.

En algún momento de nuestra vida nos convencieron de las ventajas de abstenernos de la participación política. De hecho, nuestras sociedades y muchas alrededor del mundo, han mantenido a las mujeres al margen de esa actividad cívica, desde la cual se deciden las normas que afectan su presente y su destino. Del mismo modo, se ha impuesto toda clase de obstáculos al involucramiento de los jóvenes bajo la premisa de su falta de madurez, conocimiento o inteligencia suficientes para participar en este ejercicio tan complejo.

En esa sutil manipulación se intenta convencer a las nuevas generaciones de las supuestas ventajas de dejar las decisiones más importantes -como el manejo de la cosa pública- a los adultos experimentados. Así es como se ha conformado una especie de cartel político-partidista en manos de un puñado de individuos que se alternan en las cúpulas del poder y quienes, gracias a la marginación de las mayorías (mujeres y jóvenes representan más de la mitad de la población en todos nuestros países latinoamericanos) se han apoderado de los mecanismos eleccionarios.

En las próximas semanas, dos países de nuestro Continente enfrentan elecciones generales: Guatemala, el 25 de junio y Ecuador, el 20 de agosto. Ambos con un historial político complejo y plagado de retrocesos y ambos, también, con una población mayoritariamente joven, femenina y con una amplia presencia de pueblos originarios, todos ellos deseosos de participar y marcar su protagonismo. El desafío para estas dos naciones ricas en patrimonio y en cultura, es romper las estructuras que les impiden avanzar hacia un desarrollo sostenible. Esa meta, sin embargo, se presenta obstaculizada por los elevados índices de desconfianza por parte de una gran proporción de sus electores, lo cual sin duda repercutirá de manera sustancial en los resultados de las votaciones.

La estrategia utilizada por los partidos tradicionales, en ambos casos, se ha basado en la premisa de mantener a la juventud alejada de la política, gracias a una educación exenta de los fundamentos teóricos esenciales para comprender sus complejidades. Es así como las grandes masas ignoran -por no haber tenido acceso- los textos constitucionales en donde se determinan la estructura y el manejo del Estado. Ignoran, por la misma excluyente razón, las bases ideológicas de sus representantes en las asambleas legislativas. Creen, porque así les han enseñado, que la política es una actividad reservada a unos pocos, contradiciendo de ese modo la esencia misma de la democracia.

Todo lo anterior revela hasta qué punto el ejercicio político se ha ido convirtiendo en un reducto hermético, blindado contra la enorme fuerza ciudadana residente en los grupos más afectados por su ejercicio: los sectores de infancia, juventud y de mujeres, representativos no solo de la mayoría poblacional, sino también de la clave del desarrollo y del bienestar general. En este reducto, ajeno a las aspiraciones de sus representados, imperan tanto intereses económicos de las élites como la infiltración de organizaciones criminales capaces de torcer, con un golpe de puño, los destinos de las naciones. La incorporación activa -empezando por los procesos electorales- de los grupos marginados, es la única acción capaz de enderezar esas líneas torcidas de la política secuestrada.

 

La participación activa de jóvenes y mujeres puede cambiar el curso de la Historia.