Con el lema La guerra nos cuesta un mundo, están teniendo lugar este año los Días Globales de Acción sobre el Gasto Militar (GDAMS 2023).

Este 9 de mayo finalizará la campaña, a la cual es posible sumarse todavía a través de este ENLACE.

Los ejércitos del mundo son responsables de aproximadamente el cinco por ciento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, sin embargo su huella de carbono, así como las diversas formas en que contribuyen al colapso climático, rara vez se examinan. Nuestros gobiernos gastan actualmente más de 2 billones de dólares en militarización, pero esta expansión militar es incompatible con los esfuerzos para alcanzar los objetivos esenciales de emisiones y exacerbará, no frenará, la emergencia climática. La guerra y los conflictos armados no sólo conducen a la muerte y la destrucción, sino también a la devastación medioambiental y al colapso climático. Aunque nuestros gobiernos argumenten que ese gasto en «defensa» es necesario, en última instancia nos dejará indefensos ante la amenaza existencial que supone la crisis climática.

El calentamiento global supone un riesgo grave y sostenido para los ciclos climáticos de nuestro planeta, y las catástrofes meteorológicas resultantes a menudo exacerban las injusticias existentes, lo que puede desembocar en conflictos por el acceso a la tierra y a los recursos básicos, así como desplazamientos forzosos. La lucha contra el cambio climático debe implicar el abordaje de otros problemas estructurales como la pobreza, los shocks económicos y el debilitamiento de las instituciones. Esto es especialmente cierto en las regiones que menos han contribuido a la crisis climática, pero que son las más afectadas por sus devastadoras consecuencias.

Además de su huella de carbono, las estructuras militares del mundo también contribuyen a la crisis climática de otras formas clave:

– De manera crucial, el gasto militar desvía recursos de gastos medioambientales y sociales esenciales, incluidas las iniciativas para frenar la velocidad del cambio climático, hacer frente a las pérdidas y daños, y responder a las emergencias meteorológicas.

– Las estructuras militares en forma de ejércitos nacionales, fuerzas policiales militarizadas o empresas privadas de seguridad se despliegan a menudo para proteger a la industria de los combustibles fósiles. Este sector es uno de los mayores productores de GEI y su protección por parte de las fuerzas armadas las convierte en cómplices de estas emisiones.

– Pese a la urgencia de proteger nuestros ecosistemas de la destrucción medioambiental, cuando los activistas medioambientales tratan de salvaguardar sus tierras, ríos y mares, con demasiada frecuencia son reprimidos violentamente por estructuras de seguridad militarizadas que incluyen a la policía, las empresas de seguridad privada y, en ocasiones, el ejército.

– El nexo entre combustibles fósiles y extractivismo, y conflictos armados y guerra está bien documentado desde el periodo colonial hasta las guerras actuales.

– Cada vez más personas se ven obligadas a abandonar sus hogares debido a fenómenos meteorológicos extremos provocados por el cambio climático. Del mismo modo que el aparato de seguridad fronteriza contiene actualmente a las personas y les impide ponerse a salvo o demandar asilo, es probable que se despliegue aún más a los ejércitos para mantener fuera a quienes huyen de los desastres climáticos.

– Además, la industria armamentística, que en muchos sentidos es la columna vertebral del militarismo, invierte mucho tiempo y dinero en hacer lobby para promover su propia agenda basada en el lucro. En los últimos años, ha utilizado la crisis climática como una oportunidad para posicionarse como un actor clave en el diseño de armas «más verdes» y ha presionado para que se destinen más fondos a este fin. Este enfoque prolonga y profundiza la lógica que impulsa el militarismo y la guerra.

El liderazgo político se ha centrado en la beligerancia y las amenazas, avivando la tensión y el miedo, en lugar de cultivar relaciones internacionales basadas en la confianza mutua, la diplomacia y la cooperación, tres componentes esenciales para hacer frente a la naturaleza global de la amenaza climática. Los fondos, que podrían utilizarse para mitigar o revertir la degradación climática y para promover la transformación pacífica de conflictos, el desarme y las iniciativas de justicia global, se destinan en cambio a militarizar un mundo ya excesivamente militarizado.

Hacemos por tanto un llamamiento urgente a los gobiernos para que:

  •  Cambien de rumbo y se centren en recortes rápidos y profundos del gasto militar, que impulsa una carrera armamentística y alimenta las guerras;
  •  Desmilitaricen las políticas públicas, incluidas las diseñadas para el abordaje de la crisis climática;
  •  Apliquen políticas centradas en la seguridad humana y la seguridad común, que protejan a las personas y al planeta y no la agenda lucrativa de las industrias armamentísticas y de combustibles fósiles;
  •  Creen estructuras de gobernanza y alianzas basadas en la confianza y el entendimiento mutuos, la cooperación y la verdadera diplomacia, donde los conflictos se resuelvan mediante el diálogo, no la guerra.

El coste de oportunidad de hacer lo contrario ya no puede ser más alto.

¡La guerra nos cuesta un mundo!

Suma a tu organización a este llamamiento rellenando este formulario, o escribiendo a coordination.gcoms@ipb.org
Más información en: demilitarize.org